“Tras leer entera la página de la violencia, hay que dejar una puerta abierta”
Joseba Irazu (Asteasu, 1951) es para (casi) todo el mundo Bernardo Atxaga. Hay quien descubre en él un poeta, un músico-compositor frustrado, un filósofo de la Euskal Hiria; siempre un conversador ameno y didáctico. La charla con Atxaga discurre entre los recuerdos de juventud, el universo musical que acompaña a este melómano empedernido y la reflexión humana y política. Hay sitio para la literatura, claro: el teatro –una obra sobre Xabier Lete- acaba de suplantar momentáneamente a su pasión por la novela, -no en vano la “breve composición teatral” 'Borobila eta Puntua' fue su primer texto en euskera-.
De entre su figura menuda, coronada por un desordenado y encanecido pelo, sobresalen unas manos que hablan por derecho propio, escapando casi al control de este director de palabras, y que parecen querer entablar un diálogo con una audiencia inexistente. Con 27 años dejó un anodino puesto de economista en un banco en Donostia para estudiar Filosofía en Barcelona, -“una ciudad de paso”, confiesa- aunque mintió “como un cosaco a mi familia: les dije que iba a una sucursal allí, para tranquilizar a mi madre, sobre todo”, relata entre risas. Luego llegaron las traducciones, el éxito, 'Obabakoak' (1988), el Premio Nacional de Narrativa, su concepto de Euskal Hiria al que ahora se apuntan siglas de todo tipo. Hoy reparte el tiempo entre sus pasiones, sus exigentes hijas adolescentes y la creación.
Y a sus 64 años, Atxaga ha entrado en lo que él mismo llama “la tercera vuelta” de su vida. Y pese a lo andado, y lo que queda por llegar, ve “el mundo más simple, más esencial” porque “antes del pueblo”, el suyo, con su casa de más de 300 años en Zalduondo, “hubo espacio y antes silencio”. Y esa relación con el espacio le afecta mucho. “Vuelvo al pueblo porque necesito tiempo para pensar”.
En alguna ocasión ha hablado de la ciudad como “el lugar de la palabra, pero uno mira a Grozni, Faluya, Idomeni… y solo ve conflicto.
Es un error por mi parte en el planteamiento. Me he dado cuenta hace muy poco. Cuando hablo de Euskal Hiria, de la ciudad vasca, es una alegoría, de algo que no existe, de algo estrictamente metafísico. Tiene un tono de literatura utópica. Es la búsqueda de una atmósfera, pero sí tiene un correlato en la actuación política.
Lo que en principio era una “modesta utopía para una mejor convivencia” se ha tornado en concepto político: Euskal Hiria
Lo es. Aquí ha venido gente de Extremadura, de Andalucía, gente que estaba en Gipuzkoa formando un primer conglomerado. En las escuelas, me parece que igual aquí en Araia (Álava) los niños tendrían que estudiar canciones extremeñas, un día o varios a la semana, o el Carnaval de Burgos o del Villasa de Mena, no solo el de Lanz, por ejemplo, porque el Carnaval es universal. El segundo conglomerado que ya está aquí es el del niño de Kenia, y en esa escuela habría que poner ‘Cuentos negros para niños blancos’, un libro precioso de Blaise Cendrars.
¿Se acuerda cuándo acuñó el concepto de Euskal Hiria?
La primera vez que hablé de esto fue a los profesores y maestros de Bizkaia. Hace unos 20 años. En Bilbao. Y ya hablaba del segundo conglomerado de gente que estaba viniendo aquí. Y que los que llegaban también se tenían que sumergir en lo de aquí. De ahí viene la idea. Y claro políticamente yo veo esto como la ‘polis’, como una ciudad, no veo provincias, ni nada que se le parezca. Si tienes el concepto de herria (pueblo) en la tradición romántica, al final llegas al concepto de frontera. ¿Cuál es nuestro territorio? Eso me parece un callejón sin salida, una hipótesis impertinente sin posibilidad de materialización. El territorio de una ciudad es su fuerza de atracción. Una ciudad es fuerte económicamente, culturalmente, organiza los mejores conciertos…. Un músico me dio una lección una vez: Cuando grabas un disco, me dijo, tú lo escuchas en el estudio con unos cascos y piensas: “que bien suenan los bajos, y tal”, ¡pero luego la gente lo escucha en el transistor, eh¡ Y ahí, ni bajos, ni nada. Euskal Hiria es atractivo como lema, y como juego de palabras, también.
