Activismo de cuidados
Me fui de Madrid a un pueblo de 3000 habitantes en los Montes de Málaga. Y de no conocer ni avistar a mis vecinos, pasé a conocer sus nombres, apellidos y vidas. En mi edificio somos cuatro vecinos, en el segundo piso estoy yo y está Él, un malagueño de Latinoamérica. Dice que volvió de Colombia a pasar la vejez en España, más cerca de su familia. Debajo, hay un negocio local de moda femenina, y aunque la dueña trabaja ahí, no vive en el edificio. Y luego está Ella.
Ella tiene 82 años y sale al portal cada vez que me oye bajar las escaleras. Nos saludamos y hablamos. Siempre me invita a tomar algo en su casa. Tiene siempre el pelo cuidado y de un tono castaño oscuro, casi negro. Ella se tapa todas sus canas; en los meses que llevo en el pueblo, jamás le vi ninguna. Siempre saluda y siempre tiene una sonrisa para ti.
Cuando me preguntó mi nombre, yo le contesté:
-Quan, como Juan pero con Q.
-¿JuanQ? -contestó confundida.
Mi nombre le pareció muy difícil de pronunciar en primera instancia, así que la mayoría de las veces me llama Juani. Pero al ver a otros vecinos llamarme Quan, a veces hace el esfuerzo de pronunciarlo. Yo decidí que porque Ella es Ella se lo permito, aunque a otras personas les retiraría el habla por no molestarse en aprenderse mi nombre.
Una de las veces que me invitó a tomar una manzanilla en su casa, también hizo pestiños. Es un dulce típico andaluz, del que yo no era demasiado fan hasta que probé los suyos. Una masa frita, con un sabor muy característico de origen musulmán (o eso pone en blogs de cocina). Mientras mojaba el dulce en la manzanilla, Ella me contó su vida. Fue nuestra manera de romper el hielo. Me contó que no sabía leer ni escribir; por eso, aunque no le importe recoger paquetes si no estamos en casa, prefiere no firmar. Desde los 11 años trabajó en el campo, y ahora vive sola en el piso de abajo.
-Yo he pasado mucho, y la gente me dice que por qué aguanté tanto.
Ella me contó sin esconderse que su exmarido la maltrataba. Y que decidió aguantar por sus hijos. Que hasta que sus hijos estuvieran casados y colocados, no se iba a ir de casa ni romper la familia. Que nadie de la calle sabía lo que pasaba de puertas para adentro en su hogar. Aguantó tanto, tanto, tanto, que aguantó que él le apuntara con una escopeta una noche lluviosa en el porche de su casa.
-¿Por qué aguantaste tanto? La ley estaba de tu lado- le dijo una vez un guardia civil.
Me contó que no hace mucho, unos meses o un año quizás, su exmarido se presentó en nuestro portal a pedir su perdón, pese a que tenía una orden de alejamiento. A Ella le dieron muchísimos nervios de verle y le contestó que se marchara. Esa noche no pudo dormir. Mientras ella hablaba, yo observaba su televisión, y me preguntaba si se perdía demasiada información por no poder leer los rótulos de los programas.
Pese a todo, me dice que ahora está bien, tranquila en su pisito, calentita con los pies en la mesa camilla. Que no tiene queja ninguna, porque sabe que está rodeada de buena gente. Sobre todo, la vecina de la tienda de ropa y la otra vecina, la que trabaja en la tienda de móviles, que aunque está en el edificio de al lado, viene todos los días a tomar el café a su casa. Las he visto por las tardes merendar juntas, a alguna merienda me uní también yo. Es un ritual de los días entre semana, pasar la tarde juntas en las horas bajas de sus negocios. Charlar, comer dulces, tomar café o infusiones. Hacerse compañía y descansar. Y, también, es un ritual mayormente femenino.
-Yo no tengo dinero para pagar por todo lo que Ella hace por mí -me dijo un día la vecina del estanco, con una olla de lentejas que Ella le había preparado.
Pero yo veo que es un cuidado recíproco, las vecinas le traen a ella comida, le van a hacer recados, pasan tiempo juntas, e incluso le dijeron: si tu exmarido vuelve a presentarse aquí, llamamos a la Guardia Civil. Y de esta manera, silenciosa, mis vecinas hacen su activismo. El activismo de cuidados. Mujeres que cuidan de mujeres. Porque hay espacio para luchas y también espacio para los cuidados.
Hoy me fui a hacer la compra, y le dije a Ella: ¿Necesitas algo?, y Ella me contestó que no necesitaba nada, que la vecina ya había ido a por sus cosas.
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