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Elecciones catalanas: reconducción o decadencia

Papeletas en un colegio en Barcelona, en las elecciones generales del 10N de 2019.
24 de enero de 2021 21:53 h

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A la espera de la sentencia del TSJC que despeje definitivamente la fecha, ahora se abre otro interrogante. ¿De qué van las elecciones catalanas?

Dicen los que saben de estas cosas que lo determinante en unas elecciones es la pugna por fijar el marco del debate, aquello sobre lo que a cada opción política le interesa que verse la contienda electoral. En Catalunya eso ha sido muy evidente en los últimos procesos.

En 2015 el independentismo consiguió fijar el marco mental de un plebiscito y todos los demás bailamos a su son, aunque fuera para negar el carácter plebiscitario de unas elecciones autonómicas. Algo parecido, pero con mucha más intensidad, sucedió con las de 2017, celebradas en circunstancias de excepcional polarización que propició una insólita participación del 82%. Se votó en un clima de crispación y ganaron las propuestas que supieron representar mejor la fractura social. Se impusieron los “empeoradores” frente a los “mejoristas” —Raimon Obiols dixit. Entre los independentistas ganó Puigdemont y los de cuanto peor, mejor. Entre los que querían superar el procés ganó Ciudadanos y su propuesta de levantar trincheras y barricadas. Perdieron los que propusieron tender puentes.

El actual proceso electoral comenzó con mayor indefinición. Al principio parecía que el eje del debate iba a ser de nuevo la pugna insomne por dirimir cuál de las opciones independentistas conseguía la presidencia de la Generalitat. Con el resto de los partidos como meros espectadores o contándose entre ellos. Pero en pocas semanas las cosas han cambiado y mucho. La decisión socialista de presentar a Salvador Illa ha provocado un seísmo y el debate electoral gira hoy sobre lo que se ha venido a llamar el efecto Illa.

No quiero restarle méritos al PSC, pero quienes más han hecho para fijar ese nuevo marco han sido sus adversarios y competidores. De golpe, las críticas indistintas por abandonar el Ministerio de Sanidad en plena pandemia y después las exigencias de dimisión inmediata han situado a Illa en el centro de todo el debate. Para terminar de rematar el autogol, el decreto del Gobierno catalán suspendiendo —que no aplazando— las elecciones ha generado todo tipo de dudas sobre las verdaderas razones de la suspensión electoral.

Así, el efecto Illa se ha convertido, gracias a sus adversarios y competidores, en el pánico Illa. Solo hacía falta que el independentismo sacara a pasear su alma conspiranoica para que todos nos encontremos discutiendo sobre si Illa va a ser o no el próximo presidente de la Generalitat. Impensable hace unas semanas.

Pero que nadie se engañe, el factor Illa no es suficiente para sacarnos de la situación de empantanamiento, ensimismamiento en que nos hemos instalado y que nos ha arrastrado por la pendiente de la decadencia económica, democrática, incluso ética. Para reconducir esta situación se necesita algo más.

La fatiga pandémica de la ciudadanía, la rabia de los sectores más afectados por los confinamientos, las dudas sembradas desde el Gobierno catalán sobre la seguridad de las votaciones y la propia legitimidad de los resultados genera una gran incertidumbre sobre cuál será la reacción de la ciudadanía. Si no se canaliza políticamente y en positivo, puede ser el combustible perfecto para alimentar el nacional populismo de extrema derecha. El de matriz española y el genuinamente catalán que, como las meigas, “haberlo, haylo”.

Para evitar ese escenario urge interpretar bien el cansancio de la ciudadanía e ilusionarla con un imaginario que sea percibido como real y viable. Es imprescindible que los votantes sean conscientes de que estamos ante una gran encrucijada. O reconducimos, entre todos, el caos en el que estamos instalados o nos deslizamos por la pendiente de la decadencia.

Soy consciente de que verbalizar el riesgo de decadencia puede generar en algunos sectores sociales el mismo rechazo que en 2017 hablar de una sociedad fracturada. A nadie le gusta verse reflejado así en el espejo. Catalunya, que ha hecho del mito de “un sol poble” una seña de identidad compartida y de la imagen de sociedad innovadora un orgullo colectivo, se niega a verse como una sociedad fracturada y en decadencia.