20 años después, ¿estamos más cerca de esa utopía?
Diría que la idea se acopla perfectamente a la realidad. Hay que dar respuesta a muchas cosas: cómo enseñar euskera a los que vienen de otros sitios, vamos a una sociedad muy heterogénea, a un conglomerado en el que el ideal utópico es la convivencia, pero igual hay que buscar lo posible, que es la coexistencia pacífica. Sin más. He estado en Estados Unidos y pensaba antes de ir –porque he leído tonterías que escribimos los escritores- ¡qué de parejas mixtas! Pues no vi ni una, y me di cuenta en las tres universidades en las que estuve –en el sur, en el norte y en el oeste- que había gentes de diferentes razas, pero había también una línea invisible y no se trataban, tampoco se pegaban, eh! No se mezclaban para nada.
Así que lo del 'melting pot estadounidense, ¿es una ficción?
Existe esa cazuela, pero todos los elementos que están dentro siguen sólidos y no se mezclan. Al menos, es mi experiencia. Leí un estudio muy bueno sobre los mormones, a los que por cierto tuve en mis clases. Todos son correctos, correctísimos, diría, pero no se tratan y jamás irían juntos a una cena, por ejemplo, Es muy curiosa.
¿Y eso puede explicar, en parte, lo que está pasando en EE UU con Donald Trump?
Eso está en la literatura y está en el cine. Es un poco ‘Easy rider’. Hay un fondo de una sociedad muy poco abierta, y ante la diferencia, no sé, a los que nos gusta la música sabemos que no hay nada mejor a ese día que descubres a Touré [músico de Mali que ha hecho fusión] o su mezcla con Ry Cooder o la música negra del Perú: la variedad del mundo. No hay nada mejor que la variedad, la mezcla. Sin embargo, socialmente eso no es verdad. Los apaches no tienen una palabra para diferenciar al otro del enemigo.
Aquí en Euskadi también hemos estado un poco 'apachizados'.
Bueno. Aquí los últimos 40 años hemos vivido en crisis perpetua. Mutaba: Las preguntas que te planteaba la realidad, las posturas que había que tomar o no tomar, constantemente interperlado por lo que sucedía. Esa crisis, ese malestar ha dado una sociedad, la vasca, comparativamente más abierta que otras muchas. Pero lo que empujó todo como un mal viento de cola fue la dictadura y la Guerra civil. Sería inexacto decir que en la Guerra Civil los vascos estuvieron solo en un bando: estuvieron en todos. Pero en la postguerra, la represión, sobre todo con la lengua, fue completamente indiscriminada y salvaje. José Artetxe tiene una novela ‘El abrazo de los muertos’. Es del PNV, ve lo que están haciendo los rojos fusilando curas y se pasa al otro bando y ve que están haciendo lo mismo. E intenta hacer un pequeño artículo eucarístico en euskera y se lo prohíben. Con esto quiero explicar lo indiscriminado de la represión. En la próxima vida escribiré lo que es tener una lengua estigmatizada, puede ser duro. Ahí es cuando el horno se enciende. Pero después llega ETA. Los años más feroces son en los 80, el horno prende otra vez, esa ha sido la historia de nuestra vida, de nuestra generación
¿Y ahora, el horno cómo está? ETA lleva cinco años sin matar ni asesinar.
Ahora parece apagado. Pero hay algo que es el poder de la violencia. Cuando yo estudiaba filosofía en Barcelona actuaba el 'violador del Examble', era uno; pues las chicas que iban con nosotros a la facultad nos pedían que les acompañáramos por la tarde a casa porque tenía mucho miedo. Ahora, hace cinco años por fin, se ha terminado. Ya se veía venir. Y veo una apertura enorme en los niños, en los jóvenes; tienen otros problemas e inquietudes: mis hijas lo primero que dirían es la feminista, es de lo que más leen, luego igual te dicen el tema social, la pobreza, la exclusión o el racismo. Y luego te dirán también que hay unos de Ikasle Abertzaleak [el brazo estudiantil de la izquierda abertzale].
