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Empezamos a protestar mejor

Cientos de jubilados y pensionistas piden en Bilbao "unidad" al movimiento y el mantenimiento del estado del bienestar

Antonio Franco

Este país empieza a saber protestar cada vez mejor, a ejercer con un poco de soltura su indiscutible derecho a la queja democrática y a la reivindicación. Lo pudimos comprobar hace poco con las manifestaciones de los jubilados, que fueron amplias, bien coordinadas, serias, razonadas, y al mismo tiempo tan contundentes en su fondo como contenidas en las formas. Ahora lo estamos viendo con el fresco vigor del clamor crítico contra la sentencia de 'la manada'. En este caso si hay líos impresentables son los que nos ofrecen en todo caso la dialéctica defensiva -un tanto desesperada- del mundo judicial y la tradicional ligereza declarativa del ministro Catalá, porque lo que es la calle a partir de su propia convicción actúa con resolución, determinación y eficacia; sabe lo que siente, tiene ideas claras de lo que pretende y protesta con claridad.

La protesta no suele tener demasiada buena prensa porque en este tipo de actuaciones siempre se producen algunos excesos, entre otras cosas porque en este país casi nadie ha puesto el menor interés en enseñarnos a protestar bien y sin servilismos. Pero en los dos casos a los que nos referimos las extralimitaciones callejeras han sido más bien minoritarias e incluso -perdónenme quienes no esté de acuerdo- comprensibles, porque el principal problema de las protestas colectivas es su límite, sencillo de definir teóricamente pero muy difícil de delimitarse en la práctica.

¿Que se insulta mucho? Sí, pero mucho menos que en el fútbol, ese espectáculo al que a veces asisten como complacientes forzosos ante el griterío soez nuestras primeras autoridades. Somos un país mediterráneo de lengua suelta y lo que se verbaliza en las concentraciones que confieren anonimato a la gente debemos interpretarlo más en su contexto que en su literalidad. Por decirlo con claridad: cuando aquí se protesta llamando hijo de puta a alguien en el 99% de los casos nadie se refiere concretamente a la madre de quien concentra las iras sino al comportamiento del hijo. No bendigo eso, ni tampoco un supuesto derecho al insulto. Además, reclamo más esfuerzo en la etapa educativa para que se practique menos. Pero también creo que son más bien mojigatos o formalistas abusivos quienes se fijan en esos aspectos para descalificar las reclamaciones populares en vez de atender con sentido de la responsabilidad a la posible justicia o injusticia de lo que se reivindica.

Jubilados, 'la manada'... Vivimos una sana recuperación de la capacidad colectiva de participar directamente en la vida política y social a través de la legítima herramienta de la protesta cívica con ánimo corrector. La califico sana por tres cuestiones. En primer lugar, porque los sociólogos y analistas denunciaban como enfermiza y decadente nuestra tendencia al aburguesamiento colectivo del desentendimiento irresponsable ante los problemas colectivos, o al fatalismo de considerar que no hay nada a hacer ante los errores y abusos de quienes hemos elegido para que nos gobiernen. Es sana, asimismo, porque de forma mayoritaria estas grandes exhibiciones callejeras de disconformidad se están efectuando en nuestro país con relativamente pocos desbordamientos violentos. Y es sana, también, porque estamos siendo muy intensamente provocados; desgraciadamente España tiene dirigentes políticos que con sus errores y debilidades -corrupción generalizada, partidismo desacerbado, inacción, escaso respeto a la separación de poderes, etc.- justifican la existencia de rebeldías.

Se puede pedir que los protestantes pulan más sus procedimientos, que se quejen todavía mejor, pero como colectividad los españoles están desmintiendo a los agoreros que siempre les habían considerado poco idóneos para vivir pacíficamente en democracia. Y forma parte de la madurez política no creer que en democracia el papel de los ciudadanos deba limitarse a pasar cada cuatro años por las urnas y a desentenderse después dócilmente de lo que suceda entre elección y elección. Hay una nueva sociedad pujante que estima que lo del Come y calla pertenece a etapas históricas ya superadas, y que a fuerza de ver y escuchar las tomaduras de pelo y las impunidades que describen continuamente los telediarios avanza en su convicción de que el eslogan idóneo para los tiempos actuales es el más prosaico Quien no llora no mama.

Una de las características más interesantes de las quejas contra la sentencia de 'la manada' es su carácter concreto. Quedan atrás las movilizaciones en las que predominaban las lamentaciones y las protestas testimoniales. Ahora la calle formula exigencias concretas de plazos cortos para cambio de leyes, apartamiento de los jueces opuestos a las sensibilidades de la mayoría de la población y solicitud de una nueva generación de magistrados altamente especializados en materias delicadas. También queda atrás aquel límite de entender que lo políticamente correcto era decir que una sentencia se aceptaba, pero no se compartía. Hoy se reclama amplia y desacomplejadamente el Fuera los machistas de los juzgados. Estamos ante un cambio sustancial. Hasta la gente más sencilla entiende por fin que las sentencias no caen del cielo ni se redactan de una forma u otra por casualidad, sino que responden a coordenadas (mentalidades, inercias, condicionantes...) que pueden y deben ser modificadas en el contexto del advenimiento de una magistratura más moderna y más pegada a las realidades actuales de la vida de la gente y de la voluntad popular. Hay casos en que se deben cambiar las leyes y hay casos en los que se deben cambiar los jueces y la organización de todo su estamento. Posiblemente estamos asistiendo por fin al inicio de la verdadera transición democrática de la justicia, esa asignatura todavía pendiente desde la muerte del general Franco.

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