Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
El PSC logra una concentración de poder inédita con el Govern de Illa
La España cabreada: el éxito del pesimismo y la política del miedo frente a los datos
OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre

La violencia mediática contra los jóvenes no cesa desde que empezó la pandemia

Imagen de archivo de dos jóvenes con mascarilla en la Avenida Marítima de Santa Cruz de La Palma.

11

Desde que empezó la pandemia se han sucedido, al menos, hasta cuatro olas de criminalización a la juventud. La primera tuvo lugar durante el verano pasado, cuando arrancó la desescalada tras el confinamiento. En aquel momento, observamos a nivel mediático un interés por aquellas imágenes y noticias que culpaban a la juventud de que la pandemia no estuviese bajo control y, por supuesto, de los rebrotes de COVID-19.

La culpa era de aquellas personas jóvenes y desbocadas que, después de estar tanto tiempo metida en casa, salieron a la calle de forma desenfrenada, con ganas de fiesta y sin respetar las medidas de seguridad. Esa fue la imagen que se trasladó desde los poderes mediáticos de uno de los grupos que más sufrió la cuarentena, después, evidentemente, de las víctimas y sus seres queridos, del personal sanitario y esencial, y de las personas en especial situación de vulnerabilidad. 

Hablo en términos de juventud pero podemos incluir otras etapas como la infancia y la adolescencia, que son períodos cruciales de la vida en las que se construye la personalidad, las relaciones sociales, y buena parte del tiempo se pasa en los centros educativos con iguales. El confinamiento lo desajustó todo, a nivel educativo y social. También trastocó la salud mental de muchas. Pero apenas se informó, ni se informa, del impacto de la pandemia en estos colectivos y el condicionamiento que supone para su futuro todo lo vivido. Al contrario, en aquel momento se comienza a situar el foco en comportamientos irresponsables puntuales ante las medidas para evitar contagios, alimentando la idea de la juventud como un grupo homogéneo que pone en riesgo la salud del conjunto de la población, reforzando así una imagen negativa de las personas jóvenes. ¿Les suena? Con el vergonzoso episodio del brote en Mallorca ha vuelto a ocurrir lo mismo. La historia se repite. Pero esa ya es la cuarta ola. Vamos por partes. 

La segunda ola comienza con las movilizaciones por la libertad de expresión en apoyo al rapero Pablo Hasél. El enfoque mediático en aquel momento más o menos bienintencionado se redujo a buscar la opinión de expertos que explicaran cuál había sido el caldo de cultivo para tales protestas. Esta información, que para el público general puede ser interesante, desde el punto de vista de una persona joven es algo así como un insulto a nuestra inteligencia. A nosotras nos van a explicar el porqué de nuestro malestar. Sin darnos voz, además. Pues a ver si nos cuentan algo que no sepamos. Ahora bien, lo peor no es esto, lo peor es que la narrativa generalizada parte de la premisa de que los jóvenes que se manifiestan son unos vándalos. Quienes gustan de criminalizar la protesta se frotaban la manos. Oferta 2x1 en criminalización. Vamos a vincular a la juventud con acciones violentas en manifestaciones, ¿por qué no?. 

La tercera ola la vivimos con el fin del estado de alarma. El foco se puso en las celebraciones multitudinarias. Los telediarios emitieron las imágenes de la fiesta en la Puerta del Sol (es bien sabido que no hay vida fuera del centro de Madrid) que no estaba compuesta únicamente por personas jóvenes pero sí fueron ellas las que ocuparon el centro de críticas nuevamente. Es cierto, y lo voy a reconocer, que en este episodio hubo algunas voces que, ante tan clara evidencia, dijeron una obviedad: no todos los jóvenes estaban ahí, ni todos los que estaban ahí eran jóvenes. Sin embargo, ese mensaje no fue suficiente para evitar la cuarta ola de criminalización de la juventud a la que estamos asistiendo. 

Llega el verano, las vacaciones, los viajes de fin de estudios, las fiestas, y la juventud ociosa vuelve a estar en la diana. El último brote mediático ha sido el brote de un grupo de jóvenes que estaban de viaje de fin de estudios en Mallorca. La atención mediática se ha centrado en la conducta de ese grupo, es verdad que es más que reprochable, pero el problema de raíz es otro y de ese no se habla: el modelo de ocio que se promociona desde Baleares y la dependencia del turismo de nuestra economía, todo ello absolutamente incompatible con la pandemia.

Los poderes mediáticos se han dedicado a criminalizar a la juventud durante una pandemia que nos está afectando de forma muy significativa. Quienes estudian tuvieron que esforzarse mucho para adaptarse a la situación, quienes trabajan no tienen garantizado poder emanciparse, quien comparte piso y/o espacios reducidos asumió los confinamientos de forma precaria e insegura, poniendo en riesgo su propia salud y la de los demás, lo que también tendría su impacto psicológico, muchos y muchas no tuvieron un triste balcón al que asomarse. 

Hoy en día ser joven es sinónimo de precariedad. Podríamos hablar de la romantización de la precariedad por parte de los poderes mediáticos que llaman “job hopping” a “cambiar con frecuencia de trabajo” cuando el problema es la alta temporalidad del empleo o el bautizo como “coliving” al “modelo residencial basado en alquilar una habitación” cuando el problema es que los precios de la vivienda son tan elevados que imposibilitan la emancipación si no es compartiendo habitación en un piso. Pero este es otro tema y daría para otro artículo. O a lo mejor no. A lo mejor es todo un mismo fenómeno que podríamos llamar violencia mediática contra la juventud. 

Etiquetas
stats