La violencia, efectivamente, tiene un poder tremendo, incluso de presencia. ¿Puede haber un riesgo de olvidar lo que ha pasado? No sé si vio la entrevista de Arnaldo Otegi de Jordi Évole
Sí
¿Qué le pareció?
Tuvo tensión. Estuve muy atento. Sinceramente creo que el proyecto de Arnaldo Otegi y de la izquierda abertzale no tiene un buen recorrido. Me parece que la independencia, fuera el eco emocional que pueda tener, es un concepto y una práctica política muy ligada a una situación histórica concreta: no solo a los movimientos románticos del siglo XIX, sino a la dictadura, al franquismo, una especie de reacción ante el que te niega todo y con una represión enorme. No me parece un buen modelo político para nada, la debilidad del proyecto de Otegi y los suyos es que sigue tirando de la palabra independencia y al mismo tiempo están presos de la misma. No va a tener más remedio que desdecirse, y se va a ver pronto. Esa es una pata muy coja. Por ahí no hay salida. Yo ya sé que la idea federal, autonómica, no es nada heroico, pero le diría: “deja lo heroico para tu casa”, la vida social donde hay gente todo son compromisos, hilvanes. Yo soy un reformista total en política y no siento ningún anhelo por lo heroico. Tampoco me gusta Wagner.
Bueno, es la banda sonora del romanticismo y de algún otro periodo tremendo del siglo XX.
La relación con el paisaje de los románticos, Goethe, etc, la naturaleza viva, todo eso me encanta, forma parte de lo mejor en mi forma de sentir, pero no en lo político.
Otegi no tenía muchas ganas de mirar hacia atrás. Hay una batalla del relato. Usted fue el que acuñó lo de que la página hay que leerla entera antes de pasarla para referirse a este tema de la memoria.
En Albania, donde me carteo con un escritor de allí, están también con todo lo que les pasó. Y ha escrito un artículo en el que dice exactamente lo mismo: antes de pasar la página vamos a leerla. También conozco las teorías de Tvetan Todorov, pero para otras realidades como la judía, también el olvido es necesario. Eso se puede plantear para la realidad judía, que ya es muy explícita. En Navarra, por ejemplo no puedes decir que hay un exceso de memoria.
No le hablo solo de ETA, también de la Ley de Memoria histórica o de las exhumaciones de represaliados por el franquismo.
Hay que mirar atrás y leer la larga página, como mínimo desde el 36 hasta ahora mismo y, después de leer esa página entera, hay que dejar una puerta abierta, tampoco me parece bien que las nuevas generaciones se vayan uniendo con flores negras. Me parece que una generación deba transmitir a la siguiente esa página para que la lea también, pero no debe transmitir lo emocional que va unido a esa página, ni debe haber ningún tipo de hiperbolización, se debe ser exactos.
No reescribir la historia
No reescribir la historia, ni utilizarla como un arma cargada de futuro. Tampoco vamos a vivir siempre del pasado, piensa mucha gente, y yo no desdeñaría ese sentimiento de muchos. Ahora, es evidente que en todas las culturas hay que enterrar a los muertos, ponerles nombre y hay que contar lo que les pasó. Hay que hacer un duelo, saber manejarlo y luego hay que abrir la puerta hacia delante. El duelo libera. Y todos no podrán asumirlo. Probablemente, los más jóvenes, los niños, podrán asumirlo sin ningún problema.
Es decir, que esa generación que ha utilizado la violencia terrorista o incluso la conculcación de derechos humanos con la tortura, no cree que vaya a ser capaz de reconocer el daño causado.
