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Opinión - La fiesta acaba de empezar. Por Esther Palomera

Coacción en la Embajada

El opositor venezolano Edmundo González.

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El título de este artículo podría servir para que algún guionista, estoy pensando en Woody Allen, de la mano de un productor avispado, rodara una película basada en los acontecimientos que hemos vivido estos días en la residencia del embajador de España en Caracas. Yo les aconsejaría que se olvidasen de elegir actores profesionales y, si pueden convencerles, utilizar a los protagonistas reales.

El pasado 28 de julio se celebraron las elecciones venezolanas para elegir presidente por un periodo de seis años. Según la mayoría de los observadores, la jornada transcurrió con una cierta normalidad con incidentes aislados. A partir del cierre de los colegios electorales comenzaron las declaraciones del oficialismo y la oposición adjudicándose la victoria.  Permítanme que dude de las cifras facilitadas por ambos bandos. No me parece verosímil que la oposición haya arrasado con un 70% ni que Maduro, mientras no demuestre lo contrario, haya obtenido la mayoría necesarias para proclamarse vencedor.

A partir de este momento se desatan los acontecimientos que son seguidos con atención y preocupación por la comunidad internacional. Estados Unidos, varios países americanos (Brasil, Chile y México), la Unión europea y, por supuesto, el Gobierno español exigen que se presenten las actas para aceptar el resultado. Con la única intención de provocar un conflicto echando gasolina al fuego, la derecha extrema y la extrema derecha consiguen convocar un Pleno del Congreso de los Diputados, celebrado el 11 de septiembre, en el que, con la sorprendente alianza de del PNV, se decide reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela.

El Gobierno de Venezuela reacciona con varias medidas de manual. Retirada de embajadores y llamada a consulta. Como la reacción pudiera resultar desmesurada, detiene el día 14 a dos españoles a los que acusa de haber entrado en Venezuela con el propósito de realizar actos terroristas. En una de sus comparecencias habituales en la televisión, realiza unas manifestaciones delirantes que solo se pueden explicar por la pérdida de control de sus facultades intelectivas. Acusa al CNI español, que depende del Ministerio de Defensa y, en última instancia, de la Presidencia del Gobierno, de organizar un plan para asesinarle. Por favor, señor Maduro, recupere el sentido y reconozca que lo dijo en un momento de arrebato.

Pero es hora de volver al verdadero protagonista de la historia, Edmundo González Urrutia, y de los sucesivos pasos que da hasta refugiarse en la Embajada de los Países Bajos. Nicolás Maduro vuelve a la carga para atacar a su contrincante electoral. El tono no sé si le beneficia en Venezuela, pero sí que causa una mala impresión en los que le escuchamos. Le llamó cobarde y le retó a que saliese de su madriguera. Sabía, como es lógico, que se había refugiado en la Embajada de los Países Bajos porque, según los usos diplomáticos, había informado al Gobierno del acogimiento. En sus dependencias permaneció, según las informaciones, durante casi un mes.

No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que, desde su asilo, tuvo tiempo para meditar e incluso consultar cual era la decisión que debía tomar. Me imagino la tensión emocional que debió vivir, en medio de la tormenta que le rodeaba. Entregarse, sabiendo lo que le esperaba, o asilarse en España, país en la que ya viven alguno de sus predecesores. Esta duda hamletiana le debió asaltar durante días y quizá en las noches de insomnio. No creo que nadie se puede creer dotado de una superioridad ética que le permita juzgar su decisión, sin perjuicio de sus valoraciones políticas. Sin embargo, el Sr. González Pons saltó como un resorte con afirmaciones de grueso calibre. En su primer mensaje vierte un velado reproche a Edmundo González por haber aceptado el exilio y carga contra el Gobierno pero sin mencionar la existencia de coacciones. Cuando se conocen las fotografías de la firma del documento en la residencia del Embajador de España, los dirigentes del PP, que parecen haber visto un holograma en lugar de las imágenes que nos han ofrecido las televisiones, construyen la disparatada teoría de la cooperación necesaria del Gobierno de España. Saben que cuentan con el apoyo de la numerosa batería mediática que repican la misma versión, seguros de que una gran parte de la población terminará admitiéndola como una verdad revelada.

Las piezas no encajan y son difícilmente digeribles. Con sus burdos razonamientos sostienen que el Gobierno de España ha dado un golpe de Estado contra la oposición sin tener en cuenta que su cabeza visible se refugia en el país que ha cooperado en la trama. Todo muy lógico y racional. Edmundo González ha desmentido las coacciones al llegar a España. Me permito informarle que ha venido a un país en el que el lema de muchos medios de comunicación es: no dejes que la realidad te estropee un buen titular o construir una noticia a sabiendas de su falsedad.

La coacción indudablemente ha existido y solo puede imputarse al Gobierno de Venezuela. Ante la presión ejercida sobre su persona, Edmundo González escoge España como lugar de asilo. El Ministerio de Asuntos Exteriores acepta la petición y decide poner la residencia del Embajador como recinto en el que se escenifica la firma de una decisión que ya se había tomado por su protagonista. Desde allí salió con un salvoconducto hacia el aeropuerto, donde tenía que recogerlo un avión de las Fuerzas aéreas españolas tal como se había convenido.

En la escena final que hemos visto y oído, nuestro embajador no utilizó ningún instrumento coactivo, se limitó a ofrecer a los asistentes una botella de whisky como detalle de cortesía. Aquí se acaba la historia. El guion no da para más. Después de la palabra 'Fin', solo cabe añadir: Esta película se inspira en hechos reales. Invito a los amables lectores a poner, según su criterio, lo que en los usos cinematográficos se denominan: títulos de crédito.

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