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Refutación de los rankings en la gestión de la pandemia

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern.
18 de febrero de 2021 06:00 h

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Según la teoría de los ranking, tan en boga entre los medios de comunicación con la asesoría de expertos independientes, la buena o mala gestión pública de una pandemia depende de los resultados, en los exclusivos términos de sus datos de incidencia y mortalidad. La posición retrasada de España, justificaría entonces la descalificación de la gestión del CCAES, del Gobierno y de las CCAA.

El modelo a seguir, según esta teoría, sería el del continente asiático, aunque se elude el caso equivalente de África, cuya prevalencia y mortalidad están también por debajo de las de cualquier país europeo, como sería el caso de España. Y se evita, porque resulta paradójico que en una parte de Asia se ha aplicado una estrategia de erradicación del virus y sin embargo en el caso del continente africano se ha hecho lo que se ha podido, prácticamente lo contrario, con parecidos resultados. Aunque tampoco, en este caso, en el término medio de la estrategia de contención y mitigación desarrollada en Europa, los países occidentales y la mayor parte del mundo, se encontraría la virtud aristotélica sino mas bien el vicio.

Pero si tuviesen a bien revisar las bajas incidencias por continentes, quizá caerían en la cuenta de que éstas se dan independientemente del modelo de Estado, los colores políticos, la capacidad de gestión y los sistemas sanitarios, y que los determinantes generales de la pandemia son también ambientales, geográficos, demográficos y sociales.

Pero es que lo mismo ocurre si nos quitamos el velo de los prejuicios y analizamos lo que ocurre dentro de cada continente en sus distintos Estados o regiones, entre los que, salvo contadas excepciones, la incidencia acumulada y la mortalidad es muy similar, incluso a lo largo de la evolución en el tiempo de la pandemia, todo ello con independencia de cuáles sean las distintas estrategias de mitigación o de erradicación frente al virus. Así ocurre entre los países considerados ejemplares como Nueva Zelanda, Corea del Sur, China o Australia con respecto a otros, que según estos medios y sus expertos no lo serían tanto, por desarrollar estrategias, con mayor o menor grado de control y en distintos grados, de contención y mitigación como Filipinas, Tailandia o Mianmar, Laos y Vietnam.

De hecho, sin restarles ningún mérito a los países que por muchos sin considerados, todavía a día de hoy, modelos ejemplares en la estrategia llamada de #cerocovid frente al virus, comparten otros factores tanto o más determinantes de sus resultados que la estrategia de eliminación del virus, como son la experiencia previa de pandemias de coronavirus recientes, la consiguiente inmunidad cruzada con otros coronavirus, su situación geográfica y meteorológica o sus costumbres sociales y usos culturales y políticos relativos a la idea de autoridad, la disciplina social y el control digital. 

Por otra parte, en cuanto a las principales medidas de erradicación, ni las islas, los países más pequeños ni los más grandes, de dimensiones casi continentales como China o Australia, como es el caso de los principales países incluidos entre los llamados ejemplares, sirven para hacer comparaciones con otras situaciones al ser tan dispares. Un hecho diferencial que resulta también relevante, en las islas porque cierran sus fronteras sin problemas y en los macro-estados porque pueden permitirse cierres o aislar una parte minoritaria (como el territorio de Wuhan) y mantenerla con la actividad del resto del país, como ha ocurrido por ejemplo en China. La intensidad de las medidas tienen también condicionantes geográficos innegables.

Por eso, deducir solo por sus resultados locales la buena o mala gestión y el liderazgo de una pandemia, que por definición es global y sujeta a determinantes complejos, tanto geográficos, demográficos, de densidad y movilidad de población, así como epidemiológicos, sanitarios, sociales y culturales, incluso genéticos es lo más alejado de la ciencia y lo más cercano a la mera manipulación política.

Como también la pretensión de que la gestión omnipotente de la pandemia, de cualquier pandemia, sea un marco adecuado y un indicador de la calidad del Estado, de la política y del liderazgo público, sobre todo a un nivel local, cuando si acaso lo hubiera sido de gobernanza global, si hubiésemos tenido la voluntad política y nos hubiésemos dotado de los instrumentos y recursos necesarios, para prevenir y evitar la gravedad de la amenaza pandémica.

No fue así y esa fue la razón para que primero se desencadenara y más tarde no se parara la pandemia desde su inicio. Porque los precedentes y las alarmas existían, ya que la propia OMS junto al Banco Mundial habían puesto en marcha el grupo de expertos y los informes periódicos para detectar y reforzar las medidas de alerta y respuesta rápida para las que más que probables catástrofes biológicas.