Creo que es una cuestión de generaciones. Pasará igual que con la Guerra Civil, se ha tardado muchísimo en empezar a hablar de lo ocurrido. Aquí también pasarán generaciones, quizá hablen los que se sientan libres de culpa. El que se sienta con culpa es muy probable que no quiera mirar atrás, que no lo acepte y, en el peor de los casos, que tire la piedra a otros para ver si él se queda fuera y libre. Acuérdate de la mujer de Lot, miró para atrás y se quedó… es muy duro aceptar lo que pasó y las responsabilidades para los directamente implicados. Aunque hay que ayudar para que eso se produzca, será por mi fondo cristiano, supongo, pero así lo veo. La dureza siempre ha sido mal síntoma. En un discurso duro entran tres justos, pero igual también siete vengadores. Y vengadores muy poco de fiar, como ya hemos visto en la Guerra Civil. La firmeza, en cambio, sí me parece un gran valor o la capacidad de proyectar hacia el futuro; en una sociedad, si queda una foto de desequilibrios, igual luego viene un desastre.
Antes ha hablado del euskera. En Euskadi se vive y escribe en euskera, pero también se utiliza como arma arrojadiza. Y luego se celebra el 3 de diciembre porque es el Día Internacional del Euskera.
El euskera se ha convertido con el tiempo en uno de los ejes en la vida de este país, de este territorio. Una de las cinco preguntas que haría a un chico o una chica en un baile: eso de estudias o trabajas… una sería sobre el euskera. Giran muchísimas cosas en torno al euskera: cosas metafísicas, sentimientos, físicas como la economía y también gira lo político. Creo que la lengua puede ser un proyecto de toda la sociedad, de proyecto en común, de cohesión social.
¿Realmente lo cree?
De hecho ya lo es. En Vitoria veo que las familias que no lo han hablado, muchas de ellas nunca, tienen una actitud en matriculaciones de sus hijos, etc a favor de la lengua. Y actúa como aglutinante. Para mí, además, es una lengua extraordinariamente cercana a mi vida, no siempre pacífica, a veces es una relación difícil, pero vivo con ella desde siempre. Y hay que hacer muchas correcciones a los modelos, tampoco creo mucho en una ley férrea y puede hasta que surja una crisis ahí y en el momento posterior será algo bueno. En las crisis se quema mucha porquería. Hace 20 años descubrí el Mediterráneo al decir que aquí, en este territorio, incluso si hablamos de las siete provincias, había tres lenguas: ahora diría cuatro porque el inglés ya está aquí. Y se montó el lío, salió una persona del público…
¿Pero por qué lo evidente siempre es un lío en este país?
Ya, no sé. Creo que es una cuestión de inseguridad cósmica casi. Parece que hay gente que si cede, si acepta lo evidente, si se menea un poco la situación, eso la convierte en peligrosa. Hay dos grandes amigos que siempre me dicen; “qué resistencia hay al cambio aquí, incluso en las clases, propones cualquier cambio y ya te dicen: ”no, no, ni lo toques“. Les parecemos los vascos muy resistentes al cambio.
Pero en materia creativa, el euskera vive un momento dulce me atrevería a decir: Kirmen Uribe, Harkaitz Cano, Maialen Lujanbio en el bertsolarismo o clásicos como Ramón Saizarbitoria.
Es difícil saber cómo está la literatura vasca, porque son los autores, pero también son más cosas. No tengo datos, y los necesitaría para dar una respuesta a esa pregunta sobre cómo está la literatura vasca. Técnicamente, no hay ningún problema para escribir en euskera: si tienes cosas que decir, una buena idea, adelante con ella. Veo que se mueve algo y no es bueno lo que se mueve, no sé cómo encararlo. Y eso sirve también para la literatura en castellano. Algo tan físico como una miopía que hace que la gente no se capaz de leer, hay una ‘nerviosidad’ que impide leer bien; no sé a cuánta gente afecta.
¿Eso es por las nuevas tecnologías?
También, y por el trajín de vida que llevamos. Pero repito, hablo en vacío, son percepciones que tengo. Lo mal que lo pasa mucha gente cuando tiene que hablar de lo que lee y no sabe o no se acuerda de cuándo acabó una novela. Está claro que los escritores escriben, mal o bien, y hay nuevos escritores en euskera, ahí está Eider Rodríguez o Irati Elorrieta.
