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La brecha que amenaza el futuro del periodismo

Anuncio del New York Times en el World News Media Congress de Glasgow. Junio de 2019.

Rasmus K. Nielsen

“La verdad es dura”. Me he encontrado esta frase a menudo en el último año en varios congresos de periodismo, casi siempre como parte de los anuncios del New York Times. Al verla, pienso en la brecha entre la vanguardia y la retaguardia en el debate en torno al futuro del periodismo.

Empezaré con una verdad no tan dura: durante mi primer año como director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, me han inspirado la ambición, el deseo y la pugna de muchos periodistas, directores y ejecutivos de medios por transformar el periodismo.

A ese grupo le llamaremos la vanguardia.

La vanguardia es a menudo joven, pero no es sólo joven. Maria Ressa de Rappler y Marty Baron del Washington Post no son unos jovenzuelos y los dos están forjando el futuro del periodismo. Tampoco son jóvenes directores como Kath Viner del Guardian o Siddharth Varadarajan del medio indio The Wire, ni muchos otros periodistas veteranos en todo el mundo. Pero quizás el debate en torno al futuro del periodismo es también un debate generacional y tiene que ver con la certidumbre absoluta de que el periodismo en la forma en que lo conocemos no prosperará en el siglo XXI y con la sospecha de muchos periodistas veteranos de que podría durar al menos hasta su jubilación.

Esta última parte es la verdad más dura de todas: la persistencia de una mentalidad que puede infligir un daño duradero en la profesión del periodismo y en los medios donde pervive. Esa mentalidad transforma los desafíos que afrontamos en desafíos mucho más difíciles. Es la mentalidad de quienes dicen que creen que la gente pronto abandonará sus teléfonos móviles y volverá a leer en papel o que abandonará las plataformas de vídeo digital para volver a ver la televisión analógica. O la mentalidad de quienes ridiculizan los valores y prioridades de los jóvenes y los desprecian de forma condescendiente como políticamente correctos.

A este grupo le llamaremos la retaguardia.

Esta mentalidad apenas se ve en la mayoría de los eventos que reflexionan sobre el futuro del periodismo. Pero yo me la encuentro en cada congreso del sector y en cada medio que visito. Y los ejecutivos con esa mentalidad tienen muchas almas gemelas entre quienes toman decisiones sobre políticas públicas.

La retaguardia piensa que el problema es que el mundo ha cambiado demasiado. La vanguardia piensa que el problema es que el periodismo no ha cambiado lo suficiente.

Por supuesto, nada es blanco o negro. Pero en un extremo veo un grupo de periodistas y ejecutivos de medios que quieren cambiar la profesión y desarrollar modelos de negocio que la sostengan en un mundo cambiante y en un entorno digital. En el otro extremo, me encuentro, de forma constante y en todas partes, con otro grupo de periodistas y ejecutivos que prefieren volcar sus energías en intentos vanos de restaurar un pasado idealizado por sus muchas virtudes pero cuyos defectos no mencionan.

Mi experiencia me dice que los periodistas jóvenes están de forma abrumadora en el primer grupo y que los menos jóvenes están en ambos. La vanguardia está llena de mujeres y es más diversa. La retaguardia está llena de hombres blancos como yo.

A la vanguardia y a la retaguardia les importa el futuro del periodismo. Pero la brecha entre ambos grupos es un problema para la profesión y para el sector de los medios. Mientras el primer grupo lucha por hacer realidad visiones de un futuro todavía incierto, el segundo defiende un pasado muerto que tuvo mucho que ofrecer pero que en cierto modo ya no sirve. El sector más veterano de la retaguardia ni siquiera sufrirá las consecuencias de su conservadurismo. Seguirán como hasta ahora, quizá con algún experimento cosmético sobre inteligencia artificial o blockchain para guardar las formas, y eso les bastará para llegar a la jubilación. Entretanto, esta mentalidad seguirá minando la capacidad del periodismo para adaptarse, reinventarse y renovarse. Los periodistas en su conjunto, sobre todo los más jóvenes, tendrán que vivir con las consecuencias de esa mentalidad. Ésta es la brecha generacional (a menudo invisible pero cada vez más real) que divide hoy el periodismo.

“La verdad no es tan obvia”

Ese anuncio del New York Times incluye esta otra frase y sabemos muy bien que es cierta. Al redefinir este año la misión del Instituto Reuters, nos comprometimos a explorar el futuro del periodismo en todo el mundo a base de fomentar el debate y la investigación, y de estrechar lazos entre la academia y quienes trabajan en los medios. Esa misión se basa en tres premisas. En primer lugar, que no queremos luchar por las causas del pasado y que miramos al futuro con entusiasmo. En segundo lugar, que no sabemos cómo será el futuro o cómo debería ser, y que por eso queremos explorarlo por todos los medios a nuestro alcance. En tercer lugar, que no creemos que nadie pueda tener éxito por su cuenta en este propósito, y que nuestro objetivo es conversar y colaborar en esa empresa.