Pero a diferencia de otros momentos, hay muchos incentivos para que este debate se abra paso en amplios sectores sociales. El coronavirus lo ha trastocado todo, prioridades, pero sobre todo incertidumbres y miedos. Especialmente de esos sectores de la sociedad que no se han sentido interpelados por las crisis anteriores, pero que ahora ven que la COVID-19 les ha trastocado sus vidas. La diversidad sociológica del independentismo es obvia —no puede ser de otra manera cuando una opción recoge cerca del 50% del electorado— pero en él tiene un peso importante una nueva mesocracia catalana, que vive —vivía— dentro de la ciudadela protegida de los vientos huracanados de las crisis. La cosa ha cambiado y mucho con la COVID-19, que también está interpelando con miedos e incertidumbres a estos sectores sociales.

Las izquierdas catalanas han de visualizar esta encrucijada y ofrecer una respuesta ilusionante de reconducción de la grave situación que vivimos. Eso solo será posible si el PSC y los Comunes enfocan estas elecciones con una actitud de competitividad cooperadora. Solo ocupando todo el espacio electoral posible será viable abrir una nueva etapa. Por supuesto que las candidaturas están obligadas a competir, se trata de opciones distintas con propuestas diferenciadas para temas de gran trascendencia en términos económicos, sociales y democráticos. Pero la competencia entre las izquierdas debería pasar por marcar las diferencias en positivo y dejando clara la voluntad de cooperar. Que nadie olvide lo que nos enseña la sabiduría popular: “Yo a los míos los critico y si hace falta los despellejo, pero a los míos no me los toques, ni me los mentes”. Y para muchos electores de izquierda los “míos” es un espacio de amplio espectro que desborda los límites estrechos de los partidos. Lo dicen a gritos las encuestas.

Una competitividad cooperadora permite a todo el mundo sumar para sí y para una propuesta ilusionante de las izquierdas, que nos permita superar el riesgo de decadencia de la sociedad catalana.

Solo unos muy buenos resultados del PSC y los Comunes pueden propiciar una reconducción que nos saque del pozo, pero no parece que por sí solos sean suficientes. En política la aritmética de los votos cuenta y la vieja dama de la correlación de fuerzas es muy tozuda. Las encuestas nos dicen que ERC va a ser necesaria, yo además añado que también lo indica la política. Solo es posible salir de este bucle sin fin con una propuesta transversal, que contribuya a romper unos bloques sociales fosilizados y enquistados. Desgraciadamente la polarización es tan brutal que decir eso suena a anatema, cuando no a traición, una palabra a la que nos hemos acostumbrado.

Nadie debe renunciar a ninguna de sus utopías, pero continuar con el debate sobre la forma de Estado nos conduce a mantener el bloqueo y a no salir del pozo. Que nadie se engañe, hoy el referéndum, la reforma constitucional o cualquier propuesta que pretenda una solución sistémica son políticamente inviables. Hoy, urge poner énfasis no en lo que nos separa, sino en aquello que nos une, superar la grave crisis económica y social provocada por la pandemia, que agrava los efectos de las anteriores.

Soy consciente de que el papel lo aguanta todo, incluso los análisis más voluntaristas. Esta propuesta transversal no está madura y no lo estará mientras los dirigentes independentistas estén en la cárcel. Los fuerzas sociales y políticas “mejoristas”, que desde diferentes posiciones comparten la idea de la reconducción, tienen ante sí el mismo reto que los submarinistas, hacer bien la descompresión, subir a la superficie lentamente y por etapas para que no exploten los pulmones. Este proceso no va a ser rápido, requiere tiempo y muy probablemente de etapas, que para ERC van a ser más lentas y duras. Por eso creo que solo será posible iniciar la reconducción del caos y evitar la decadencia a la que vamos abocados si las izquierdas catalanas, PSC y Comunes, obtienen muy buenos resultados.

Disculpen la simplificación, pero estamos ante una gran encrucijada: o reconducción o decadencia. Así de descarnadamente hay que plantearlo a la ciudadanía, ofreciéndoles la que hoy es la única utopía disponible —Marina Subirats dixit—: trabajar juntos para salir del abismo en el que estamos.

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