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Cultura para la vida: hacia las bellas artes como herramienta para mejorar la sociedad

Arte como herramienta educativa en el colegio Ciudad de Mobile, en Málaga.

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La cultura nos permite hacer cosas tan básicas y necesarias como comunicarnos, celebrar la vida o sanar las heridas que nos deja la muerte. El lenguaje, el baile, la moda, la música, los objetos que nos rodean, lo que comemos o las canciones con las que dormimos a nuestros hijos… son todas ellas parte de eso que llamamos cultura. 

Ese profundo enraizamiento que tiene la cultura en nuestras vidas -individuales y sociales-, como formación, como identidad, como civilización, como sistema simbólico o como patrimonio… es lo que nos permite, precisamente, ser más audaces y ampliar hasta el infinito el espectro de nuestras prácticas artísticas y de nuestras políticas culturales.

Pese a ello, el rol social habitual que nuestra sociedad asigna a las prácticas artísticas sigue relegado a una construcción social del siglo XVIII. Es decir, a aquello que hemos denominado “las bellas artes”. La danza, la escultura, la música, la pintura, la poesía, o -más contemporáneamente-, el cine, la fotografía, el cómic y los videojuegos. Esta misma división prevalece en la organización de las administraciones públicas del Estado que se dedican a la cultura: con secciones poco porosas que se ocupan de una o varias de estas áreas.

También es cada vez más frecuente escuchar el lamento de que la cultura no cuenta en nuestra sociedad, que no está presente -por ejemplo-, en las políticas de urbanismo, de sanidad, de educación, de justicia, de medioambiente... Efectivamente, no es habitual que la cultura sea uno de los parámetros que se tienen en cuenta en los grandes debates políticos de desarrollo de un país, de una región o de una ciudad. 

Como también sucede en otros países de nuestro entorno, la sociedad española sigue entendiendo mayoritariamente que la cultura es el conjunto de esas bellas artes que alimentan nuestra alma. Un alma que reserva la danza, la literatura o el teatro principalmente para sus momentos de ocio y de entretenimiento. Así pues, según esta perspectiva, la cultura es algo de lo que podríamos prescindir en un momento dado. Es un divertimento o un lujo que se pueden permitir algunos y que nada tiene que ver con la construcción de sociedades más justas.

Pero la cultura, como la vida, es un elemento fluido y en continua evolución. Es una práctica que construimos entre todos y entre todas. Y como todo lo vivo, cambia de forma y se abre paso entre los muros y diques que construimos para ella. ¿Cómo es posible que no hayamos revisado las viejas divisiones de hace dos siglos si vivimos en un mundo que cambia a la velocidad de la luz?

Pensemos en las prácticas artísticas que se cuelan en las escuelas para trabajar el currículum lectivo de sus alumnos y alumnas, motivando e integrando a los y a las más vulnerables. En la cultura como receta médica que recomiendan los médicos de atención primaria de la Comunidad Valenciana para casos de soledad no deseada o de depresión. En los músicos que entran en los hospitales para mejorar la vida de sus enfermos. En las prácticas de mediación cultural que se cuelan en las cárceles de mujeres y que les permiten conmutar sus penas por participación en la vida cultural. O en las prácticas artísticas contemporáneas que reivindican nuestros saberes rurales ancestrales y llenan de sentimiento de pertenencia y de orgullo a los habitantes de zonas que son periféricas por rurales. Estos son solamente algunos ejemplos de cultura para la vida que se desarrollan en nuestro país. Existen cientos de ellos, pero con nuestra vieja clasificación del siglo XVIII, ¿dónde podemos colocar estas experiencias? ¿Tiene sentido derivarlas a uno u otro cajón en función de la disciplina desde la que se trabaje? ¿Y qué hacemos cuando convergen varias disciplinas?

La cultura tiene una plasticidad única para mejorar la vida de las personas si la dejamos entrar en los espacios reservados a las políticas sanitarias, educativas, medioambientales e incluso en el ámbito de la justicia. El Gobierno de España ha iniciado el camino para romper estas barreras de la cultura al incluirla en sus principales políticas transversales de digitalización del país, de lucha contra la despoblación, de implantación de la Agenda 2030 o de lucha contra la pobreza infantil.

Ahora nos toca a la sociedad en su conjunto y a los practicantes del arte seguir trabajando en la construcción de un relato en torno a la relevancia que tiene la cultura para nuestras vidas en el marco de la contemporaneidad. Es el momento idóneo. Una de las consecuencias de la pandemia es que ha puesto de manifiesto para la gran mayoría de la sociedad que la cultura es una herramienta esencial contra el desánimo y contra la desesperación. 

Amemos nuestras disciplinas artísticas, pero estemos también abiertos a incluir nuevas áreas que nos permitan capitanear la búsqueda de soluciones a los principales retos que tenemos en nuestras sociedades contemporáneas. Cultura para la vida es cultura para mejorar la educación, la salud, la cohesión social y territorial, la justicia, el racismo o la igualdad entre hombres y mujeres. Nuestras herramientas son la poesía, la pintura, la danza, el teatro, la música. A través de todas ellas llevamos milenios imaginando mundos mejores. Y si podemos imaginarlos, tenemos que ser capaces de construirlos.

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