Sin embargo, hay algunas cosas que sí sabemos:

  • Que el periodismo es importante para la democracia (a menudo para bien pero a veces para mal).
  • Que el periodismo es importante para unir a las sociedades (y que a menudo puede separarlas).
  • Que el periodismo es una parte importante del sector de los medios y de la tecnología (aunque una parte pequeña y menguante).

Mi experiencia me dice que a muchos en la retaguardia les gustaría quedarse en la primera parte de cada uno de estos puntos. A menudo prefieren pronunciar discursos que celebran el valor del mejor periodismo y no hacer una descripción precisa del periodismo como es hoy en realidad. Y sin embargo sería un error ignorar cada uno de esos paréntesis. Ese tipo de discursos pueden hacer que nos sintamos bien. Pero planear el futuro con ellos en mente puede producir resultados catastróficos e inevitables. Y aunque los ciudadanos pueden estar todavía dispuestos a considerar al menos esa versión idealizada del periodismo y de lo que significa, muchos ya no creen que esa versión se ajuste a la realidad.

Muchos ciudadanos no confían en el periodismo, consideran que tiene un valor limitado o que les deja exhaustos y quizá por eso no le prestan demasiada atención. Este desprecio va mucho más allá de las imperfecciones que muchos periodistas están dispuestos a admitir. Tres hallazgos del Instituto Reuters en el último año pueden ilustrar cada uno de esos tres puntos:

  • Desde 2015, la confianza en las noticias ha caído en torno a 10 puntos en muchos de los países que mide el Digital News Report, y ahora mismo menos de la mitad de los encuestados dicen confiar en la mayoría de las noticias la mayor parte del tiempo.
  • Al preguntar en 2019 si los medios de información ayudan a comprender las noticias, sólo un 51% respondió que sí (¡Un 51%! ¡Casi la mitad de los ciudadanos responde que no!). Por si fuera poco, un tercio dice que evita las noticias a menudo o de vez en cuando.
  • Por último, la gente dedica a informarse sólo un 3% del tiempo que pasa en Internet. Una organización tan influyente como la BBC aún representa el 63% del tiempo que los británicos dedican a escuchar la radio y el 31% del tiempo que dedican a ver la televisión pero sólo un 1,5% del tiempo que pasa en Internet (apenas un 0,6% en el caso de BBC News). El alcance digital del periodismo es a menudo amplio pero muy poco profundo y no se distribuye por igual entre todos los segmentos de la sociedad.

Es importante que afrontemos juntos estos problemas. Lucy Küng a menudo recuerda un pasaje de una entrevista sobre los modelos de negocio de los medios. “¿Cuál fue tu error más grande?”, pregunta el entrevistador. El consejero delegado de un medio responde: “Siempre digo que si volviera atrás 10 años, no me diría a mí mismo ‘Internet va a ser grande’. Lo que me diría es: ‘Tu negocio va a sufrir mucho más de lo que puedas imaginar. El peor escenario que imaginas es apenas un rasguño’”.

“Apenas un rasguño”. ¿Y si eso lo aplicáramos a la conexión del periodismo con el público y no sólo a su modelo de negocio?

El periodismo existe en el contexto de su audiencia. Su valor público, su poder político, su importancia social, su viabilidad como negocio, su legitimidad como beneficiario de financiación pública y filantrópica… Todo eso se basa en su conexión con la audiencia. Esa conexión a menudo pende de un hilo y depende de nosotros retenerla, renovarla y reforzarla.

La vanguardia comprende esto. La retaguardia se niega a aceptarlo.

“La verdad es poderosa”

La resistencia que nos encontramos a menudo cuando presentamos los hallazgos de nuestros informes sugiere que algunos en la profesión prefieren palmeros dóciles a investigadores independientes. Si apuntamos cosas que no les gustan, nos miran como si fuéramos agoreros deprimentes. Al parecer, prefieren sólo informes que sugieran que el periodismo es magnífico y que era aún mejor en el pasado.

La mayoría de la vanguardia, por el contrario, acepta nuestros hallazgos y asiente cuando subrayan la necesidad de un cambio. Ese cambio debe ir más allá de optimizar o refinar lo que ya existe y deberá abordar cuestiones básicas que tienen que ver con la misión del periodismo (¿para qué existimos?), su valor (¿qué problemas intentamos resolver y para quién?) y su estrategia (¿cómo llegamos a donde debemos llegar?).

