Historia de la vida en Murcia
Innumerables especies han aparecido y desaparecido de la faz de la Tierra desde que la vida surgió hace unos 4.000 millones de años. Los restos que quedaron de estos seres nos permiten soñar con eras perdidas que ya sólo podemos reconstruir con la imaginación. También bajo la superficie de Murcia se halla escrita la historia de la vida en forma de huesos convertidos en piedra.
“Un fósil se forma cuando las partes duras de un cuerpo, como huesos, conchas o caparazones, quedan rápidamente enterradas”, explica Gregorio Romero, paleontólogo de la Dirección de Bienes Culturales de la Región de Murcia y miembro del Grupo de Investigación de Geología de la Universidad de Murcia.
Con el tiempo, los restos del organismo son sustituidos por materia mineral, y así nos llegan cuando los desenterramos: copias de piedra de criaturas que vivieron hace millones de años.
Albores de la vida
Los restos más antiguos de los que se tiene constancia en la región datan de hace 380 millones de años. Fueron hallados en 2014 en Mazarrón y Águilas por un estudiante que realizaba el trabajo de fin de carrera.
“Se trata de fósiles marinos muy mal conservados”, explica Romero. “Hay que tener en cuenta que Murcia ha permanecido sumergida bajo el mar durante la mayor parte de su historia”.
Tiempo de dinosaurios
Los cien millones de años siguientes permanecen en la oscuridad: No ha sido descubierto resto alguno que pueda iluminar a los investigadores.
Del Triásico, en cambio, sí han aparecido importantes yacimientos de bivalvos en Calasparra y Cehegín.
Pero si un periodo ha hecho volar la imaginación humana, ese es el Jurásico, con sus enormes reptiles.
De los dinosaurios que pudo haber en Murcia no ha sobrevivido esqueleto alguno. En 2008, sin embargo, salió a la luz en la sierra de los Gavilanes, entre Jumilla y Yecla, un extraordinario descubrimiento: 117 huellas pertenecientes a saurópodos y ornitópodos.
Estas icnitas (pisadas fósiles) datan de hace 65 millones de años, cuando Yecla y Jumilla eran tierras litorales y el clima, tropical.
Varias circunstancias convierten el yacimiento de la sierra de los Gavilanes en extraordinario: En primer lugar, es muy complicado que las pisadas se fosilicen y conserven. Son una rareza. Además, los hadrosaurios de Jumilla son la última especie de dinosaurio que habitó Europa antes de la extinción total. Y se trata del yacimiento más al sur del continente.
Los descubridores fueron Cayetano Herrero, director del Museo de Ciencias de la Naturaleza de Jumilla, y su hijo, el geólogo Emilio Herrero.
Se lanzaron a investigar en un terreno agrícola orientados por la tesis doctoral del doctor Martín Chivelet, quien sostuvo que en este lugar era posible hallar huellas de “grandes vertebrados”.
La suerte se puso de parte de los Herrero:
“Nos equivocamos al aplicar las coordenadas de Chivelet”, relata Cayetano, “pero ese error hizo que le prestásemos atención a un agujero que había al borde del camino. Éste resultó ser media huella de hadrosaurio. Cuando trazamos la cuadrícula alrededor, aparecieron otras 99, pertenecientes a ocho ejemplares distintos. Después salieron a la luz 18 más”.
Otras muchas huellas permanecen ocultas en el área, a la espera de ser sacadas a luz tras un sueño de 65 millones de años.
Entre los tesoros del yacimiento destacan las tres garras de un hadrosaurio, trabajosamente extraídas, que pueden contemplarse en el museo de Ciencias de la Naturaleza de Jumilla.
Un exitoso organismo
El otro gran protagonista en Murcia durante el Jurásico son los ammonites, unos caracoles marinos que extendieron su reinado a todas las profundidades del mar y durante la vertiginosa cifra de cien millones de años.
“Era un ser que evolucionaba rapidísimo”, describe Romero. “Se conservan miles de variedades, desde milimétricos hasta de más de un metro de tamaño. Ascendían y descendían en el agua con un sistema de cámaras idéntico al de los submarinos”.
