Hace ya más de 7 años se abrió un ciclo de cambio político que muchos consideran hoy cerrado. No soy partidario de idealizar los momentos políticos, porque se corre el riesgo de no aprender de los errores cometidos. El 15M no fue el punto culminante, sino el inicio de un proceso.
A lo largo del camino emprendido, aprendimos a organizarnos, a unirnos, a unificar las luchas diversas pero con un enemigo común. Ese enemigo no era el gobierno del PSOE, ni el posterior del PP. Ese enemigo era el régimen caduco del 78, cuya putrefacción vemos hoy en la punta del iceberg Villarejo, que oculta debajo toda la ponzoña de las cloacas postfranquistas. Pero mientras nosotros aprendíamos, los poderosos también lo hacían. Y tras el surgimiento de las mareas de indignación popular, de las asambleas en las plazas, de la organización en movimientos municipalistas y solidarios, entendieron que necesitaban un nuevo agente, un “Podemos de derechas”, y un tema capaz de sintonizar con los sentimientos y emociones de unas clases populares que ya no se veían representadas por el régimen. Más allá, las clases populares estaban empezando a comprender que ese régimen sólo les reservaba paro, precariedad, recortes de derechos y represión con mordazas.
En 2012 cristalizó en Cataluña un movimiento identitario de carácter popular, disociado de las élites políticas hegemónicas tradicionales. No se me borran de las retinas los días en los que los mossos cargaban contra el 15M barcelonés, ni aquella jornada de protesta en la que los diputados del Parlament tuvieron que escuchar los gritos de un pueblo al que, ese mismo día, recortaron derechos, servicios públicos y libertades. No importaba que la tijera la blandiesen PP, PSOE, Ciutadans o Convergencia. No importaba si el desfalco se llamaba Gürtel, EREs o tres per cent. Importaba el pueblo. Pero el pueblo del siglo XXI vive de relato tuitero y de inmediatez. Es corto de memoria, más que nada porque se encargaron de sobra durante 40 años de arrancarnos la colectiva. Y los malos, los ladrones, los de siempre, se envolvieron en banderas que no eran suyas, tratando de despojárselas al pueblo. Artur Mas vio en la ola del procés la oportunidad de salvar las esencias de 30 años de CiU. Cambió varias veces de nombre, de candidato y de estrategia, pero al final le salió. Tan bien le salió que hoy los presos y exiliados no son los Pujoles, sino quienes defendieron la democracia. Presos políticos en lugar de ladrones presos.
En la otra parte del Ebro, también vieron su oportunidad. Quienes más despreciaban a la patria, quienes se llevaban el dinero a paraísos fiscales, quienes cogían el dinero destinado a los parados y vivían la gran vida, se colocaron la banderita en la muñeca. Y entonaron muy fuertes y viriles el más cobarde canto. “A por ellos”. Hasta el heredero de Franco a título de rey se subió al carro (de combate). Parece que hoy hay quien va entendiendo que le han colocado unas estampitas. De colorines, pero estampitas. Y quiere la historia que se parezcan tanto las élites que ambos repartan rojo y amarillo, aunque una tenga más rayas que la otra. Mi máximo respeto a los movimientos emancipatorios populares. Máximo desprecio al nacionalismo utilizado para enfrentar a trabajadoras de distintas zonas geográficas. No pretendo poner al mismo nivel a represores y reprimidos.
Lo ocurrido hace ahora un año es intolerable, es fascismo, es sencillamente vergonzoso para cualquier demócrata. Terror de estado frente a un pueblo organizado. Pero creo que en las élites burguesas de ambos bandos hay un mayúsculo grado de impostura. El dinero no tiene patria, y hay quien no tiene más patria que el dinero. Parece que el timo de la banderita llega a su fin. Los mayores nos están marcando el camino. Estudiantes, paradas, precarios, feministas, pensionistas, profesionales, dependientes... de nuevo van despertando del letargo. Al bombardeo mediático no le funciona ya el tema catalán. Están tratando ahora de hacer algo aún más peligroso: resucitar la xenofobia revestida de cierta modernidad.
No hay más que escuchar a Casado o Rivera. Tampoco les va a salir. Pero es urgente crear redes de solidaridad popular, hacer entender que quien roba no es el pobre de otro color de piel, sino el millonario de color dorado adquirido en yates. Unidad de todas las luchas, de todos los frentes y de todas las trabajadoras. Y es hora de poner enfrente otro modelo, una enmienda a la totalidad del régimen, una alternativa clara. Un nuevo modelo socialista, emancipador y de carácter republicano. O varios modelos, lo que las urnas decidan.
Frente a la sacrosanta unidad nacional, unidad popular. Nos querían domesticados. Nos encontrarán en las calles. ¡A por la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad!
P.D. Si me meto en jardines es porque hay que oler las flores.
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