Se está extendiendo una moda entre la derecha extrema y la extrema derecha de nuestro país: llenar de banderitas lugares simbólicos para “homenajear” a las víctimas del coronavirus. Vaya por delante mi solidaridad con todas y cada una de las víctimas. Ahora bien, ¿buscan esos actos mostrar el recuerdo a las personas fallecidas y la solidaridad con sus familias? Porque pudiéramos pensar, si es que fuésemos mal pensados, que lo que se está intentando es utilizar cada una de las tragedias personales vividas como un ataque al Gobierno de España, tratando de convertir en un arma política una enseña institucional del Estado como la bandera. Una bandera cuyos colores o escudo gustarán más o menos según cada cual, pero que a día de hoy representa legalmente a todos los habitantes. Un símbolo que es importante que no sea utilizado “de parte”, si lo que se pretende es que represente la unidad y esté por encima de las ideologías. No hace muchos meses veíamos a Ángela Merkel, sobre un escenario y en pleno mitin, arrancar de la mano de uno de sus candidatos la enseña alemana. En España, el fascismo se apropia de la bandera porque identifican la patria como su propiedad privada, por lo que un Gobierno que no sea de su signo será siempre antiespañol, ilegítimo y golpista. Siempre me parecerá curioso que aquellos que legitiman alzamientos militares vean golpes de estado realizados con urnas y mayorías democráticas.
La exhibición hasta la obscenidad pornográfica de la bandera era, hasta no hace mucho, propia de la extrema derecha. Ahora, un desnortado Partido Popular que parece no entender que cuando se comporta como Vox es Vox quien gana, copia la estrategia y un senador recibe al vicepresidente del Gobierno de España con la bandera, la foto del jefe del Estado y una enorme corona como atrezzo de su escaño. La semana pasada eran los “jóvenes” del Partido Popular los que en Elche alfombraban una céntrica plaza de la ciudad bimilenaria para “homenajear” a las víctimas del coronavirus. Curioso que este homenaje lo hagan desde las filas del partido de Eduardo Zaplana y Francisco Camps, dos presidentes que desmantelaron la sanidad pública valenciana y privatizaron todo lo que era privatizable. Algo similar ocurre en la Región de Murcia, con la salvedad de que aún continúan en el Gobierno los mismos que han permitido que la sanidad murciana haya caído hasta cotas desconocidas de precariedad desde que se implantó el sistema de salud pública.
Los gobiernos del Partido Popular en las Comunidades Autónomas en las que gobierna o ha gobernado, han sido y son campeones en hacer polvo los servicios públicos. En plena crisis del coronavirus, con toda la población confinada, Fernando López Miras aprobó unos presupuestos en los que se recortaba 30 millones en material hospitalario y 27,5 millones de euros en medicamentos. Hoy tenemos, junto a Madrid y Navarra, una de las peores situaciones de toda España en propagación del virus. Es más, López Miras aprovechó la pandemia para camuflar dos decretos-ley bajo la denominación de “medidas de dinamización y reactivación de la economía regional con motivo de la crisis sanitaria” con los que, por ejemplo, permitía a las empresas aumentar un 30% las emisiones contaminantes o se cargaba de un plumazo la reglamentación ambiental para nuevas construcciones. Todo dirigido a cuidar la salud de los murcianos, como entenderán perfectamente.
La pandemia del coronavirus debía servir para unirnos, en teoría. Algunos también teníamos la esperanza de que tuviese como resultado positivo el que nunca se volviese a apoyar a aquellos que pretendiesen recortar, privatizar, externalizar o desmantelar la sanidad pública. El problema es que han tomado como rehén a la bandera, y con ella tapan sus oscuras intenciones. No quiere más a España quien más lleva una bandera, sino quien cuida más a sus gentes, a sus pueblos y a su futuro.
El mejor homenaje que se puede hacer a los que nos han dejado durante la pandemia es aumentar el personal sanitario, la inversión pública en salud y ayudar a quienes queden en una situación vulnerable. Lo demás es simplemente una simbólica tontería.
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