Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
PP y PSOE rebajan las expectativas sobre el sistema de elección del Poder Judicial
Francia se asoma al precipicio de una victoria de la extrema derecha
OPINIÓN | 'La generación que vendió el mundo', por Enric González

Corregir el rumbo

Archivo - La vicepresidenta segunda, ministra de Trabajo y líder de Sumar, Yolanda Díaz, durante el acto de cierre de la Asamblea fundacional de Sumar, en La Nave, a 23 de marzo de 2024, en Villaverde, Madrid.

15

El mal resultado de las elecciones europeas y el paso al lado de Yolanda Díaz ha metido al espacio político que representa la coalición Sumar en una crisis. Pero se trata de una crisis que se viene gestando desde hace meses y que se debe a problemas estructurales, no sólo a la coyuntura de una mala campaña. Una crisis que necesita reflexión y también cambiar la forma de cómo se ha funcionado hasta ahora. 

A nivel global vivimos el fin de un ciclo político corto -el que va de 2008 al 2020- junto al largo ocaso neoliberal. Un auge global de la extrema derecha con el trasfondo de una crisis climática que se acelera y un genocidio que se hace cada día más insoportable. Son tiempos oscuros, sin duda, donde la tarea principal de las fuerzas políticas es hacer la esperanza posible, no extender el cinismo. Necesitamos altura de miras y generosidad, claro. Y también crítica honesta y compañera. 

Sumar ha tenido dos grandes problemas que han dilapidado buena parte su capital político y más del 50% de sus votos en sólo un año: uno es organizativo y otro es político. Empezando por el primero, Sumar siempre han sido dos cosas: un “movimiento ciudadano” organizado en torno al “proceso de escucha” de Yolanda Díaz y su excelente labor como ministra de Trabajo (Movimiento Sumar) y la coalición electoral estatal que se presentó al 23J (Sumar) y que fue clave para revalidar el Gobierno progresista. Sumar no lo tenía fácil: por un lado tenía que articular organizaciones regionales con diverso peso electoral (del 14 y 18% de Compromís y Más Madrid al 5-8% de Chunta, Comuns y Més) con fuerza estatal como Izquierda Unida pero con implantación muy desigual -hegemónica en el espacio en Andalucía y Asturias- y con fuerzas más modestas como Verdes-Equo. 

A esto había que añadir a un Podemos ya convertido en partido al servicio de un medio digital que se había estrellado en las elecciones locales del 28M después de insultar a casi todos los demás actores, y el “movimiento ciudadano” que se fue sumando en el “proceso de escucha” y que en muchos casos eran desencantados de episodios anteriores ahora reilusionados.

La tarea de Sumar era construir un paraguas estatal con una institucionalidad asimétrica, recíproca y cuasi-confederal (y sin duda conflictiva). En vez de eso, priorizó construir un nuevo partido donde el 70% del peso lo llevaban los llamados “ciudadanos” y un 30% las organizaciones políticas en su conjunto. Un mecanismo evidente para legitimar las decisiones de un núcleo sin tener que contar con las fuerzas territoriales y con Izquierda Unida. El progresivo deterioro de la relación con las organizaciones produjo un repliegue a un grupo dirigente reducido y bunkerizado que toma decisiones políticas sin contar con organizaciones que ponen la mayoría de la militancia y el voto. Alguien se lo contó recientemente al periodista Esteban Hernández y le puso nombre esta idea: a un lado estaba el “núcleo meritocrático”, al otro, “los partidiños”. Todo el mundo tiene una cierta responsabilidad de la situación actual, claro. En lo que respecta a Sumar, cae en ese núcleo meritocrático, al menos en un 70%

Volveré sobre esto, pero es evidente que esa configuración no puede ser ya más la del espacio a nivel estatal. Hay que pasar de un actor central, Movimiento Sumar, que se relaciona bilateralmente con el resto, a una mesa de partidos donde todos los actores estén más o menos cómodos y pacten acuerdos y desacuerdos para sostener e impulsar al Gobierno progresista. La propia Yolanda Díaz lo ha reconocido estos días.

La organización es imprescindible pero no lo es todo y Sumar también ha tenido problemas a nivel político en tres dimensiones: no superar el ciclo anterior, su relación con Podemos después de su salida del Grupo Parlamentario Sumar y su relación con el PSOE tras revalidar el Gobierno. A veces, Sumar parece haberse quedado atrapado emocionalmente en el 2015, un momento fundacional para la izquierda actual, pero que nada tiene que ver con el momento actual. Ni hay 70 diputados, ni somos el espacio hegemónico culturalmente a nivel estatal o en la izquierda ni hay protagonismo ciudadano. A nivel más ideológico, a veces Sumar parece atascado en una visión populista que no se ha actualizado y no se hace cargo de los cambios culturales y de correlación de fuerzas de la última década: la aparición de una extrema derecha que va mutando -Vox, Ayuso, Alvise-, la renovación del PSOE y la figura del Perro Sanxe y, singularmente, la existencia del Gobierno de coalición. 

Creo que lo fundamental ahora es que estamos en un bibloquismo polarizado: fronteras duras entre dos bloques, pero muy porosas dentro de cada uno. Esto se traduce en mucho voto dual, en alta volatilidad electoral y que en cada elección tienes que darlo todo. Los votos nunca han tenido dueño, pero hoy menos que nunca. Salvo una minoría muy ideologizada -y ruidosa en Twitter-, la gran mayoría del votante progresista se siente cómodo en esa indefinición en la que en las municipales vota a su alcalde progresista, en las autonómicas puede votar un BNG o Más Madrid si se muestran útiles y en las generales o europeas a Pedro Sánchez. 

