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Gaza: el error y el peligro de desentenderse

Un edificio bombardeado en la franja de Gaza, en represalia por el ataque de Hamás contra Israel.

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Desentenderse de Gaza, a la vez que la ha asfixiado, ha tenido un coste para Israel, cuyo punto álgido, hasta ahora, ha sido el ataque lanzado por la milicia de Hamás y de la Yhihad Islámica desde la Franja el 7 de octubre, Shabat y también Sucot, una de las fiestas más importantes del calendario judío. El mayor hasta la fecha, vivido por los israelíes como un 11-S porque no lo vieron venir. Una nueva guerra, de consecuencias aún inescrutables, ha comenzado, que tendrá repercusiones en todo Oriente Medio y en el conjunto del mundo.

Israel arrebató Gaza a Egipto en la Guerra de los Seis Días de 1967. En 2005, en lo que ahora se puede ver como un error estratégico para su seguridad, retiró su ejército y sus civiles, desentendiéndose de la Franja, considerando que ya no era potencia ocupante ni, por tanto, responsable. Naciones Unidas le tuvo que recordar que seguía siendo la potencia ocupante, con las responsabilidades que se derivan de tal condición. Desentenderse es un eufemismo. Israel siguió desde fuera controlando las fronteras, el espacio aéreo, el espacio marítimo y el suministro de electricidad y los pasos esenciales de mercancía del territorio. Gaza vivía, vive, rodeada de muros y un mar también ocupado, con algún paso como el de Kerem Shalom/Abu Salem, por donde salieron los atacantes el 7 de octubre.

Los israelíes creían tenerlo todo bajo control por medios electrónicos, a menudo dirigidos por mujeres en su largo servicio militar, pues Israel quería evitar mandarlas a primera línea de combate por el riesgo de que acabaran secuestradas. Pero las armas, o componentes, han seguido llegando a Gaza –¿desde dónde? ¿Irán? ¿Siria?– a través de túneles que Israel creía destruir una y otra vez, y quién sabe si por otras rutas. También pensaba Israel que a través de espías en la Franja tenía buena información y que allí no se movería nada sin que los servicios israelíes se enteraran. Como EEUU en el 11S, no se enteraron de lo que venía, lo que, tras el lógico arrebato de unidad en Israel, traerá cuando esto acabe exigencias de responsabilidades. De momento, Netanyahu, al frente del Gabinete más derechista e intransigente de la historia de Israel, se ve reforzado. Israel no ha sido vencido, pero sí herido por lo que ha sido un “fallo masivo” en su seguridad, como lo calificaba el diario Haaretz. El asalto ha llegado 50 años y un día después de que empezara en 1973 la guerra de Yom Kippur, que también sorprendió a Israel, aunque acabó ganándola militarmente, si bien el vencedor político fue el entonces presidente de Egipto Anwar el-Sadat, artífice junto Menájem Beguin de los acuerdos de Camp David que siguieron. Sadat fue asesinado en 1981 por un grupo de soldados mientras presidía un desfile militar. Catorce años después, el primer ministro israelí Isaac Rabín, que llegó a otro acuerdo con el líder palestino Yasir Arafat, cayó asesinado por un integrista judío.

Esta guerra llega cuando Israel estaba en uno de sus mejores momentos internacionales o, al menos, regionales. Gracias a la mediación de los EE UU de la Administración Trump, primero, y de Marruecos, que habían impulsado los llamados 'acuerdos de Abraham', había logrado en 2020 el reconocimiento de países árabes como los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y el propio Marruecos (de ahí el apoyo de Trump a las tesis marroquíes sobre el Sahara Occidental), y estaba negociando el de Arabia Saudí (Egipto lo reconoció en 1979). Riad estaba, sin embargo, exigiendo la reanudación de las negociaciones de una solución a la cuestión palestina. Pero el Gobierno israelí parecía haber dejado atrás la idea de una solución basada en dos Estados, o incluso tres si se añade Gaza, y defendía la instalación de colonos en más territorios ocupados. 

El desentendimiento, no ya de Gaza, sino de los palestinos, no es solo de Israel, sino de buena parte del mundo occidental y árabe, más aun cuando Occidente tenía la atención puesta en la guerra de Rusia y Ucrania, y en China. Sí, la llamada Comunidad Internacional ayudaba financieramente a los de Gaza, Cisjordania, y a los millones de refugiados en campos-ciudades desde hace décadas en Líbano, Jordania y por el mundo. Parecía haber abandonado cualquier intento de solución sensata y justa. En todo caso, se frustran los esfuerzos de Biden en Oriente Próximo, en la estela que marcó Trump.

Un peligro evidente es que esta guerra se extienda en un conflicto descontrolado. Que provoque una nueva Intifada o algo similar en Cisjordania –también controlada en amplias partes por Israel y al frente de cuya Autoridad Palestina, corrupta, está Mahmud Abbas que lleva 18 años en el cargo, y nunca acaba de convocar nuevas elecciones– o un ataque de Hizbulá desde Líbano, donde hay fuerzas de interposición, en otras, españolas. Todo esto no nos es ajeno.

El lanzado el 7 de octubre desde Gaza ha sido un ataque brutal. En él, y en la respuesta, se están incumpliendo el derecho internacional humanitario y de guerra de manera flagrante. También en la guerra de Ucrania. Una deriva preocupante, ante unas guerras que cambian. Los milicianos de Gaza han lanzado no solo miles de cohetes, sino drones y otros objetos voladores, tan presentes en esa otra guerra. Violencia, destrucción y sangre. En el ataque y en la contundente respuesta, dada la desigualdad. Aún no se sabe cómo acabará. Netanyahu ha apuntado que la guerra ha entrado en “una fase ofensiva”, y será “larga y difícil”. ¿Volverá Israel a ocupar Gaza, ahora que han trasladado allí a decenas de rehenes israelíes? Como ocurrió con la de Yom Kippur, una guerra de militares, mientras en esta los civiles también se han convertido en objetivos, quizás esta crisis, esta guerra, lleve, pasado un tiempo, a retomar unas consideraciones que se habían abandonado. Si bien con Netanyahu será difícil. Antes tendrá que resucitar entre los israelíes el “campo de la paz”, desaparecido desde hace demasiado tiempo, y entre los frustrados palestinos la idea de que la violencia no les llevará a un mejor destino. Y que el resto del mundo entienda que no puede desentenderse del problema, como lo ha hecho en los últimos años. Por sí solo, y con violencia, no desaparecerá. Y de momento empeora, antes de poder mejorar.

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