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Tortura, castigo y asesinato: la historia de los campos de concentración de Franco

El periodista Carlos Hernández de Miguel

Miriam Salinas Guirao

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Carlos Hernández de Miguel (Madrid, 1969) es periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Ha trabajado para varios medios, ha sido corresponsal de guerra y director de comunicación. Fue galardonado con el premio Víctor de la Serna al mejor periodista de 2003 y recibió el premio Ortega y Gasset otorgado a los enviados especiales a Iraq como mejor cobertura informativa de ese mismo año.

Pero sus letras no quedan ahí, en 2015 publicó ‘Los últimos españoles de Mauthausen’, obra que recoge el testimonio de prisioneros españoles en el campo de concentración nazi, y hace menos de un año publicó ‘Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas’. En la investigación, Hernández documenta la historia de casi 300 recintos que llegaron a reunir entre setecientos mil y un millón de prisioneros.

Este miércoles, 12 de febrero, ha presentado su trabajo en la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia dentro de las VI Jornadas ‘Una educación para el siglo XXI. Miradas desde las ciencias y las artes’.

‘Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas’ se lanza contra el pecho. Su lectura quiebra. Durante el esmerado y documentado análisis de Carlos Hernández de Miguel se va descubriendo, con una lectura ágil y adictiva, la historia de casi un millón de personas. Un episodio sangrante, un revuelco inconcluso por su ausencia de conocimiento; aquí viene como un redentor a sanar, esta obra, con un estilo directo y claro y con la voz definida allí donde más hace falta: en los testimonios de las personas que pasaron el horror. La Región no escapó: Cieza, Moratalla, Jumilla, Caravaca de la Cruz, Archena, Mula, Totana, San Javier, Lorca, Cartagena y Murcia capital albergaron campos de concentración.

“Los datos son necesarios y las pruebas documentales resultan fundamentales, pero nada tiene verdadero sentido si no somos capaces de entender que detrás de cada cifra, de cada listado, de cada campo de concentración franquista hubo miles y miles de hombres, de mujeres, de familias…” La historia social se convierte en un eje vertebrador a lo largo del relato ¿Cree que la historia académica ha olvidado esos testimonios?

En ocasiones ha sido así. De hecho, cada vez más historiadores reconocen que se ha minimizado la importancia del relato de los protagonistas. Yo comparto el criterio de que las líneas maestras de los estudios históricos tienen que basarse en el análisis documental. Esa es la vía para llegar a conclusiones objetivas e inapelables y, por ello, ese es el camino que yo he tomado para realizar mis investigaciones. Sin embargo, los testimonios de los protagonistas resultan imprescindibles para completar el relato de un determinado hecho histórico. Jamás conoceríamos la verdadera crueldad de los campos de concentración nazis o, en el caso que me ocupa, de los campos de concentración de Franco sin escuchar el relato de los prisioneros supervivientes.

A lo largo de la obra se recorren diferentes escenarios cortados todos por un patrón similar: el del sufrimiento. ¿Qué ha sido lo más difícil de contar?

Todas las vivencias que relatan los prisioneros de los campos de concentración de Franco son terribles. Es difícil establecer categorías. Por eso prefiero repetir lo que ellos mismos decían. El miedo a ser asesinado en cualquier momento, la tortura psicológica que supone pensar que cada minuto va a ser el último de tu vida… eso es lo que recuerdan con más terror los supervivientes. Y junto a ello, el hambre. Un hambre atroz que a miles de hombres y mujeres les provocó la muerte y al resto les ocasionó un sufrimiento permanente e inimaginable.

En la Región de Murcia se situaron 11 campos de concentración, incluido en la localidad de Cieza ¿Podría explicar su investigación en este punto?

Realmente fueron más de once. Hay casos como los de Lorca, Murcia capital y Cartagena en los que hubo más de un campo de concentración. Lo que ocurre es que había una cierta dependencia administrativa y jerárquica entre ellos, por lo que he optado por considerarlos un único campo con varios recintos. Dicho esto, quiero aclarar que los 296 campos de concentración franquistas que he podido documentar son los oficiales. Es decir, los recintos para prisioneros que el propio Ejército franquista primero y la dictadura después bautizó como 'campos de concentración'. Así aparecen denominados en los documentos oficiales franquistas. No es, por tanto, un término subjetivo… una apreciación mía el llamarlos así por la dureza de estos recintos. Es una calificación objetiva porque eran los propios líderes militares franquistas los que los llamaban así; los que crearon un sistema de campos de concentración que tenía unos objetivos y unas características diferentes a las de otras herramientas represivas como eran, por ejemplo, las cárceles.

