'Leer el presente' es un espacio que dedicamos a libros desde eldiario.es/murcia. Del mundo a la página y viceversa. Coordina José Daniel Espejo.
The KLF: todos los fuegos, el fuego
Imagina que quemas un millón de libras esterlinas. Imagina que lo haces y no sabes exactamente el motivo que te ha llevado al fuego. Imagina cómo te quedas después: quemas un millón de libras esterlinas en la chimenea de un cobertizo en una isla del archipiélago de las Hébribas Interiores (Escocia) y observas la lluvia y los helechos que hay cerca del cobertizo. Tal vez estás pensando en druidas o gnomos en esta noche tan y tan lluviosa en el Hemisferio Norte. Le metes fuego a un millón de libras esterlinas porque crees que hay algo detrás de esa acción. Una cosa que palpita (no sabes qué). Quizás una performance neodadá. No obstante, no sabes cómo has llegado a hacerlo. Tal vez radique ahí la fascinación del hecho. Imagina que grabas la quema de ese millón de libras esterlinas y haces una gira por todo el Reino Unido proyectando la grabación, intentando comprender, intentando racionalizar, sintiendo un agujero negro dentro de tu conciencia. Imagina que eres Bill Drummond (50% de The KLF) y que eres un artista (que se mueve entre el absurdo y lo conceptual) y, en cierto modo, un gurú esotérico también (casi mago podríamos decir: tú ni siquiera eres consciente de ello). Imagina que eres Jim Cauty (el otro 50% de The KLF) y que llegas junto a esa chimena en las Hébridas y que has grabado un par de los discos más representativos del ambient de principios de los 90: prácticamente has acuñado (o inventado) el concepto de chill out a partir de un disco, en cierto modo conceptual. En ese disco hay balidos de oveja, incluso el rumor de la voz de Elvis que parece sacada de un sarcófago. Imagina que todo el mundo piensa que, después de vender tantos discos, sólo sois “un par de gilipollas con ganas de llamar la atención” (eso pasa si quemas un millón de libras esterlinas). Imagina que tu herencia cultural, casi secreta y desconocida, tiene que ver con el escritor Robert Anton Wilson y su trilogía “The Illuminatus!”. Imagina también que en esa consaguineidad cultural (y sentimental) tienen cabida las sincronicidades de Carl Gustav Jung, el Cabaret Voltaire de Zürich y, también, movimientos prácticamente subterráneos y casi clandestinos como el discordianismo y su atracción por la divinidad griega Eris, diosa del caos. Imagina que te metes en un montaje teatral que es adaptación de esa novela de culto de Robert Anton Wilson de la que antes hablábamos y que te encargas de la dirección de arte. La obra de teatro dura horas y horas. Hazte a la idea de que, en determinado momento, cuando la obra de teatro se estrena desapareces sin dejar rastro diciendo que vas a comprar pegamento. Aún no has concebido en tu cabeza la idea de la existencia de The KLF y pasa el tiempo y editas discos a Echo & The Bunnymen o Teardrop Explodes. Sí, eres Bill Drummond, un tipo obsesionado con divinidades paganas que tienen que ver con conejos antropomórficos: llegas a ver a uno de ellos en la portada de un disco de la banda de Ian McGulloch. Imaginas todo esto y te das cuenta del componente situacionista de muchas de las acciones que llevan a cabo The KLF a lo largo de su trayectoria: una anti-banda de música que, en realidad, estaba (o parecía) más interesada en crear un impacto cultural y social en su época. No obstante, The KLF vendían bastante y eso era lo que deseabais (sí, vosotros, Bill Drummond y Jim Cauty). Vender, sacar pasta, aprovecharse del sistema, dinamitarlo. Imagina que aquello que interesaba a The KLF tenía que ver con inseminar un desorden mágico en la sociedad (y hacerlo como una forma de liberación e iluminación, hacerlo prácticamente desde una perspectiva prodigiosa, fantástica y resplandeciente, abrasadora como un millón de libras esterlinas que arde y arde). Ahora imagina, por ejemplo, que eres John Higgs y que eres el autor de un libro que se llama “Caos y Magia: la banda que quemó un millón de libras”. Imagina que articulas todos los diferentes elementos de este ensayo (que destila ironía a lo largo de sus páginas) como si fueras el encargado de querer componer un rompecabezas donde las piezas se ensamblan con el fin de construir un discurso absolutamente caleidoscópico, un discurso que hace un recorrido cultural y social a través del último tercio del siglo veinte y que, en cierto modo, tiene mucho que ver con el espíritu que anima “Rastros de carmín” de Greil Marcus (un libro que también deambula explorando territorios que quedan al margen y que, a decir verdad, son como el lado oculto de la luna para el statu quo del mainstream). Imagina, asimismo, que este ensayo traza una historia que mucho tiene que ver con la narrativa documental y en puzle de algunas de las obras del director Adam Curtis (“The century of the self” o “The trap”). Imagina que Adam Curtis, Greil Marcus y John Higgs son, a su modo, tres de los ensayistas (Curtis dentro del terreno visual, cinematográfico) que más están haciendo en los últimos años por desvelar un tipo de historia cultural ignota e invisible para la mayoría del público. Imagina que eres Bill Drummond o Jim Cauty y que John Higgs (ensayista agudo y divertido) te acerca a aquellos que, hasta ahora, aún estaban ciegos a toda una realidad que se oculta a los ojos de la historiografía convencional o a esas ficciones mediáticas presentes en los grandes medios de comunicación. Imagina que eres Bill Drummond y nos muestras todos los fuegos, el fuego. Eres Bill Drummond (sí) y, tras quemar un millón de libras esterlinas, le preguntas a Jim Cauty: ¿qué es lo que hemos hecho?
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