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Una amenaza sin precedentes

Archivo - Comida donada en el Carrefour de Alcobendas, uno de los muchos puntos de recogida de alimentos. En Madrid, a 24 de noviembre de 2019.

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El Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha alertado de una crisis alimentaria “sin precedentes y sin final aparente”. Una amenaza que implicará muertes y migraciones forzadas en los países más vulnerables y que ya empieza a asomar en los países privilegiados. Además, en toda crisis hay oportunidades para los oportunistas, y la ultraderecha ya ha demostrado en otras ocasiones su habilidad para pescar votos entre el miedo y la vulnerabilidad. Le basta un caldo de cultivo como el actual para aprovecharse del sufrimiento de la ciudadanía, amedrentar a una parte de la sociedad, fomentar el descontento de la otra y, así, escalar posiciones en las encuestas y culminar su éxito en las urnas.

De lo que sí tenemos precedentes cercanos es de que somos parte de un todo, que estamos interconectados y que lo que pasa en un punto del mundo puede afectar al resto. Ya pasó con la pandemia; basta con tocar una pieza de la torre de juego para que esta se desmorone. 

A nivel global la situación es alarmante. El director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, ha lanzado una dura advertencia al mundo, asegurando que “las cosas pueden empeorar, y lo harán, a menos que haya un esfuerzo coordinado a gran escala para abordar las causas profundas de esta crisis”.  

Además, y como sucedió también durante la pandemia, las consecuencias no están afectando del mismo modo a todos. La crisis alimentaria mundial, “fruto de una confluencia de crisis causadas por las alteraciones climáticas, los conflictos y las presiones económicas”, ya ha provocado que el número de personas hambrientas a escala global haya pasado de 282 millones a 345 millones en solo los primeros meses de 2022. Se trata, por tanto, de una crisis global que toca el bolsillo en Occidente mientras vacía los estómagos en otras partes del mundo. Lo explicaba el periodista de Público.es José Carmona, cuando contaba que el 95% de los alimentos que llegan a los campamentos saharauis mediante el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU “sufre la inflación desbocada” desde que Rusia invadió Ucrania. El presidente de la Media Luna Roja afirmaba a este medio que les habían llegado a decir “que no tienen recursos porque hay un déficit muy grande, ya que, si antes necesitaban 20 millones de dólares para cubrir todo el programa, ahora necesitan 39”. 

Ante este caldo de cultivo, se vuelve imprescindible rescatar a los vulnerables, primero por justicia, y, además, para frenar las tentaciones de la extrema derecha. Porque ya han mostrado lo bien que detectan el desconsuelo y desesperanza de la población para convertirlos en votos y alimentar el descontento que termine en abstenciones. 

Precisamente para evitar que el hambre alimente a la ultraderecha, hay que abordarla. Y esto pasa por no negar la realidad de un país como España donde crecen las colas del hambre, nos habituamos a los vacíos en las estanterías de los productos más baratos y empezamos a ser testigos de situaciones de vulnerabilidad, como que una mujer tenga que descartar productos en la caja del supermercado para poder llegar a pagar la compra de la semana.

Para afrontar esta crisis habrá que conocer los orígenes de esta, que son varios y evidencian una vez más que somos interdependientes, que hay sucesos que afectan globalmente, aunque sea de formas distintas. Según explica la ONU, la guerra en Ucrania y las crisis climática y económica han llevado a una situación límite a las personas más vulnerables de los países que aún estaban intentando recuperarse de la pandemia. La guerra en Ucrania “alteró el comercio mundial'' y las consecuencias sobre las próximas cosechas ”repercutirán en todo el mundo“. A esto se suma que la ”sequía sin precedentes“ en el Cuerno de África está empujando a más personas a niveles alarmantes de inseguridad alimentaria, mientras se prevé una hambruna en Somalia. Al tiempo que ”aumenta la amenaza de recesión mundial“. 

De ahí que ni la amenaza del hambre ni el auge de la extrema derecha sean algo exclusivo de unos países. Son un problema global en un contexto donde crece la desigualdad, una de las principales razones del auge de la ultraderecha

Como se ha dicho en numerosas ocasiones, el blindaje de los derechos humanos es el mejor escudo frente a quienes no creen en ellos. Y eso pasa por posicionarse del lado de los más vulnerables. 

Afortunadamente, las ONG seguirán salvando vidas sobre el terreno o rescatando a personas en el mar, pero el esfuerzo cada vez será más insuficiente. Organizaciones como Open Arms advierten desde hace tiempo de las consecuencias migratorias de las guerras y la crisis climática. Caminando Fronteras continúa monitoreando las llegadas y tragedias en el mar. Sin embargo, que miles de personas pongan en riesgo sus vidas y las depositen en el azar de encontrar un barco de rescate no es la solución. 

La labor de las organizaciones es encomiable, pero la responsabilidad de salvar vidas no puede recaer sobre ellas. Como dice Naciones Unidas, la solución debe pasar por “exigir una acción mundial concertada en favor de la paz, la estabilidad económica y el apoyo humanitario que garantice la seguridad”. 

Por tanto, hay solución, tiene que haberla. No será fácil, pero son muchas las personas que tienen el poder y la capacidad para garantizarla. Y, sobre todo, porque no podemos poner en riesgo la vida de millones de personas y la supervivencia de nuestras democracias.

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