ÁLBUM | Una pandemia en imágenes
Euskadi se ha vaciado. Lo hizo incluso antes de que lo ordenaran las autoridades. Aquel sábado 14 de marzo muchos locales bajaron la persiana voluntariamente y la población se recluyó masivamente. Ha habido algunas excepciones, sí, personas que han querido viajar a sus segundas residencias, hacer deporte o pasear con alguna excusa peregrina, pero la realidad es que el coronavirus ha desertizado avenidas, aparcamientos y autopistas.
El silencio de la Vitoria vacía solamente lo rompen las ambulancias que cruzan sin parar la ciudad trasladando a los enfermos más graves de Covid-19. La poca gente que sale a la calle para trabajar o comprar lo hace, en buena medida, con guantes y mascarillas. En los comercios ha pasado a ser una norma no escrita hacer cola dejando varios metros entre un carrito de la compra y el siguiente. En algunos supermercados proporcionan desinfectante.
La poca gente que se cuela en las fotografías de estos días lo hace en solitario y hasta se cambia de acera para evitar cualquier contacto. Ningún niño juega ya con los chorros de la Virgen Blanca. Y nadie disfrutó de la última nevada. El transporte público circula semivacío en cada trayecto, los semáforos se abren y se cierran para vehículos que nunca llegan. ¿Arrancará ese coche aparcado bajo tu ventana después de semanas en el mismo lugar?
En Donostia, el estadio de la Real Sociedad hace tiempo que no ruge con los goles del equipo local. Tampoco es que pueda abuchear los del rival. Ahora se yergue silencioso en medio de un enjambre de calles y avenidas vaciadas, como el otrora bullicioso entorno del Buen Pastor. Ocurre lo mismo en otras zonas llenas de vida, como las murallas de Hondarribia.
Es extraño caminar por el Casco Viejo bilbaíno un jueves a las 19.00 de la tarde y no encontrarse con las cuadrillas, pintxo y pote en mano. El bullicio de la música y la gente brindando, charlando y cantando por las calles es ahora un silencio apagado tan solo por las pocas personas que van, de una en una, a comprar al supermercado de la esquina. A un par de kilómetros de allí, las escaleras más famosas de Bilbao, las del Ayuntamiento, que han sido el escenario simbólico de protestas de nuestros mayores por sus pensiones, de los más jóvenes por el planeta y de las mujeres por un mundo más justo e igualitario, yacen vacías y solitarias.
Los trenes del metro que recorren bajo tierra la ciudad, acostumbrados a pasar cada dos minutos, ahora tardan más de 10 y tan solo llevan a las pocas personas a las que sus trabajos no les permiten quedarse en casa. Mascarillas y guantes suben y bajan en cada estación, casi fantasma. La Ría tampoco tiene testigos estos días. Ni el Guggenheim recibe visitas de turistas. Ya nadie se saca fotos con Puppy, aquel perro gigante que una vez Jeff Koons convirtiera en icono de esta ciudad. La capital vizcaína, confinada, espera desierta, a que todo vuelva a la normalidad.
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