¿Qué está pasando en Rusia?
La sorprendente rebelión armada de Yevgueny Prigozhin contra el Estado ruso, al frente de su milicia privada Wagner, y su amenaza de hacer caer al régimen actual -si el Ministro de Defensa se niega a negociar- dirigiendo sus fuerzas hacia Moscú, han iniciado en Rusia una crisis sin precedentes desde el golpe de estado de Boris Yeltsin en 1993, y han introducido un factor más de incertidumbre tanto en sus posibles consecuencias sobre la actual cúpula política rusa como en la repercusión que este acontecimiento pueda tener en la guerra de Rusia en Ucrania, en un momento crítico en que las fuerzas rusas tratan de contener la contraofensiva ucraniana. Aunque parece que el avance de Wagner hacia la capital se habría detenido por la mediación del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, es muy probable que estas incógnitas solo se despejen por completo en las próximas horas o días.
Prigozhin, 62 años, es un empresario de hostelería que se enriqueció en los años 90 con contratos públicos de la mano de Vladimir Putin, después de haber pasado nueve años en prisión por robo y fraude en la época soviética. En 2016 fue acusado de interferir en las elecciones estadounidenses mediante granjas de trolls que había creado para este fin, y en general para intoxicar las redes sociales de los países occidentales en favor de los intereses de Rusia. En 2014 había creado la milicia privada Wagner, una unidad de mercenarios para intervenir militarmente allí donde el ejército regular ruso no podía o no quería actuar, sin involucrar oficialmente al Estado ruso ni seguir las convenciones y leyes de la guerra, al modo de otras milicias como la estadounidense Blackwater en la invasión de Irak.
La milicia Wagner intervino por primera vez en Crimea y el Donbass, en apoyo de los ucranianos prorrusos que se rebelaron contra la revolución del Maidan. Después en Siria, en apoyo de Bashar Al-Asad, y luego en varios países africanos para contrarrestar la influencia francesa en favor de los intereses rusos. Durante este tiempo, el fundador permaneció en la sombra, limitándose a la financiación del grupo. Pero cuando comenzó la guerra en Ucrania, después de la invasión rusa de febrero de 2022, recibió luz verde del Kremlin para reforzar su milicia –que ha llegado a tener más de 25.000 efectivos– incluyendo el reclutamiento en las cárceles, y participar en la guerra. Entonces, Prigozhin salió a la luz, vestido de uniforme, como líder de su ejército privado, que no sometía a más autoridad que la del propio Putin.
Las unidades de Wagner han combatido duramente en Ucrania, particularmente en la larga y costosa toma de Bajmut, donde han sido la fuerza de choque y han sufrido numerosas bajas. Pero Prigozhin ha sido un dolor de cabeza constante para la jerarquía militar rusa, y sobre todo para el ministro de defensa, Serguei Shoigu, a los que ha reclamado continuamente mayor apoyo, en armas, municiones y suministros, y criticado duramente en los meses pasados por lo que considera decisiones equivocadas, falta de eficacia, y abandono de los combatientes. Aunque hasta ahora nunca había criticado directamente al presidente Putin, su valedor de antaño.
Ante su creciente indisciplina, a principios de junio, el Ministerio de Defensa decretó que todas las unidades de voluntarios y los grupos militares privados deberían firmar un contrato que las vinculara con las fuerzas armadas, acabando con su autonomía. Esto suponía el final del poder militar personal de Prigozhin, que se negó a aceptarlo, y es lo que probablemente ha terminado por precipitar su rebelión. El viernes 23 apareció en una entrevista especialmente crítica en la que afirmó que Rusia había invadido Ucrania con falsos pretextos y que el ejército ruso está perdiendo la guerra. Esa misma noche, declaró abiertamente su rebelión alegando un supuesto ataque del ejército a sus fuerzas, en un desafío directo a Putin, y comunicó que había tomado -sin resistencia- el Cuartel General de las fuerzas rusas en Rostov del Don, la ciudad más importante del sur de Rusia. Después ha conseguido el control de Vorónezh, a más de 600 kilómetros al norte, a donde han llegado parte de sus fuerzas procedentes del Donbass, que se están dirigiendo ahora hacia Moscú por la vecina provincia de Lipetsk, a menos de 400 kilómetros de la capital. Hay que tener en cuenta que todas estas provincias están prácticamente desguarnecidas porque las unidades militares se encuentran haciendo frente a la contraofensiva ucraniana.
