Juan Bosch: “Al principio luchábamos para que no destruyeran el yacimiento de San Esteban; ahora luchamos contra el abandono”
En diciembre de hace dos años, durante la elaboración de un reportaje para la revista digital sobre patrimonio que acababa de crear -Sawar Murcia-, tuve ocasión de entrevistar a Juan Bosch, el presidente de la Asociación de Amigos del Yacimiento de San Esteban. El objeto de la investigación era el derribo de los baños árabes de la calle Madre de Dios, en la ciudad de Murcia -un monumento protegido por la ley que acabó misteriosamente en el suelo en 1953, y cuyo solar habría de atravesar poco después la nueva Gran Vía-, y me pareció conveniente trazar una conexión con el caso del yacimiento andalusí de San Esteban. La polémica que había envuelto el caso, la lucha entre el interés general y el particular, y la enorme movilización ciudadana que se generó alrededor de los restos arqueológicos, podría servir de enganche entre el derribo de los baños árabes y la actualidad.
Con motivo de la presentación de un recurso ante el Tribunal Constitucional por parte de varios colectivos, para que se revise el archivo de la causa contra varios altos cargos de la Administración regional que decidió la Audiencia Provincial en junio de este año, debido a su gestión del yacimiento arqueolígico, rescato la entrevista a Juan Bosch para eldiario.es Región de Murcia. La entrevista está fechada en enero de 2013 pero pone en situación de todo lo ocurrido en torno a San Esteban.
¿Cómo empezó el movimiento ciudadano para salvar el yacimiento de San Esteban?
En 2009, el día que convocaron una reunión en la plaza Mayor de Murcia. La convocaron una escritora, un arquitecto y un escultor. Fuimos unas trescientas y pico personas que no nos conocíamos de nada, y allí había un micrófono, y cada uno expresaba su opinión sobre lo que estaba pasando con las obras de San Esteban. En ese momento vino una mujer y dijo que estaban sacando del yacimiento unos palés de ladrillos que habían desmontado. Y cuando yo me puse delante del micrófono, dije: “Esto para mí es un delito, y como es un delito, yo me voy a denunciar. Quien se quiera venir conmigo, que se venga”. El ochenta o noventa por ciento de la gente se vino conmigo al Seprona –Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil- a denunciar. Allí se hicieron las denuncias oportunas, las primeras. Pero claro, cuando tú
denuncias, las cosas van muy, muy despacio.
¿Qué acciones llevaron a cabo ustedes mientras la denuncia seguía su curso? ¿cómo se organizaron?
A partir de ese día se formó un grupo de cinco personas, y todos los días íbamos al yacimiento a dar la vara, a ver qué pasaba… Y la obra seguía, hasta que llegó el verano de 2009. Ahí sí que ya se veía que… Ahí vino una retroexcavadora
de esas que… Pero el caso es que aquí empezó a funcionar muy bien Internet y el boca a boca, y de esas cinco personas pasamos a ser otra vez unas trescientas personas fijas. Todos los días íbamos de cien a trescientas personas, y de tanto ir, al final lo convertimos en algo nuestro. Al principio era algo que queríamos conservar, pero luego lo sentíamos como nuestro. Quien no ha vivido algo así, no lo puede entender. Es difícil de explicar.
La movilización ciudadana se puso en marcha, pero, ¿qué pasaba mientras tanto con la Administración?
La Administración iba tomando resoluciones para continuar la obra, pero como tenemos una buena red de contactos, cada vez que tomaban una decisión, nosotros nos enterábamos el mismo día. Si no, no hubiéramos hecho lo que hicimos, porque antes de que ellos hicieran nada, nosotros ya estábamos ahí. Impedíamos desde que entrara una retroexcavadora, hasta… Mil cosas.
Tenían que vérselas todos los días con los empleados de la obra. ¿La Policía no acudía?
Sí que acudía, a tomarnos nota. Con quienes hablábamos mucho era con los encargados de la obra, sobre todo con uno al que le encantaba decirnos que éramos unos hijos de puta, un tipo muy grande y muy maleducado, pero no entrábamos en
las provocaciones. Y la Policía venía a tomarnos nota a nosotros, pero a mí no me ha llegado ninguna multa de aquello. Allí hemos estado encadenados, hemos estado acampados… Hemos hecho de todo, hemos pedido amparo a la Casa Real, le hicimos llegar una carta al Príncipe Felipe cuando estuvo aquí... Nos preocupó mucho el que se conociera el yacimiento a nivel nacional e internacional. Un día montamos ahí una escalera y conseguimos que vinieran a ver el yacimiento cuatro mil personas de todos los lugares.