Sin embargo, tampoco en este caso el ranking de preparación de los países ha servido de gran cosa. De hecho estaba encabezado por los EEUU, buena parte de Europa y los países más desarrollados, quedando en un segundo plano o muy relegados los que hoy se consideran ejemplares, por incumplir criterios de prevención, alerta, respuesta rápida, sistema sanitario y político, con lo que de nuevo vuelven a aparecer otros determinantes en la transmisión de la pandemia.

Porque la verdadera diferencia existente en cuanto a la gestión de la pandemia estriba en la oposición entre el negacionismo y el reconocimiento de la pandemia, y en consecuencia entre el dejar hacer de los primeros y la adopción de medidas de distanciamiento físico, clausura de actividades y restricción de movilidad de los últimos. Esto se ha demostrado de forma palmaria en el Brasil de Bolsonaro y los EEUU de Trump o incluso en una primera etapa de inmunidad de rebaño de Suecia y Gran Bretaña frente al resto de Europa y occidente. Lo cierto es que, por fortuna, en un primer balance de la pandemia, los partidarios del negacionismo, más o menos explícito, han perdido el pulso y debemos felicitarnos por ello.

Sin embargo, el verdadero problema político del momento es el intento de hacer creer que la incidencia mayor o menor, significa tener peor o mejor gestión de la pandemia y que ésta depende solo de la agilidad y de la contundencia en las disposiciones de los gobiernos. La cinética de la pandemia, la población, la movilidad, la cultura de relaciones y las desigualdades, incluso las genéticas, aunque no sean tan evidentes, también existen.

En definitiva que lo de los rankings no ha resultado ser muy ilustrativo. Simplifican más que explica un problema complejo, y lo que es peor nos distrae de la imprescindible colaboración y gobernanza frente al circo romano de las culpas.

Porque en cuanto a la salud pública, hacía ya tiempo que los países desarrollados y quizá en España aún más, habíamos cifrado la sanidad en una asistencia de la que estábamos legítimamente orgullosos y no en la prevención y la salud pública, y he aquí una de nuestras fragilidades que sumar a los recortes y los determinantes sociales.

Por eso, aunque hay razones para la crítica y la rectificación, no las hay para la sistemática descalificación profesional y personal de los responsables de salud pública, en particular del doctor Simón, ni para convertir en un tercer grado sus ruedas de prensa, como oportunidad para entresacar un jugoso párrafo destinado jugar al ratón y al gato con los datos y las valoraciones de la pandemia.

Porque la estrategia desarrollada, con sus luces y sombras, no responde a un criterio personal. El CCAES y la direcciones de salud de las CCAA funcionan de común acuerdo, aunque a veces no lo parezca, y se coordinan con la OMS y el ECDC. Y porque parece mentira que a estas alturas de pandemia sea necesario repetir que la salud pública no es lo mismo que la sanidad pública. Precisamente la salud pública es la parte del sistema sanitario que se ocupa de la vigilancia, la prevención y la promoción de la salud colectiva. La inteligencia del sistema sanitario y del sistema político en materia de salud.

Por eso es especialmente incomprensible que en los últimos tiempos, una parte de las descalificaciones vengan desde representantes de unas especialidades clínicas, tan estimables por su sacrificio como distanciadas del enfoque poblacional de la salud pública y la epidemiología. Hasta tal punto ha llegado la cacería, que hasta un señor juez se permite tratar a los salubristas despectivamente de 'médicos de cabecera que tienen un cursillo' (algo que mi padre lo fue toda su vida y bien orgulloso que estoy de ello).

Por otra parte, no se corresponde con la realidad la imagen distorsionada de que los gobiernos y los políticos españoles son unos irresponsables que lo abren todo mientras que los europeos mantienen los confinamientos. No estamos viviendo nada de eso en general en las CCAA, que a día de hoy permanecen prácticamente cerradas o con fuertes restricciones, como tampoco es cierto que desde el consejo interterritorial se diera barra libre en Navidades, cuando la mayoría de las CCAA no han hecho otra cosa que mantener las restricciones dentro de lo posible, sin negar la realidad de unas fiestas familiares. Como, por otra parte, también ocurrió en buena parte de Europa.

En definitiva, resulta preocupante que, por algún caso sonado, se generalice una imagen injusta de relajación a todas las CCAA, que en general cumplen, que al final las pueda llevar a la resignación.

Lo esencial es si estamos dispuestos a evitar en el futuro estas amenazas, reduciendo la urbanización y deforestación de las selvas, los modelos intensivos de alimentación, la hiper movilidad turística, las macro-urbes e invirtiendo mucho más en salud pública, gobernanza global y preparación frente a catástrofes pandémicas.

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