Los once campos de concentración que Franco abrió en Murcia formaban parte de ese sistema concentracionario. Todos ellos, los once, abrieron en abril de 1939 y sirvieron para confinar, torturar, castigar y también asesinar a miles de prisioneros de guerra y presos políticos. Estos campos estuvieron ubicados en las siguientes localidades: Moratalla (El Castillo), Jumilla (ubicación exacta desconocida), Caravaca de la Cruz (El Castillo), Archena (almacén de frutas Los Gómez), Cieza (fábrica de armamento en la pedanía de Ascoy), Mula (Real Monasterio de la Encarnación), Totana (Convento Capuchinos), San Javier (Aeródromo de La Ribera), Lorca (Complejo concentracionario formado por la plaza de toros de Sutullena y el Cuartelillo de Aviación), Cartagena (Complejo concentracionario formado por las fortalezas de La Atalaya, San Julián y General Fajardo a las que hay que sumar un edificio desconocido en La Unión) y Murcia capital (Complejo concentracionario formado por los conventos de Las Isabelas, Las Agustinas y Las Claras).

El difícil acceso a las informaciones y la destrucción deliberada de los expedientes y archivos franquistas ponen cuesta arriba investigaciones de este tipo ¿Cree que todavía queda más por saber? ¿Cómo se debería enfocar la puesta de conocimiento desde los organismos pertinentes?

Queda muchísimo por saber y muchísimo por investigar. Es increíble que tenga que decir algo así, cuando han pasado más de 40 años desde la muerte del dictador. Pero es así. En España ningún gobierno hasta la fecha ha apostado porque se investigara este periodo histórico. Más bien ha sido todo lo contrario. Desde las instituciones se ha obstaculizado demasiadas veces el trabajo de los investigadores. Lo que haría falta es que el Estado dotara a sus archivos con los medios económicos y humanos necesarios para analizar toda la documentación que almacenan y ponerla a disposición de historiadores, periodistas y demás ciudadanos.

Igualmente, desde las instituciones se tienen que poner en marcha programas de investigación para que grupos de historiadores vayan desentrañando todos y cada uno de los capítulos que se sucedieron durante la guerra y la dictadura. En definitiva, hace falta voluntad política de que se conozca la verdad histórica.

“En cierta ocasión mientras estaba dormido, me dieron con el pie en la cara (…) haciéndome proferir una palabrota que comienza con ‘m’ y cuya terminación es ‘ón’. El insulto salió disparado como un proyectil dirigido a quien yo creía un compañero de infortunio (…). Al levantar poco a poco la mirada vi la cara del sargento (…). Todavía no me había cuadrado ante el superior, cuando recibí en la cara el primer puñetazo. Caí al suelo de donde acababa de levantarme. ‘Levántate’, se me ordenó otra vez. Y tan pronto lo hice, me recibió una bofetada de arrimo. A cada golpe caía sobre los demás, que no se movían y se hacían los dormidos y aguantaban el fardo humano que se les venía encima”, relata Federico Sanés interno en San Marcos. ¿Los abusos y vejaciones fueron comunes en la manera de proceder?

Eran lo habitual. Los militares franquistas no consideraban que los prisioneros fueran verdaderos seres humanos. Para ellos eran poco más, y muchas veces poco menos, que animales. Les asesinaban, les torturaban, les utilizaban como trabajadores esclavos… Los prisioneros no tenían ningún derecho y dependían de la voluntad caprichosa de sus guardianes.

Descalzos, a la intemperie, rodeados de inmundicia o plagados de piojos, las condiciones de los campos de concentración parecen revelar aquello que Queipo de Llano aseguró: “Quedarán borradas las palabras perdón y amnistía. Se les perseguirá como fieras, hasta hacerlos desaparecer”, ¿Cuál cree que era el propósito de los campos: el exterminio o la reconversión?

El sistema concentracionario franquista tenía varios objetivos: el primero era un exterminio selectivo de los oficiales del Ejército republicano y de los civiles más vinculadas con las organizaciones políticas y sindicales democráticas; el segundo era la investigación de los antecedentes políticos de los prisioneros para después decidir si les fusilaban, les enviaban a prisión, les liberaban o les mantenían en los campos; el tercero era el castigo puro y duro de los cautivos; el cuarto era la explotación laboral de los prisioneros utilizándoles como trabajadores esclavos en todo tipo de obras civiles y militares; y el quinto era la 'reeducación', el intento de lavarles el cerebro mediante charlas patrióticas y misas, en un ambiente de terror y de coacción.

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