Divergencia con Europa: ¿se podrá recuperar el terreno perdido?
En 1985, justo antes de entrar en la hoy Unión Europea, la renta per cápita española era de un 73% de la media comunitaria (recalculada por Eurostat, la oficina estadística de la UE, para los 27, en paridad de poder de compra). En 1991 había llegado a un 79%. Y en 2007, a un 105,4%. Toda una historia de éxito, de convergencia real. Pero en 2019 había caído al 90,7%, es decir, casi al límite para ser de nuevo elegible para el Fondo de Cohesión, instrumento ideado por España, posición en la que se situó en 2020 (con un 84,4%), y en 2021 (últimos datos disponibles, con un 83%). Ya solo superamos a siete países del Este (Bulgaria, Letonia, Hungría, Polonia, Rumanía, Estonia, Estonia) y a Portugal, Grecia y Croacia. Desde 2017 nos han adelantado, en estos términos, República Checa, Lituania y Eslovenia, así como Chipre (y Malta desde 2014). ¿Qué ha pasado? ¿Se podrá recuperar el terreno perdido?
La historia del éxito la cuenta con sumo detalle Javier Elorza en su libro Una pica en Flandes: La huella de España en la Unión Europea (Debate 2023), un diplomático que lo ha sido casi todo en la parte española en la UE, desde que se integró en la Representación Permanente en Bruselas ante el ingreso en 1986. Probablemente no hay relato más minucioso de esos años, en lo que constituye una guía para aprender a negociar en ese entorno. Elorza abre su crónica/reflexión, más que memorias, justamente con esta cuestión del éxito, seguido del “desastre”, con la esencial cuestión de la convergencia/divergencia real. Un enfoque comparativo, pues, como él mismo apunta, en términos absolutos la riqueza media de los españoles se ha multiplicado por tres desde el ingreso en la Comunidad Económica Europea, la economía se ha abierto y modernizado e internacionalizado, aunque queda mucho camino por recorrer.
Cabe recordar iniciativas españolas sobre esta cuestión central de la convergencia, como el citado Fondo de Cohesión (1991), los Marcos Financieros Plurianuales o la Iniciativa de Empleo Juvenil (2013), y claro, las guerras presupuestarias constantes en ese “mundo descarnado”, además de otros asuntos.“ ”En Europa la continuidad de la acción es básica“, dice Elorza. Esta es una historia de éxito, de convergencia, que cubre gobiernos de distinto signo (González, Aznar), como también la del retroceso, la divergencia, (Rodríguez Zapatero en su segunda legislatura, Rajoy). Esta divergencia empezó con la crisis desatada por la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, la doble recesión, la política de austeridad forzada por Alemania y Bruselas (y el Banco Central Europeo y el de España) a partir de 2010, y la devaluación interna (que se olvida a menudo) en España, dado que estábamos en el euro y no se podía devaluar la moneda hacia fuera. Y cuando escasamente habíamos empezado a respirar llegó la recesión provocada por la pandemia del Covid-19.
Hemos retrocedido, pero la salida de esta última crisis ha sido muy diferente. La UE dejó atrás, al menos temporalmente, la austeridad, y lanzó un programa con dinero comunitario de transformación de las economías -sobre todo en sostenibilidad y digitalización- del que España, con el fondo NextGeneration, está recibiendo unos 140.000 millones de euros, de los que 60.000 millones corresponden a transferencias no reembolsables y 80.000 millones a préstamos. Aunque está por ver su efecto transformador real a medio y largo plazo, ha sido un éxito europeo para el actual gobierno. La economía española está creciendo más que la media europea. Se debería notar en la convergencia real. Crea empleo, también gracias a la reforma laboral, pero el desempleo no baja lo suficiente, especialmente el juvenil, en el que vamos en cabeza.
La convergencia/divergencia no es únicamente cuestión de PIB por habitante, un concepto demasiado abstracto para muchos ciudadanos. Como ha informado este diario, la brecha salarial entre España y la eurozona también ha crecido, según los últimos datos de Eurostat. Los españoles cobran un 31% menos, frente al 23% de 2008. Los sueldos se alejan de la media europea: la mitad que en Bélgica y un 42% más bajos que en Alemania, debido a la citada devaluación interna y de salarios a partir de 2008 y a las menores subidas desde la pandemia. La convergencia también se da en materia de Estado de bienestar. El gasto social ha pasado en España de 24,7% del PIB en 2015 a 30% en 2020, acercándose a la media comunitaria de 31,7%, según los datos de Eurostat. Aunque no hemos llegado a los niveles de referentes como Francia o Alemania, por no hablar de los nórdicos.
La recuperación de la economía es más lenta en España. Hay factores estructurales, y de ahí las reformas que la Comisión Europea ha exigido que acompañen al Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia para acceder a los nuevos fondos. Indican un buen camino. Elorza apunta a “la importancia de las ideas”, del “espíritu ofensivo”, de la iniciativa para un país como España en Bruselas. La próxima presidencia española del Consejo de Ministros de la UE es una oportunidad, y se está poniendo mucho esfuerzo para marcar agenda no solo en este segundo semestre sino más allá. Estas ideas para Europa y para favorecer la recuperación de la convergencia deberían figurar en los programas electorales de todos los partidos de cara a las próximas elecciones generales. No solo mirando a Bruselas, sino al esfuerzo nacional. Los fondos europeos son importantes, pero no bastarán, ni se repetirá algo como el NextGeneration hasta, al menos, que se compruebe su uso e impacto reales. La fuerza transformadora no puede venir sólo desde fuera, ha de ser interna. Pues al cabo la responsabilidad más básica es de país, no de la Unión. Para España, la solución no es siempre Europa. Lo hemos visto estos años al pasar de la convergencia a la divergencia.
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