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'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.

Emboscarse está al alcance de cualquiera: una lectura de 'Ser bosques', de Jean-Baptiste Vidalou

Torre de vigilancia de la ZAD de Notre Dame-des-Landes

Javier García Clavel

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Este libro de Jean-Baptiste Vidalou es un repaso por algunas de las formas de resistencia relacionadas con el bosque, y también es una propuesta de emboscadura para cualquier persona que piense que lo comunitario no puede ser usurpado. El punto de partida de la cuestión de ser bosque es el siguiente: emboscarse significa vivir en el terreno en disputa, construir comunidad, para resistir al pillaje de las instituciones de la cuantificación y el mercado. Porque primero, dice Vidalou, fue la tierra, y luego la tierra comunal (la tierra vivida) y luego la lógica económica sobre la tierra, que a su vez tiene cuatro fases: evacuar, arrasar, extraer, explotar. Y eso sucede o puede suceder en la ZAD de Notre Dame des Landes, en el bosque de Avaniers o en Lejuc, pero también en las zonas verdes de un barrio, en las huertas que circundan una ciudad, en las casas que resistieron en el Cabanyal. Ser bosque no es ocultarse, sino activarse. Es volverse ingobernables. Ser bosque empieza por habitar un suelo.

En este razonamiento, la instalación de aerogeneradores en las colinas de las montañas es un error fruto de la lógica extractivista. Uno antes de este libro podía tener al respecto sentimientos ambivalentes. Por un lado, la blancura y la tersura, el silencio a distancia, la idea de lograr energía gratuita en diálogo con el aire, la ausencia de nube de humo y chimenea. Pero por otro la violencia sobre el terreno, ver que el horizonte te lo han cambiado, que han construido donde se pierde la vista, ese lugar predilecto e inalcanzable. Lo que explica el autor detrás del pseudónimo Vidalou aquí es que levantar una estructura así en una montaña es partir de que los recursos de la tierra son objeto de extracción: la tierra ha de ser gobernada, el ecosistema es una riqueza que debe ser monetizable, y el trabajo del ingeniero es sacarle el máximo partido posible (es decir, servirse de manera progresiva, a un ritmo que bordee el colapso) a un terreno que ha sido medido, cuantificado, ordenado. Es una acción que no viene de quien convive en el terreno, de quien ha hecho comunidad, de quien entiende que la línea recta no es la manera de llegar a dos puntos sino que el relieve te marcará ese camino. Que no tiene en cuenta, y es un ejemplo pequeño, que había quien paseaba por esa ladera y ahora no puede ni acercarse por el ruido y por las vallas. Caminar por una senda en vez de por una carretera y llegar más tarde es seguir la lógica del terreno que habitas. Poner un aerogenerador en la cima de una montaña es aprovecharte del terreno que pisas.

Repasando Ser bosques queda meridianamente claro que una de las formas de resistencia más eficaces tiene que ver con usar el cuerpo y construir comunidad. Cuando en lo que antes era un terreno ahora hay una comunidad, con sus habitantes, su sistema educativo, su sistema legislativo, su comercio, su producción autogestionada, su relación de convivencia con el entorno, es mucho más difícil apelar sólo a la lógica del aprovechamiento para proponer un aplanamiento, un borrón y una cuenta nueva al servicio de un plan de negocio. En las ZAD lo que se hace es eso, conocer experiencialmente un territorio. Llegar al lugar cercado, descubrirlo, conocerlo mejor que quienes sólo lo hacen mapa y cifra y habitarlo, poniendo el cuerpo. Cuando lo habitas, sigue el libro, asumes que la única lógica que sirve es la de la escucha. Se recogerá el fruto que te permita la tierra. A propósito de esto: en Mamá y el mar (Principal de los Libros), de Eva Armisén y con adaptación de Santi Balmes, descubrí que las haenyeo de la isla Jeju cultivan el fondo marino, y sólo recolectan aquello que les permite la potencia de sus pulmones: ése es el pacto que hacen con la naturaleza. También me viene a la cabeza que Capitán Swing tiene un libro titulado Atlas de islas remotas que he regalado muchas veces. Lo firma Judith Schalasnky. Cada lugar remotísimo tiene su mapa y su texto descriptivo. Pero son mapas sin carreteras. Si quieres conocerlas bien, saber cómo ir de un lugar a otro y qué hay exactamente, tendrás que habitarlas.

Este libro de Errata Naturae explica todo esto perfectamente. Léanlo, el resumen del discurso no es un discurso y de hecho lo estropea. Debatan, denle alguna vuelta. Estar cuatro o cinco horas con la atención dirigida hacia un objeto, construyendo conocimiento y nada más (o sea debatiendo internamente, aprendiendo, yendo un poco más allá y acá todo el tiempo) es un gesto físico contracultural, y un rato sin zapeo no hace daño a nadie. Después pueden mirar alrededor, si les ha interesado. Es probable que en su barrio haya una asociación de vecinos y vecinas, o que en una de las plazas se haya instalado un huerto comunitario, donde iban a levantarse negocios. Pregunten, quizá se pueda empezar por ahí.

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