Quienes militan en la retaguardia, en cambio, a menudo piensan que las verdades difíciles son para los demás. Piensan que deberíamos idealizar un periodismo que pese a sus valores nos falló con el cambio climático, justo antes de la crisis financiera y en el modo en que cubrió el ascenso de las grandes plataformas digitales. Este periodismo parece ignorar las energías de movimientos como #BlackLivesMatter, #Fightfor15 o #MeToo y de quienes apoyan el Brexit, a Narendra Modi o a Donald Trump, y a menudo se basa en un modelo de negocio que no durará mucho más tiempo.

Las verdades difíciles, sin embargo, no sólo son para los demás. También son para nosotros mismos.

En el Instituto Reuters seguiremos publicando investigación independiente, basada en la evidencia y con una orientación internacional sobre todos los problemas importantes que afronta hoy el periodismo en todo el mundo. Algunos tienen que ver con desafíos externos sobre los que tenemos poco control (presiones políticas, el ascenso de las plataformas, un entorno de negocio cada vez más problemático) y otros son problemas internos que juntos podemos mejorar (cómo cambiar nuestras organizaciones y entablar una relación más fructífera con los ciudadanos que cree valor y genere confianza en la profesión).

El Instituto Reuters no está en el bando de la vanguardia ni de la retaguardia. Pero los hallazgos de nuestros informes están alineados de forma abrumadora con la forma en que la vanguardia ve el mundo. Si los hechos cambian, nuestros puntos de vista cambiarán también. Entretanto, exploraremos el futuro del periodismo con cualquiera que quiera acompañarnos, y con la ayuda de una nueva junta directiva y de un nuevo consejo asesor que reflejan mejor la diversidad de nuestro programa de becas y de la profesión en general.

Nuestro objetivo es ayudar a más periodistas, a más directores y a más ejecutivos a comprender mejor cómo está cambiando nuestro entorno, qué significa eso para su organización y qué pueden hacer para tener éxito en ese entorno cambiante.

En cada evento, programa o informe que lanzamos veo a más personas (algunas jóvenes, algunas más mayores) que llegan a la conclusión de que la respuesta no es más de lo mismo, que volver al pasado ni está bien ni es posible y que tenemos que seguir avanzando hacia un futuro incierto. Es decir, veo a más personas enrolarse en las filas de una vanguardia que necesita tanta experiencia como energía y tanta innovación como conocimientos, y donde siempre hay sitio para uno más.

Esa vanguardia es más importante que nunca porque las acciones de la retaguardia no nos llevarán al futuro y porque nadie vendrá a rescatarnos: ni las plataformas ni las fundaciones ni los gobiernos. El periodismo sólo sobrevivirá si encuentra su camino por sí mismo.

Nosotros seguiremos informando de nuestros hallazgos con independencia pese a los correos electrónicos que recibimos cuando nuestros informes no concuerdan con la visión complaciente de la retaguardia o cuando desafían la forma en que los periodistas y los medios se presentan a sí mismos ante los ciudadanos y ante quienes deciden sobre políticas públicas.

Nuestro espíritu es el mismo del mejor periodismo, que busca la verdad e informa sobre ella no porque sepa a ciencia cierta lo que deparará el futuro o cómo resolver los problemas sino porque sabe que la verdad tiene el poder de cambiar las cosas y que quienes tienen acceso a información fiable y relevante y la oportunidad de deliberar sobre ella con sus conciudadanos toman mejores decisiones.

Ese mismo papel es el que nosotros aspiramos a desempeñar en colaboración con la profesión, con el sector de los medios y con otros interlocutores: ofrecer análisis basado en la evidencia y estimular el debate sobre los problemas más importantes que afrontamos por muy incómodos que sean para las élites que aún mandan en algunos medios. Ese foco en explorar el futuro del periodismo es nuestra respuesta a la pregunta que yo mismo planteé hace un año cuando asumí el puesto de director del Instituto: ¿qué podemos hacer para ayudar a los periodistas (y a quienes dependen del periodismo) a reinventar la profesión?

Nosotros no conocemos las respuestas y no sabemos a ciencia cierta qué traerá el futuro para el periodismo pero queremos ser parte de ese viaje y seguiremos buscando respuestas por medio de nuestras becas, de nuestros programas de liderazgo y de nuestra investigación.

No seremos ni agoreros ni palmeros dóciles sino exploradores y nos gustaría que tú también nos acompañases en esa empresa.

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