Es difícil pensar que Prigozhin se haya lanzado a esta aventura sin tener garantizado algún apoyo externo que le ofrezca una mínima perspectiva de éxito. Pero tampoco se puede descartar que, acorralado por la presión del Ministerio de Defensa para que se sometiera a su autoridad, ante la posibilidad de perder el control sobre su milicia, y careciendo de alternativa personal, haya decidido lanzar un órdago al Kremlin, esperando que la delicada situación bélica del ejército ruso incline a Putin a negociar con él para evitar una guerra civil en la retaguardia que sería la receta más segura para perder la guerra en Ucrania, al tener que emplear el ejército para combatir la insurrección.
Si éste es el caso, lo más probable es que fracase, apenas tendría en estos momentos 20.000 hombres, sin unidades acorazadas ni aviación, y eso es muy poco para enfrentarse a las fuerzas armadas rusas. De hecho, es posible que Putin emplee a las fuerzas militares chechenas que comanda Ramzan Kadirov, con el concurso de unidades de seguridad interna, para enfrentarse a la rebelión sin tocar las unidades desplegadas en Ucrania. La derrota de Prigozhin implicaría que la milicia Wagner desapareciera integrada en el ejército regular, y él tuviera que huir para salvar su vida. Pero si resistiera lo suficiente como para obligar a retirar fuerzas del frente, podría provocar la derrota de Rusia en Ucrania, y arrastrar en su caída al mismo Putin e incluso al Estado ruso tal como lo conocemos ahora. Si es que no desiste en las próximas horas o días, que también es posible.
No obstante, es mucho más probable que haya tomado esta decisión -de difícil vuelta atrás- contando con ciertos apoyos, y que su éxito o fracaso dependa de la entidad y solidez de los sectores que estén detrás de la rebelión o que puedan unirse a ella si ven que puede tener éxito. No se puede descartar que Prigozhin haya recibido ciertos estímulos relativos a su futuro personal por parte de algún o algunos servicios de inteligencia occidentales para debilitar a Rusia. Pero tampoco hay ningún indicio de ello, son especulaciones sin fundamento por ahora, y en todo caso no le servirían de mucho si tuviera que enfrentarse con el ejército ruso. Los apoyos que puede tener en el interior de Rusia –que serían los decisivos- pueden ser políticos, en ciertos sectores de los círculos de poder de Moscú, inquietos por la marcha de la guerra, o -más probablemente- militares. Parece que habría habido cierta pasividad por parte del ejército regular en su ocupación del Cuartel General de Rostov, y muy poca oposición por el momento en su marcha hacia el norte, lo que indicaría al menos una cierta simpatía hacia la acción del líder de Wagner. Habrá que ver la cantidad y calidad de esos apoyos, si existen, y hasta dónde están dispuestos a llegar.
Buena parte de los militares rusos están descontentos de los altos mandos, de cómo se está dirigiendo la guerra, de las carencias de material, equipos, municiones y suministros que están sufriendo, así como de los soldados de reclutamiento con poca experiencia y motivación, todo lo cual está abocándolos a situaciones muy comprometidas en la zona de operaciones. No conviene olvidar que fue el descontento del ejército ruso en la I Guerra Mundial, y su negativa a seguir combatiendo, lo que dio paso a la revolución de 1917.
Si esto fuera el inicio de una revolución en Rusia, o si fuera la oportunidad que otros esperan para iniciarla, la situación podría adquirir caracteres imprevisibles y seguramente muy peligrosos. Esta crisis interna rusa es muy buena para Ucrania en un momento decisivo de la guerra -tu debilidad es mi fortaleza-, pero para el resto de Europa la cosa no está tan clara. Un cambio de régimen en Moscú podría dar lugar a un gobierno más prooccidental que abandonara la guerra -como hicieron los soviets en 1917– y tratara de reconducir el Estado ruso hacia una posición más pacífica y colaborativa. Esa sería la alternativa buena. Pero también puede terminar en una dictadura militar, o en un régimen mucho más radical que el actual, que optara por una escalada militar descontrolada. Rusia sigue siendo la primera potencia nuclear del mundo, aunque tenga los pies de barro, y su posible inestabilidad es sumamente preocupante, incluso para los que más desean su destrucción. Por eso los gobiernos occidentales están siendo sumamente prudentes ante la rebelión. Cuando un gigante se tambalea no conviene estar cerca, porque nunca se sabe de qué lado caerá.
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