España de coña
Puede que el Partido Popular afirme en su lema de campaña que se toma España en serio, pero viendo sus hechos parece claro que más bien se la toma de coña. Solo así, como una broma, puede entenderse que el candidato Mariano Rajoy afirme primero, tan tranquilo, que los papeles están en regla y no sabe mucho más sobre los negocios y comisiones de Gustavo de Arístegui, el embajador en la India, o los apaños de su candidato por Segovia, que horas después el partido anuncie la apertura de un expediente informativo y que, al día siguiente, para rematar la juerga, se aparte a Gómez de la Serna de la campaña como quien aparta una mierda de perro. También que dos días después dimita en diferido nuestro hombre en la India. Del business as usual al destierro y al oprobio en horas y tiro porque me toca. Parece un chiste y efectivamente lo es.
La corrupción emerge de nuevo a primer plano con un caso que no viene del pasado y Rajoy vuelve a jugarnos su truco favorito. Presentarse como ese presidente patoso y despistado que nunca se entera de casi nada y a quien siempre se la juegan sus colaboradores por ser tan bueno y fiarse de ellos y de su palabra. Y se cuela, cuela otra vez.
El candidato Rajoy tiene consejos a manta para las estrategias de sus rivales pero al parecer no tiene tantas explicaciones para los españoles sobre los casos de corrupción en su administración. Tan listo para unas cosas, tan espeso para otras. Otra risa, otra vez España de coña.
Hace unos días la UE nos recordó que espera más ajustes laborales y al menos otros veinte mil millones de recorte en el gasto social a cambio de su ayuda. La respuesta del candidato Rajoy fue comportarse como el hombre los caramelos a la puerta de un centro de mayores y anunciar rebajas en el IRPF de los jubilados que trabajen. Una promesa electoral que no figura en el programa, ni viene respaldada por un mínimo cálculo sobre cuánto puede costar y cómo se va a financiar. Cuando en el PP les da por las chanzas ya se sabe que la fiesta no para.
El intento inicial de minimizar el atentando contra la embajada española en Kabul sólo para evitar el más mínimo riesgo electoral y la poca empatía demostrada hacia las diez víctimas mortales, especialmente si eran afganos, tiene una explicación bastante menos amable y que dice aún menos de la responsabilidad y seriedad del partido que nos gobierna. Una vez más ha acreditado su ilimitada capacidad poner sus intereses y necesidades electorales por encima de cualquier otra consideración. Lo único que cuenta es ganar, por cualquier medio necesario. Apelar ahora a la unidad antiterrorista por encima de las campañas ya no parece una broma, es un sarcasmo.