Los fósiles de estos seres en un tiempo reyes del mar se esconden ahora en las montañas de Cehegín, Moratalla, Caravaca, Fortuna, Bullas, Ricote…
La capa negra de Caravaca
El reinado de los ammonites, como el de los dinosaurios, terminó de manera abrupta hace 65 millones de años, cuando cayó sobre la Tierra el gran meteorito que aniquiló el 80% de la vida.
“El impacto alzó una capa de polvo cósmico que generó un invierno nuclear”, relata Gregorio Romero. “Las temperaturas bajaron, las plantas dejaron de hacer la fotosíntesis y murieron porque el sol no llegaba. Las siguieron los hervíboros y, después, los carnívoros”.
Es, de momento, la última de las cinco grandes extinciones masivas que sufrido el planeta.
Precisamente, la primera evidencia a nivel mundial de este gran cataclismo apareció en Caravaca. En esta localidad, un investigador holandés descubrió en 1979 un estrato de tierra de apenas diez centímetros de grosor al que bautizaron como Capa Negra.
Su edad era de 65 millones de años: Los mismos que hace de la gran extinción.
“En ella había una ausencia total de restos de vida, siquiera microscópica. Está formada por la sedimentación del polvo en suspensión que produjo la colisión del meteorito. De hecho, en la capa negra hay elementos que sólo se encuentran en estos cuerpos celestes”.
Desde entonces, han sido descubiertos en todo el mundo unos doscientos restos más de la capa negra, incluido uno en Agost (Alicante). Pero el de Caravaca fue el primero, aunque se disputa este honor con Gubbio (Italia).
Cuando Murcia era un archipiélago
La vida, persistente y profundamente enraizada en el planeta, se adaptó y recuperó.
Hace ocho millones de años, cuando Murcia era un conjunto de islas, proliferaron en su mar de escasa profundidad el coral, las caracolas, los erizos, bivalvos, braquiópodos, gasterópodos. También los antepasados de la sardina, el mújol, el lenguado. Fósiles de estos seres han aparecido en Lorca, Aledo, Mazarrón, Fortuna, Murcia, Molina de Segura, Archena, Mula…
“Tenemos las raspas fosilizadas de sardinas de hace siete millones de años”, resalta Gregorio. “Son objeto de estudio científico, un patrimonio que a menudo se desconoce. Que hay que proteger”.
De hecho, la colecta y extracción de fósiles está regulada desde 2007 por la Ley de Patrimonio Cultural de Murcia:
“Los fósiles tienen el mismo tratamiento que una moneda romana: Si se encuentran, deben ser entregados a un museo. Son patrimonio público”, advierte el paleontólogo. “Antes había quien tenía la afición de salir a coger fósiles. Eso ahora se ha profesionalizado y quien lo haga sin el permiso adecuado puede tener problemas con el Seprona”.
La era de los mamíferos
La extinción de los grandes saurios abrió el paso al reinado de una nueva expresión de la evolución y la vida: los mamíferos.
A apenas ocho kilómetros de la ciudad de Murcia, en el Puerto de la Cadena, fue hallado un increíble testimonio de esta era:
“Las obras de la autovía sacaron a la luz en el entorno del Parque Regional de Carrascoy los fósiles de tortugas gigantes, mastodontes, jirafas, bóvidos, cocodrilos, simios… e incluso hojas que nos permiten reconstruir la flora de la época”, explica Gregorio Romero, quien vivió de cerca este hallazgo.
Estos tesoros permanecían enterrados desde hacía más de cinco millones de años, cuando las aguas del mar se retiraron y lo que hoy conocemos como Murcia emergió.
El yacimiento del Puerto de la Cadena fue declarado Bien de Interés Cultural en 2013.
La Hoya de la Sima
Durante casi un siglo, los canteros extrayeron losas de yeso del paraje de la Hoya de la Sima, en Jumilla, para la construcción de casas, bodegas y almazaras. Los picapedreros cortaban las capas de yeso en cuadrados del tamaño de una vara castellana (84 centímetros) y cruzaban los dedos para que no aparecieran en ellas unas molestas huellas de vaca y de un gigantesco pastor descalzo que estropeaban la lisura de la losa. Algunas estaban tan pisoteadas que las bautizaron como “verrugosas” y eran directamente inservibles.
