El DNI electrónico explicado a mis nietos
Subirte al bus. Entrar en el gimnasio. Coger el metro. Emitir un voto. Hacer la declaración de la renta. Son actos cotidianos, que millones de ciudadanos realizan cada día. Son actos que requieren de algún tipo de identificación. Son todos actos que se hacen hoy mediante sistemas digitales.
Si tengo alguna vez nietos, les tendré que explicar que cuando yo era más joven, para entrar en el metro en Madrid podías sacarte la Tarjeta de Transporte Público y te salía más barato. Pero que para hacerlo, tenías que irte a un estanco, llevar varias fotos, solicitar la tarjeta y esperar una semana a que te enviasen la tarjeta por correo postal. Tendré que explicarles que para apuntarme a un gimnasio tenía que sufrir un proceso algo menos traumático, pero parecido. Tendré que explicarles que para votar en un partido político, como no había un buen sistema de identidad digital y un partido no tenía recursos para desplegar el suyo propio, algunos partidos tenían que optar por verificar la identidad mediante un mensaje de texto enviado al teléfono móvil, y que luego tenían que hacer comprobaciones manuales o estadísticas para minimizar el fraude.
Y seguramente pensarán que el pasado era un mundo muy raro. No entenderán qué tiene que ver un estanco donde se venden cigarrillos con el metro o el sistema de autobuses. No entenderán por qué tenía que sacarme tarjetas aquí y allá, haciendo lo mismo una y otra vez. Seguramente mis nietos pensarán que en el pasado nos gustaba perder el tiempo. Yo les tendré que explicar que era un problema que los políticos habían identificado, y existían sistemas de identidad digital como el certificado de la FNMT o el DNI electrónico (DNIe) desde 2009. Que de hecho España fue uno de los primeros países en tener un sistema de identidad digital, antes que países como Estados Unidos, Francia o Alemania. Y entonces entenderán aun menos, pues se preguntarán por qué si existían no los usábamos.
Desde 2009, el estado español se había gastado más de 300 millones de euros en fomentar el DNI electrónico. Tendré que contarles que, nueve años después de su lanzamiento, a pesar de que ya casi todo el mundo tenía un DNI electrónico, sólo el 0.02% de los trámites públicos se hacían usando este sistema. Que la gente no sabía utilizarlo, y que los que sabían utilizarlo o no podían o directamente no querían. Mis nietos, cada vez más escépticos, quizás empiecen a pensar que les estoy tomando el pelo.
Les explicaré que no es cierto que la gente gustase de perder el tiempo, ni es cierto que a las organizaciones les gustase tener que gastarse millones de euros en mantener y desplegar su propias tarjetas de identidad, sino que no tenían más remedio. Incluso si para reducir costes lo hiciesen utilizando los estancos para sacarte la tarjeta de transporte. Que resulta que el DNI electrónico necesitaba de un lector, que casi nadie tenía, y que este era uno de sus grandes problemas. Que el certificado digital contenido en el DNI electrónico caducaba antes que la propia tarjeta y para renovarlo había que ir a una oficina de la policía, y que como este había otros problemas similares.
Les tendré que explicar que el DNIe era tan aparatoso de usar, que aunque todo el mundo lo tenía, algunos sólo lo configuraba una vez para sacarse el certificado digital de la Fábrica de la Moneda y Timbre (FNMT), pero que muchos directamente se sacaban el certificado de la FNMT mediante el procedimiento tradicional que implicaba personarse en una de sus oficinas. Que el certificado de la FNMT era mucho más fácil de usar y un número importante de personas lo utilizaba para hacer la declaración de la renta, pero que al no ser obligatorio sacárselo la mayor parte de la población no lo tenía. Y que además, muchos servicios no utilizaban el certificado de la FNMT porque siendo gratuito para las personas, costaba sin embargo miles de euros a quien quisiera ofrecer un servicio que lo utilizase.
Quizás uno de mis nietos más avispados a estas alturas haya buscado en la Wikipedia y haya visto que en 2015 se lanzó el DNI 3.0, que ya permitía su uso sin lector mediante la tecnología NFC, solventando así uno de los grandes problemas que tenía la versión anterior. Eso se lo tendré que conceder, dándole la razón.
Sin embargo, tendré que matizar. Le tendré que explicar que en 2015 en España ya no había pesetas ni reales y que la única moneda vigente era el euro, pero que en ese mismo año circulaban por España personas con DNI 1.0, la mayoría con DNI 2.0 y unos pocos ya con la flamante nueva versión, el DNI 3.0. Y es que si bien el cambio de moneda de la Peseta al Euro fue posible hacerlo rápidamente en siete meses porque se invirtieron suficientes recursos al haber voluntad política, el cambio del DNI 1.0 al DNI 2.0 duró más una década, y el cambio del DNI 2.0 al 3.0 duró también más de diez años. La razón creo que la entenderán: si bien el cambio de moneda era obligatorio, el cambio de DNI sólo era obligatorio cuando lo renovabas, y el DNI lógicamente solo se renovaba cada cierto número de años. De hecho, las personas mayores no tenían por qué renovarlo.
Alguno de mis nietos es posible que piense que quizás la tecnología simplemente no estaba lo suficientemente avanzada en 2015. A lo cual le tendré que contestar que no era ese el caso. Que un país pequeño pero muy tecnófilo como Estonia, había sido -igual que España- uno de los primeros en implementar su propia tarjeta electrónica nacional de identidad, y que encontraron los mismos problemas que nosotros, pero que a diferencia de nosotros los identificaron y los solventaron. Y que gracias a eso, ya en 2011 el 24.3% de los votantes en las elecciones generales de Estonia lo hicieron por Internet, y que los Estonios usaban estas tarjetas diariamente en todo tipo de operaciones, como coger el autobús.
Cuando llegue a este punto de la historia, es probable que mis nietos estén desconcertados y ya no sepan qué pensar. Probablemente, hayan perdido el interés por ese oscuro pasado de la identidad digital en España, y quizás me hayan preguntado qué era eso de los reales y las pesetas, o quizás se hayan interesado por conocer cómo la marca E-stonia como país innovador se expandió en todo el mundo en 2014 y 2015 gracias a que ofrecían tarjetas digitales de residencia/identidad digital a través de sus embajadas.
No obstante, a mi me gustaría poder contarles a mis nietos que la historia fue algo diferente a cómo pinta a día de hoy. Que 2015 fue un año electoral que marcó un hito en la identidad digital. Que a la hora de generar los programas electorales, los políticos supieron leer el panorama tecnológico comprometiéndose a resolver el fiasco del DNIe con propuestas que más que ambiciosas, eran de sentido común, realistas y basadas en la experiencia de nuestros técnicos y de otros países innovadores como Estonia. Que además luego cumplieron esta parte del programa, fomentando y facilitando el uso del DNIe y apostando por la renovación de todos los DNIe en menos de un año.
Ojalá pueda terminar de contar la historia del DNI electrónico con un final feliz donde para finales de 2016, el nuevo DNIe 3.0 ya lo usaba todo españolito cuando iba a coger el metro, cuando iba a hacer spinning en el gimnasio o cuando iba a hacer la declaración de la renta. Y también al emitir su voto por Internet, siendo así el segundo país del mundo, tan sólo por detrás de Estonia, en permitir el voto online, y reflejando la innovación en la marca España.