No le he citado a Joseba Sarrionaindia, no sé si tiene contacto con él.
No tengo un contacto directo, sino a través de gente que le conoce, que está con él. Sé por dónde va su vida, sus libros. Siempre le he tenido respeto como escritor y lo tengo por un gran poeta. Sus libros ensayísticos es otra historia; los voy leyendo, anotando preguntas que no puedo hacer, evidentemente. Allí en Cuba vive por cierto otro escritor vasco, J. E. Urrutia Capeau, pintor y bohemio, que ha escrito la primera novela vascocubana ‘Jururú’.
Usted no está en las redes sociales
No. Utilizo el correo electrónico y la maravilla de las maravillas que es para mí Wikipedia; doy todas las donaciones que puedo y pago todo lo que haya que pagar porque me parece un medio tremendo de educación para la gente que no tiene recursos. No sigo nada de las redes sociales, no me parecen nada interesantes, lo multiplico por cero, como Bart Simpson, o con decimales, 0,3, como decía Jorge Oteiza. Internet ha dado pie a una bestial proliferación de anónimos y nada que sea anónimo tiene mínimo valor, habría que borrarlo. Puede tener, a lo sumo, un valor policiaco. Es negativo y emponzoña el aire. He nacido moderado. Nunca he tenido mucha fe en nada, y eso me ha servido para ser comprensivo con muchas gentes y para ser normal.
No quería terminar sin hablar de uno de sus personajes favoritos en la literatura, Humpty Dumty
¡Ah! Hoy mismo he pensado en él.
¿Por qué?
Porque en la obra de teatro con la que estoy ahora he pensado que a este personaje, que es otro, lo voy a sentar encima de una tapia como en una de las ilustraciones de Lewis Carroll. Me encanta, No hemos hablado nada del humor, me encanta ese humor blanco, sin objetivo. Y la reflexión de Dumty sobre el lenguaje, lo del día de incumpleaños
O aquello que le espeta a Alicia de que cuando emplea una palabra “significa lo que yo quiero que signifique”
Es fascinante, esa frase es genial. Es una metáfora que lo cubre todo. Y también me gusta el humor de Dickens, en concreto el primer libro que leí ‘Los papeles póstumos del club Pickwick’, que es extravagante. El humor, la extravagancia siempre me han encantado, siempre he tenido simpatía por los extravagantes, aunque yo he sido muy poquito extravagante, solo en una etapa de mi vida, cosas sueltas: llegué a dar una conferencia sobre teatro vasco en Barcelona con una chilaba. Como estudié árabe dos años y viajé bastante, pues me puse una chilaba. Y todos pensaban: “aquí va a venir el vasco a darles la matraca, el euskera…” y me fui con mi chilaba. Había tres vascas allí que decían: “¡qué hace este hombre!” ja ja ja, Si parece Muamar el Gadafi.
Siempre recuerdo esta frase suya: “A mí, más que los hechos me interesan como quedan los personajes”; el periodismo y la literatura, tan cerca y tan lejos a la vez.
El mundo de la literatura es el mundo que llamaremos interior. Valerie dice, y para mí es una guía, que el pensamiento de una persona puede ser simple, pero la persona, como tal, nunca es simple. Mi personaje siempre es complejo y, como el mundo pasa a través de él, para hacerlo bien tienes que ir por los personajes, más que por los hechos. Y es muy difícil
Los periodistas estamos encadenados a los hechos
Y con mi novela en la que estoy me ha pasado eso: he entrado por los personajes y al llegar al tercero no sé cómo entrar.
Es gracioso que ahora le tire más el teatro…
Sí, es casi poesía, un cierto tipo al menos
¿Para cuándo estará terminada la obra?
Tengo que entregarla ya, tiene que venir el grupo que la va a hacer y la voy a reescribir ya con el grupo de teatro. Y es acerca de Xabier Lete. La música la va a hacer Juan Carlos Pérez [exlíder de Itoiz], que es una persona majísima. Hago un inventario de su jardín…