El año cuadrado que no saldrá redondo
Pronto estaremos en un mundo en el que se alzarán gritos partidistas contra cualquiera que diga que las vacas tienen cuernos
Antes teníamos a Nostradamus y ahora a los matemáticos discípulos de Pitágoras, ya saben, “todas las cosas conocidas tienen número”. Lo de las profecías estaba traído por los pelos del intérprete y lo del año del cuadrado perfecto (45x45), probablemente el único que viviremos así en nuestra vida, tiene todo de científico hasta que alguien salta con que el último que tuvo esa característica fue 1936 (44x44) y todo se vuelve una risita nerviosa y un decir dónde nos estamos metiendo. Ninguna superstición nos alcanza, ni la numérica ni la adivinatoria. A fin de cuentas, ¿quién predijo la pandemia o la destructiva DANA? ¿Qué fórmula matemática las adelantó?
La cuestión es si el año cuadrado nos saldrá redondo y todos sabemos que en términos individuales es un misterio, pero que como sociedad lo tenemos más complicado. Ya empezamos con mala pata, es decir, discutiendo sandeces. Pocas cosas hay más necias que las polémicas en torno a las personas a las que las televisiones pagan para que nos entretengan hasta que caiga el carillón de la Puerta del Sol. Lo de la tradición en sí es cuestionable, pero lo de transformarla en el primer acto político del año es de traca.
Inventar que un traje más bien feo de corista es una reivindicación y que sirve para visibilizar -¡huyan de este verbo!- los problemas de la infancia doliente porque ha sido realizado con un proceso estrambótico de cristalización de un fluido humano es puro marketing. Pretender que la elección de otros dos presentadores ejemplifica las esencias progresistas al visibilizar -¡huyan de este verbo!- a una generación, con la que convivimos y que trabaja con profusión en todos los medios de comunicación es otra majadería. Dar botes izquierdistas porque una chica joven con un peso por encima del índice de masa corporal, utilizado para medir la zona de riesgo para la salud, tiene éxito es banalizar un poco el hecho incontestable de que todas las personas tienen el mismo valor, sea cual sea su aspecto, y de que no admitimos la discriminación tampoco por razones estéticas. Hablar y debatir sobre las dos chicas y dejar de lado a los maromos es, qué les voy a contar, lo de siempre.
La estampita. Otra polémica de distracción bien engarzada. Los creyentes con dos dedos de frente no se dieron ni por aludidos -aunque probablemente estaban viendo otra cadena, siendo que la pública es de todos y da la misa los domingos-, lo de Abogados Cristianos es una patochada que no llegará a ninguna parte y la derogación de los delitos de opinión y apologéticos es algo por lo que llevo clamando más de una década. Ahora bien, de todos y por convicción, no por propaganda. No de este sí porque ahora da rédito y los demás no. En mi opinión y en la de mucha más gente, alguna bien experta, sólo deben ser delito los discursos que sean capaces de mover a la gente a actuar, es decir, que tengan la capacidad de moverles a delinquir, a causar un daño. Todo lo demás debería estar cubierto por la libertad de expresión por mucho que ofenda o moleste a quien sea y, en caso de fricción, debe ser el derecho civil el que dirima si el honor o la dignidad de otras personas se ha visto comprometida, nunca el penal.
No se puede penar ni la estampita, ni el coño insumiso, ni el cristo cocinado, ni las hostias de Azcona ni no sé cuantas cosas más que hemos visto durante los últimos años. Eso implica no penar cualquier otro acto de humor o sarcasmo o protesta que se pueda efectuar. Nos reímos de todo y nos expresamos todos. Tiene que ser posible quemar un muñeco de Puigdemont, darle a una piñata de Sánchez, quemar la foto del Rey -que ya nos dijo Estrasburgo que claro que se puede- y hasta podríamos hacer mofa de una 'drag' si no nos lo impidiera con multas la ley que redactó Montero. O reímos todos o rompemos la baraja, y la baraja en una democracia no se puede romper.
Amplia vida a la chanza y alto sentido del humor a todos los colectivos, del tipo y signo que sean, que se vean alcanzados por ella. No hay nada más inteligente que descojonarse de uno mismo y eso lo demostraron programas y humoristas especialistas en cebarse en los defectos de su propio colectivo o de su propia sociedad, no solo en la de los demás, que es lo fácil. Recuerden '¡Vaya semanita!', en ETB, que es el ejemplo más claro y más divertido del resultado que da reírse de uno mismo. ¿Por qué los ateos no nos reímos de los ateos? ¿Han oído algún chiste de ateos? Bueno, el del oso, que en el fondo es un chiste sobre Dios.
En el tema del humor en torno a la religión, sea la que sea, pero en nuestro caso cultural de la cristiana, siempre me parece descubrir un poso de cierta frustración o trauma religioso latente. Quiero decir que si eres ateo te resultan indiferentes los signos, símbolos o ritos de los creyentes, de todos en realidad. La necesidad de hacer humor escarnio ¿no es un reconocimiento de la importancia que aún se le da por parte de algunos a la religión católica? Hace unas décadas podíamos hablar de la influencia, de las restricciones o del empeño de la Iglesia Católica por regir nuestras vidas o por influir en la gobernanza, pero hoy en día esto ha quedado muy atrás. ¿Por qué, pues, esa especialidad en hacer bromas con los símbolos religiosos? Hay incluso publicaciones que prácticamente no hacen otro tipo de humor y eso las hace previsibles y aburridas.
No sé, puede que sigamos siendo visceralmente anticlericales, una tradición tan española. Creo que incluso yo peco de seguir siendo algo anticlerical, como si me fuese algo en esa vaina. A lo mejor con esta actitud acabamos dándole la vuelta a la tortilla y lo transgresor va a ser que la gente pueda confesarse creyente. A muchos de hecho les choca sobremanera. Les sorprendería recordar que el actual presidente de RTVE, el que más ha peleado por la llegada de Broncano, es un creyente católico declarado o les sorprendería recordar el nombre de cristianos de Más Madrid que gobernaron con Carmena. Ni he visto nunca el Gran Prix ni le veo especial gracia a lo del Sagrado Corazón de Jesús que, les confesaré, para mí tiene reminiscencias muy entrañables, puesto que en la casa de mi abuela presidía la entrada una imagen del mismo de muy buena talla, lo mismo que en otras tantas de personas a las que quise y aprecié y ahora recuerdo.
Y ya he perdido la columna hablando de cosas sin importancia, que es la perdición de una sociedad que debería estar debatiendo en serio cosas serias. Debatiendo, no arrojándose a la cabeza o blandiéndolas como garrotes para dar a los del otro lado del muro. Debería haber mencionado todo eso que tenemos pendiente y que, junto a la polarización y el desencuentro, hará seguro que el año no salga redondo, básicamente porque algunos los tienen cuadrados y aunque lo sabemos les seguimos el rollo.
Les deseo a todos lo mejor y conste que leo sus comentarios. Valga como ejemplo de intentar reírse de uno mismo. Buen año cuadrado, que les salga redondo.
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