Frente a esto, Podemos ha encontrado una solución de nicho: una base profundamente ideologizada y fanatizada a la que realimenta el dúo partido-Canal Red y que aspira a un 2-3%. Por eso es tan importante para Podemos golpear al de al lado más que al de enfrente. Otros partidos han encontrado una solución que les ha permitido mirar a la cara (Más Madrid) o subalternizarlo (EH Bildu y BNG en regiones con nación y lengua propia) en su territorio, donde no se gobierna con él. Eso sí, por ahora, esas soluciones no consiguen ganar el Gobierno y mantienen una fuerte dualización, lo que merece una reflexión aparte. 

El reto de Sumar era intentar producir una solución similar en el marco de un Gobierno de coalición. Obviamente frente a Sánchez no vas a sorpassar al PSOE, pero quizás sí ir mejorando la correlación de fuerzas en la sociedad esperando al post-sanchismo, que será duro, como se vio en el Comité Federal cuando Sánchez se tomó unos días para valorar su continuidad frente a los ataques y el lawfare de la extrema derecha. 

Intuyo que la relación con el PSOE cuando se comparte Gobierno pasa más por disputarle la frescura, marcar un perfil propio claro en tribuna y en políticas públicas, sacar avances claros compartidos y no centrar todo en la pelea en ver quién está más a la izquierda o caer en el “no nos deja”. Sumar empezó, incluso antes del 23J, en esa línea, pero desde que Podemos rompió el grupo parlamentario ha dado demasiados bandazos. No es fácil tener una fuerza a tu izquierda cuya única intención es robarte voto atacándote por lo poco de izquierdas que eres. Es agotador y frustrante. Por la experiencia de Más Madrid en la Asamblea regional, lo peor que puedes hacer ahí es dejarte enredar y que te lleven al barro o a la famosa esquina del tablero. No dejarse secuestrar emocionalmente por los ataques de Canal Red y sus seguidores y bots tuiteros y seguir tu camino hablándole al gran voto dual

Sin duda, los resultados de las europeas ponen fin a una determinada hipótesis Sumar. Es la de Movimiento Sumar como primus-inter-pares, la del “núcleo meritocrático” frente los “partidiños”, y la del “movimiento ciudadano” que ocupa el 70% de los órganos. Las europeas no ponen fin a la necesidad de articular un espacio político estatal capaz de asegurar gobiernos de coalición en el Estado, recuperar gobiernos locales y disputar la hegemonía política del espacio progresista en 2024, no en 2015. Un espacio que ahora mismo tiene 27 diputados, tres eurodiputados y que cuenta con cinco ministerios en el Gobierno haciendo todo lo posible por mejorar la vida de la gente. Esta articulación no pasa por el fetiche de la unidad, la creación de nuevas plataformas o intentar una nueva refundación, sino por fomentar el encuentro entre diferentes en alianzas puntuales, instrumentales y novedosas. Quizás las fuerzas independentistas nos han mostrado en estas europeas por donde podría ir, organizativamente, la cosa. La dimisión de Yolanda Díaz de sus cargos orgánicos no resuelve esto, que es el problema fundamental. Sigue siendo la mejor vicepresidenta y ministra de Trabajo posible y un activo electoral de primer orden. Nadie cuestiona eso, pero lo importante sigue siendo arreglar la organización de la coalición Sumar e impulsar las políticas del Gobierno progresista. 

Los partidos regionales podríamos tener la tendencia a replegarnos a nuestro territorio, a pensar que basta con el trabajo local en cada municipio y barrio. Aunque esto sea imprescindible y hasta prioritario para crecer y reconstruirse, sería un error despreciar una dinámica estatal e internacional que nos interpela a todos. La pregunta para quien prefiere el repliegue es quién ocupará el espacio estatal que se deja. Porque si gobierna la derecha o si el PSOE hegemoniza aún más el espacio progresista estatal, la vida de la gente será peor pero también será más difícil hacer política progresista en cada territorio.

El reto por tanto es doble: organizativamente toca crear una institucionalidad horizontal y recíproca que respete y refuerce las organizaciones existentes y que canalice su fuerza territorial hacia lo estatal, disputando la hegemonía del espacio progresista. Políticamente, hay que hablarle más al electorado dual progresista y menos entre y de nosotros, hay que escuchar y entender a muchos ciudadanos decepcionados y cansados con la política para que vuelvan a confiar en ella. También generar una ecología cultural y comunicativa más allá de los partidos que la derecha ahora tiene y que nosotros tuvimos, pero ahora nos falta. En definitiva, ampliar nuestro espacio y ganar poder para afrontar los grandes retos del mundo: la crisis climática, la desigualdad, la vivienda y las condiciones de vida. 

Después de varios meses de ciclo electoral intenso, ahora tocan otro tipo de debates y otro tipo de encuentros, desde la calma, la cooperación y los desacuerdos pactados. Vienen tiempos oscuros, con la extrema derecha en auge, la crisis climática y la vuelta de la guerra. Pero hubo tiempos peores y también ahí se pudo construir esperanza. Hay un país que mejorar y un Gobierno que puede hacerlo. Al tajo.

Etiquetas
stats