Y consiguieron que se pronunciaran sobre el tema algunas personas de gran prestigio.
Sí. José María Luzón –Catedrático de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid-, Pierre Guichard –Profesor de Historia Medieval de la Universidad de Lyon II y especialista en Al Andalus-, la Sociedad Europea de Estudios Medievales, la Sociedad Española de Protección de Monumentos…
Sin embargo, ustedes sabían que así tampoco se podría aguantar mucho tiempo.
Pues no, aunque llegamos a convocar una manifestación a la que acudieron entre ocho y doce mil personas… Pero claro, como veíamos que la Administración no tomaba medidas, se pensó en la opción del juzgado. Se tomó la opción de la Fiscalía, y ahí colaboramos bastantes colectivos de Murcia. Aún no estábamos organizados como asociación, estábamos demasiado ocupados, pero participamos ocho colectivos. Cuando conseguimos meter una denuncia a través de la Fiscalía, empezó la ‘marchita’.
Y llegó el 9 de diciembre de 2009. ¿Qué pasó ese día?
Pues aquel famoso día 9 de diciembre, sobre las 11 de la mañana, pasó por allí una mujer con su nieta… Como éramos muchos, siempre pasaba alguien. La mujer vio que había un camión de Valencia lleno de palés y de cajas para meter piezas arqueológicas, y me llamó y me lo contó, y recuerdo que yo no le dije que se pusiera delante del camión, pero ella se puso entre el camión y la puerta del yacimiento, para que no entrara. Entonces llamé a otro miembro del grupo y le dije que fuera a echarle una mano a esta mujer mientras que yo avisaba a más gente, porque nosotros teníamos una red muy bien montada… Teníamos una cadena de contactos de trescientas personas en la que uno llamaba a diez personas, y cada uno llamaba a otras diez, y en un momento nos juntábamos cuatrocientas personas. Y bueno, cuando llegó allí el chaval al que yo había llamado, se encontró a la mujer con la nieta delante del camión, y ¿qué hizo? Pues abrió la puerta y se subió
al camión. El camionero le dijo, “¿tú que haces aquí?”, y éste le contestó, “voy donde tú vayas, pero al yacimiento no entras”.
¿Qué sucedió entonces?
Pues que conseguimos que el camión se fuera mientras íbamos llegando poco a poco más gente, pero lo que hizo fue entrar por otra puerta. Y nosotros, como hormiguitas, fuimos acudiendo. Entonces hablamos con el encargado de la obra y le dijimos: “No te vamos a permitir que desmontes un ladrillo del yacimiento, y si tenemos que saltar, vamos a saltar”. Luego llamé al Seprona y hablé con el Teniente Muñoz, creo que era, y le dije: “Mire, aquí estaremos unas trescientas personas, y el yacimiento van a empezar a desmontarlo, y nosotros no lo vamos a consentir; si tenemos que saltar la valla, la saltamos”. Nosotros lo teníamos previsto y habíamos soltado algunas vallas en diferentes puntos del yacimiento, por si teníamos que entrar.
Mientras tanto, ¿Qué hacía el encargado de la obra?
Pues mientras venía el Seprona, el encargado llamó a la Policía Nacional, y cuando llegó la Policía le explicamos lo que estaba pasando. El agente de la Policía se portó muy bien con nosotros, y quiso entrar al yacimiento, a ver, pero el encargado no le dejó pasar; le dijo que si no tenía una orden, que no entraba, así que se ve que el Policía le dijo, “pues ya te apañarás”. Como nosotros no estábamos liando escándalo ni alterando el orden, el agente dijo que no tenía que hacer nada allí. Luego llegaron el Teniente y el Sargento del Seprona y se pusieron a levantar acta de lo que estaba pasando, pero mientras tanto, pensamos que teníamos que avisar a la Fiscalía. Así que dos personas del colectivo se fueron para avisarlo, porque claro, allí se podía liar una gorda. Estaba la cosa calentita, porque allí estaba el Teniente, y estaban ellos desmontando… Aunque sólo pudieron quitar catorce ladrillos, ¿eh? Están contados. Y bueno, los del Seprona se llevaron el informe al Juzgado de Guardia.
Entre visita y visita, el tiempo seguía pasando.
