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Ayuso, azote de la corrupción (ajena)

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, interviene durante un pleno en la Asamblea de Madrid, a 13 de junio de 2024, en Madrid (España).

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Hasta donde la memoria alcanza, no se recuerda una intervención de la presidenta de la Comunidad de Madrid que tenga que ver con los problemas reales de los madrileños. Ni en sede parlamentaria ni fuera de ella. Lo suyo es pasearse por los platós de las televisiones y radios amigas para darse golpes de pecho por España, arremeter contra Pedro Sánchez, poner deberes a Alberto Núñez Feijóo e hilvanar una sucesión de majaderías que atentan contra la inteligencia colectiva, el sentido común y la dignidad de la política. Una cualidad que, por cierto, debería determinar a quienes se dedican a la cosa pública para comportarse con responsabilidad, honestidad, decencia, seriedad y ejemplaridad, pero que en los últimos tiempos brilla por su ausencia.

No hay rastro de todo ello en la inquilina de Sol, que cada semana añade un nuevo insulto en su particular cruzada contra el presidente del Gobierno: “meme de una república bananera”, “caudillo bolivariano”, “vividor con cuatro palacios, tres de vacaciones, dos Falcon, un Puma, mil asesores y gastos pagados”;  “hijo de la fruta”, “dictador”, “matón”... Es su forma de hacer política. Una mezcla de populismo, chabacanería y desvergüenza que los suyos aplauden y los contrarios repudian, pero que ha convertido Madrid en una plaza irrespirable.

Que los insultos se imponen cuando se carece de argumentos y que la descalificación sistemática esconde casi siempre una indigencia intelectual que no debiera tener cabida en política es algo tan obvio como que Isabel Díaz Ayuso puede encadenar sin sonrojo alguno media docena de mentiras y datos falsos en cuestión de segundos. O erigirse en salvadora de una España que no existe más allá de la M-30. O en alzarse, como hizo este jueves, en “el azote de corrupción” sin haber dado una sola explicación sobre el ático de 1,9 millones propiedad de unos empresarios del que disfruta a diario y está en el piso de arriba al que comparte con su pareja. 

Tampoco sobre las obras irregulares que realizó en su vivienda habitual y motivaron un expediente administrativo por parte del Ayuntamiento de Madrid. Ni sobre por qué el grupo sanitario Quirón, principal proveedor del gobierno regional, multiplicó por cuatro los pagos a Alberto González Amador, tras iniciarse la relación con la presidenta de la Comunidad de Madrid. Ni sobre qué le llevó a usar los medios personales y materiales de su gobierno para defender a un “particular” de las informaciones sobre los delitos de fraude fiscal y falsificación documental cometidos por su pareja. Ni sobre qué responsabilidad debe asumir un cargo público por difundir una información falsa -como hizo su jefe de gabinete- sobre la Fiscalía de Madrid en relación a los delitos por los que se investiga a González Amador.  

En definitiva, los madrileños siguen esperando explicaciones sobre todo lo que ha rodeado al proceder de su pareja -ese hombre que se camufla tras una peluca para no ser reconocido en los juzgados- y también el de su hermano en relación con el cobro de comisiones millonarias durante la pandemia. Hablaba de la corrupción ajena, se entiende, porque con la propia ya se ha comprobado que enmudece.

Y aún así se permite dar lecciones de ejemplaridad y honestidad urbi et orbi sin que nadie la rechiste. Lo seguirá haciendo mientras mantenga abierto el grifo de las subvenciones, colaboraciones y ayudas con las que riega a pseudo medios que confunden el periodismo con la agitación y el activismo. A eso, probablemente, se refería Sánchez cuando hablaba de la Comunidad de Madrid como “sede social de la máquina del fango” y tanto ofendió a los ayusers que practican la misma agresividad verbal que la reina del barro y el insulto. 

Nada como acentuar la ramplonería en la discusión pública para ocultar, por ejemplo, el estado de la sanidad pública o las leyes con las que el PP madrileño convirtió el Consejo de Transparencia, Telemadrid o la Cámara de Cuentas en sucursales de Sol al servicio de Ayuso. De eso no se habla. Más bien se convierte en motivo de galardón como el que acaba de recibir la presidente madrileña de un diario por su buen hacer y por ser un ejemplo a seguir en lo que respecta a la gestión sanitaria. Con dos… y sin recuerdo alguno de las listas de espera, el colapso de los centros de atención primaria, los pírricos sueldos de los médicos o los 7.291 mayores que su gobierno condenó a morir durante la pandemia tras negarles la atención hospitalaria que precisaban “porque iban a morir igual”.

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