Los sencillos canteros no podían saber que no se trataba de vacas, sino de camellos, ni de un gañán, sino de osos, ni que estos seres habían vivido hacía más de siete millones de años.
En 1997, Cayetano Herrero, intuyendo que algo de gran valor paleontológico se ocultaba bajo la Hoya de la Sima, apreció con criterio científico el descubrimiento.
Hace siete millones de años, la cantera fue una laguna de baja salinidad a la que acudían a beber numerosas especies. Para la posteridad han quedado las pisadas de antílopes, osos, tigres de dientes de sable, hipariones (el antepasado del caballo) y gigantescos camellos de 1’90 de estatura.
Quien visita hoy este paraje, puede contemplar el rastro de estos seres extintos como si hubiesen pasado por allí ayer mismo. Nadie diría que millones de años nos separan.
“Fue la salinidad de la laguna lo que propició que las aguas se colmataran y convirtieran en yeso, y nos hayan llegado hasta hoy”, explica Cayetano Herrero.
“Las huellas del hiparion son especialmente valiosas. No hay otro ejemplo en Europa ni en Asia”, añade.
El descubrimiento de la Hoya de la Sima condujo a una conclusión inmediata: Si durante casi un siglo se había estado extrayendo yeso de la cantera para los hogares de Jumilla, era seguro que muchas casas de la localidad tendrían en los reveses de sus paredes y suelos más huellas.
“Empezamos a recuperarlas”, rememora Herrero. “Algunas las rescatamos de escombreras y contenedores adonde habían sido arrojadas ya”.
Estas fascinantes piezas pueden contemplarse hoy en el museo de Jumilla.
El hallazgo de la Hoya de la Sima propició, en 2007, otro de no menos valor en la Sierra de las Cabras: En total, 225 icnitas dejadas hace cinco millones de años por, entre otros, rinocerontes, hipariones, jabalíes y grullas.
La puesta en valor del patrimonio paleontológico de Jumilla atrae a esta localidad científicos de todo el mundo.
La hora de los humanos
Los ancestros del ser humano sólo aparecen al final de esta historia.
La evidencia más antigua de nuestra presencia en la región es una falange de dedo de un millón de años hallada en Cueva Victoria (Cartagena). Para muchos paleontólogos este pequeño hueso fosilizado podría ser la prueba de que el Homo habilis colonizó Europa cruzando el Estrecho de Gibraltar, y no a través de Asia, como se ha sostenido tradicionalmente.
Restos más recientes, de neanderthales de hace 850.000 años, aparecieron el la Cueva Negra de Caravaca. Y en la Sima de las Palomas (Torre-Pacheco) fueron hallados al menos tres esqueletos de hace 50.000 años.
Dragones, talismanes mágicos, el Gran Diluvio
El ser humano tardó mucho en comprender qué eran los fósiles.
“En la antigüedad se consideraban objetos mágicos”, explica Gregorio Romero. “Aristóteles los interpretó como juegos o pruebas de la naturaleza. Animales que querían llegar a ser, pero que no lo lograban”.
El filósofo no iba desencaminado.
Los pueblos neolíticos los consideraban objetos mágicos y los utilizaban como amuletos. Hacían collares con ellos.
Durante la Edad Media se creía que los huesos de dinosaurio pertenecían a dragones.
Este tipo de creencias se perpetuó hasta el siglo XVIII. Fue ya en el XIX, la era de las grandes expediciones científicas, cuando ingleses y franceses interpretaron adecuadamente los fósiles por primera vez.
“Pertenecían a criaturas marinas, pero aparecían en lo alto de las montañas. Eso desconcertaba mucho. La Iglesia lo justificaba con el diluvio universal”, relata Gregorio Romero.
Ciencia y religión han colisionado mucho en este terreno.
Las dificultades a las que se enfrentaron en España los pioneros de la paleontología fueron aún mayores.