Claro. En el tiempo que transcurrió desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde que se resolvió el tema, allí ellos intentaban desmontar el yacimiento. Entonces nosotros, ¿qué hicimos? Esto es fuerte… Éste que te habla, se fue a una ferretería: compré candados de moto y cerré todas las puertas del yacimiento, menos una, y tiramos las llaves a la alcantarilla. Al dejar una puerta abierta, una pequeña, no podían decir que habíamos secuestrado a nadie allí. Ellos dijeron que les habíamos encerrado y vinieron unos antidisturbios, y estuvieron allí con nosotros. Nosotros les dijimos que no habíamos encerrado a nadie, que había una puerta abierta y que si no salían era porque no querían. Y bueno, después, tú imagínate… Trescientas personas dando golpes a la valla con zapatos y con todo… Era impresionante.
Y llegó el momento de la resolución.
Sí. Después de todos los enfrentamientos y los follones, a las cuatro de la tarde vino el Teniente del Seprona con el Secretario Judicial. El Secretario del Juzgado les dijo, “todos fuera, aquí no se puede tocar nada”, y en ese momento paralizaron la obra y la precintaron.
Tuvo que ser emocionante para ustedes.
No te lo puedes imaginar, eso es como si le salvan la vida a alguien. La gente no se puede hacer una idea de lo que sentíamos todos los que estábamos allí, desde las mujeres mayores hasta los chavales… Yo nunca había visto algo así, los ciudadanos pidiendo algo de noche y de día, ¿eh? Y ahí lo tienes, ahí está San Esteban. Además, una hora después de que el Juzgado paralizara la obra, Ramón Luis Valcárcel –expresidente de la Comunidad Autónoma de Murcia-, desde Alemania, dijo: “No se hace el aparcamiento subterráneo, el yacimiento se conservará…”. Pero claro, ya llevaba una hora paralizado judicialmente.
Después decidieron constituir la asociación de amigos del Yacimiento de San Esteban.
Sí, y fue un acierto. Se fue madurando y se creó en el momento oportuno. Alguna gente se acercó a esta historia para hacerse un nombre, pero no porque les importara el yacimiento. Nosotros, después de paralizar las obras, creímos que había que darle un sentido a eso, porque cuando tú empiezas a poner recursos… Ahí ya teníamos que decir, “oye, que somos nosotros”. Nos tuvimos que constituir en colectivo, y nuestra asociación ahora pertenece a la Federación Española de Amigos de los Museos sin tener museo. Por algo será.
Y la actividad no se detiene.
La lucha continúa ahora de diferente manera. Antes era para que no lo destruyeran, y luego la lucha fue contra el abandono. Cuando se paralizó la obra, la Administra ión lo abandonó totalmente. Hay que tener muy claro que si no hubiera habido gente trabajando por el yacimiento de San Esteban, no existiría actualmente. Aunque yo sea el que los representa, hay cuatro mil y pico personas pendientes de San Esteban. El trabajo que era de grito, ahora se hace de otra manera. Somos una Asociación de alcance nacional e internacional. Cada vez que hacemos “click”, llegamos a un millón y medio de personas. Los socios pagamos una cuota, no recibimos ayudas, y con ese dinero organizamos premios, jornadas, congresos…
¿Tiene la sensación de que, por momentos, en este tipo de conflictos parece que los ciudadanos están solos frente al interés privado?
Es una pena decirlo pero a veces es una lucha de uno contra dos. Aquí luchamos también contra la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales. Muchas veces hemos tenido que pelear contra ellos. Quizá sea porque no coinciden los tiempos de la actividad privada con los de los trámites burocráticos de la administración pública... Es vergonzoso. Es vergonzoso que ciudadanos como nosotros tengamos que pelear por la conservación del patrimonio. Es que, para eso, que quiten las leyes. Y lo de San Esteban, es que era un gran negocio…
Por ejemplo, hoy en día los ciudadanos habrían podido salvar los baños árabes de la calle Madre de Dios, derribados en 1953 para abrir la Gran Vía.
Los baños se habrían salvado. Hubo dos o tres personas que sí que se enfrentaron a las autoridades… En aquella época era muy difícil, pero pasaba exactamente lo mismo que ahora. La meta era la misma.
En aquel momento, las presiones económicas y políticas fueron determinantes. En el conflicto por las obras de San Esteban, ¿recibieron presiones de algún tipo?
Sí, y amenazas. A mí han venido a amenazarme a la puerta de mi casa. Y yo les dije: “Decidle a vuestro jefe que venga él aquí, pero también os digo una cosa, que nosotros no vamos a parar”.
En esas circunstancias, ¿alguna vez pensó usted en abandonar?
No. A nosotros todo eso nos ha dado más fuerza. Aquí cada vez hay más motivos.