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Desaprender la indefensión para defender nuestros derechos

Manifestación en defensa de la sanidad pública y para protestar contra las políticas del Ejecutivo madrileño, el pasado 19 de mayo. EFE/Sergio Pérez

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La “indefensión aprendida”(desesperanza o impotencia aprendida) es la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente en una situación molesta o dolorosa, tras varios intentos fallidos de cambiar la situación. 

La persona llega a la conclusión de que no hay nada que pueda hacer y deja de intentarlo, tiene una percepción de ausencia de control sobre el resultado. 

Hay una historia muy esclarecedora de Jorge Bucay, sobre un elefante enorme encadenado a una pequeña estaca. Cuando van al circo un padre y un hijo, el hijo pregunta por qué siendo tan fuerte, el elefante no arranca la estaca y el padre le explica : cuando era pequeño le amarraron esa pata y él intentó con todas sus fuerzas liberarse, muchas veces y muchos días, hasta que decidió que no podía y ya nunca lo ha vuelto a intentar.

Esta sensación de impotencia la hemos sentido a lo largo de nuestra vida en muchas ocasiones: malos resultados en el estudio, dificultad para encontrar trabajo o pareja…Cuando se instala profundamente en una persona es algo semejante a “ tirar la toalla”, resignarse o rendirse y se acompaña de falta de motivación y de autoestima, déficit cognitivo o falta de atención para aprender otras posibilidades y reacciones emocionales de tipo ansiedad, miedo o depresión. Martin Seligman es un psicólogo norteamericano estudioso de estos procesos. 

Recuerdo mi primer año de universidad, acudía cada día acompañada de dos vecinos repetidores, habían suspendido la asignatura de Fisiología y me insistían en la imposibilidad de aprobarla. Efectivamente, suspendí el primer trimestre, perdí la confianza y la motivación para esa asignatura, hasta que me do cuenta de cómo me estaba influyendo su impotencia  y decidí hacer el viaje sola. Empecé a creer en que yo podía y pude. Es como un mensaje interno: “haga lo que haga, no lo voy a conseguir” y esto nos resta energía y concentración, la falta de autoconfianza nos conduce a no conseguirlo.

En la consulta médica atiendo a diario personas que se han rendido o están a punto de hacerlo. 

Algunas personas están muy dañadas por sus condiciones laborales, en ocasiones cercanas a la esclavitud por los horarios, por el acoso en el tiempo libre, por la humillación por parte de algunos superiores o compañeros y percibo su sufrimiento por no saber cómo actuar. En muchas ocasiones vienen por síntomas orgánicos y no establecen la relación entre el malestar físico y el maltrato sufrido. El trabajo entonces es poner conciencia, dar apoyo y conseguir que esa persona vaya ganando confianza en sí misma. A veces es preciso un tiempo de baja laboral (facilito incluso un informe explicando la necesidad de no contactar por parte de la empresa hacia el paciente hasta su recuperación), otras animo a acudir a un sindicato laboral, interponer una denuncia o a contactar con otros estamentos de la empresa. Lo importante es ver que siempre hay posibilidades de acción, se pueden ir probando y si nada funciona, hay lugares y personas de las que, lo antes posible, nos debemos alejar.

Nuestra infancia es decisiva .Cuando somos pequeños no tenemos los mismos recursos que más adelante y es muy importante que aquellos que nos acompañan, nos hagan saber que confían plenamente en que “vamos a poder”.

Si un bebé llora durante mucho tiempo y no es atendido, empieza a dejar de llorar y adopta una actitud pasiva. Es en la infancia donde se forja nuestro carácter y desde ahí nos sometemos a muchas sentencias limitantes, difíciles de cambiar aunque no tengan base de certeza. Esas limitaciones nos acompañan en nuestra vida, a no ser que trabajemos sobre ello.

El miedo, ese elemento disuelto en nuestro aire y en nuestros medios de comunicación, inodoro e incoloro y sumamente pernicioso, es un catalizador de la indefensión y potencia nuestra pasividad.

Si trasladamos la “indefensión aprendida” al ámbito social, encontramos el “fatalismo” (Martín Baró), que favorece la desmovilización política y se caracteriza por conformismo y sumisión. Tenemos tendencia a no realizar esfuerzos y a la pasividad, con  una excesiva focalización en el presente (falta de memoria del pasado y ausencia de planificación del futuro). Ese mantra de “todos los políticos son iguales”, “de nada sirven las movilizaciones”, además de que es falso, solo nos conduce a pensar que no podemos hacer nada para cambiar nuestra realidad social.

Es urgente que recuperemos la esperanza y la memoria. Que recordemos todos los logros sociales conseguidos por la lucha de nuestros antecesores (educación, sanidad, vivienda…), que veamos cómo nos están despojando paulatinamente de ellos y que seamos capaces de organizarnos para su recuperación.

Hay muchos sectores sociales que son referentes de lucha, aunque los ritmos sean irregulares. En Vivienda, dada la sangrante situación, las plataformas antidesahucios se están organizando y ganando fuerza.

El movimiento feminista es imparable, a pesar de la indefensión aprendida cuando hay violencia de género en la pareja (por eso intentan dividirnos desde tantos lugares).

En Educación han sido múltiples las movilizaciones por su desmantelamiento.

El colectivo de Pensionistas, defensores incansables de las pensiones dignas, se mueven sin tregua por todos los derechos sociales, 

En Sanidad, terreno en el que me muevo, en nuestra comunidad de Madrid han tenido lugar masivas movilizaciones con la Marea Blanca, se consiguió paralizar la privatización de 6 hospitales y 27 centros de salud en 2013. En los 2 últimos años, han tenido lugar 3 grandes manifestaciones, una consulta popular, campaña masiva de reclamaciones y varias denuncias legales , todo ello  ha conseguido evitar el cierre de algunos centros de salud y el cese de atención por las tardes, así como el logro de la reapertura de los 37  centros urbanos de urgencia extrahospitalaria, aunque fuera a coste de usurpar profesionales de los centros de urgencia rural.

A pesar de ser derechos básicos que afectan a toda la ciudadanía, el grado de pasividad de los que aquí vivimos es muy alto.

Que la esperanza y la autoconfianza sean contagiosas, unámonos a aquellas personas que siguen luchando, seamos capaces de tejer redes con el resto de movimientos sociales y  no dejemos de ver los logros conseguidos.

Para terminar, recordemos el ejemplo de los cuatro compañeros (ruta a la ONU) que han recorrido 1.600 km (Madrid-Ginebra) en bicicleta, para denunciar las deficiencias de su centro de salud (Abrantes, Carabanchel) ante la ONU y la OMS.

Unos bajan brazos y se resignan, otros deciden defender con firmeza lo que debe ser de todos y todas. Aunque no lo creamos, el devenir está en nuestras manos.

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