La inmigración, los votos y la deshumanización
Mientras los partidos de derecha, y especialmente la extrema derecha, saben cómo capitalizar votos con sus discursos anti-inmigración, los partidos de izquierda prefieren no tocar mucho ese tema al que solo le ven problemas. “La inmigración no da votos”, piensan y afirman en sus círculos más cercanos, las y los líderes de la izquierda cuando gobierna. La experiencia con el PSOE es que sus políticas migratorias, cuando ha gobernado, desde 1985, han reforzado el protagonismo del Ministerio del Interior con decisiones antagónicas al respeto de los derechos humanos: externalización de fronteras, la Directiva de la vergüenza, la creación de los CIE, los cupos de detenciones, las deportaciones de extranjeros a terceros países, las restricciones de la libertad de movimiento a los solicitantes de asilo cuando están en Ceuta o Melilla… El partido socialista tiene demasiadas manchas en su hoja de servicio en materia migratoria que ni la regularización extraordinaria de Zapatero ni el rescate del Aquarius logran limpiar.
Es innegable que las crisis migratorias son uno de los temas más complicados y controvertidos a los que se puede enfrentar un gobierno. De ahí la necesidad de que esto se pueda abordar desde la lógica de los derechos humanos y de forma planificada, con recursos y coordinadamente, teniendo en cuenta las causas globales de los movimientos migratorios, ofreciendo respuestas regionales y buscando una adopción de decisiones conjuntas entre todos los agentes que intervienen desde la cooperación y el respeto a la vida y la integridad de las personas migrantes. Es fundamental que la mirada sobre las personas en movimiento parta del respeto a los compromisos internacionales que España tiene en materia de derechos humanos.
Pedía el presidente Sánchez, el pasado miércoles en la Cadena Ser, que tuviéramos una mayor empatía con la gendarmería marroquí. Cuesta decidir qué suscita más enfado, si estas palabras o las que dijo a las pocas horas del trágico suceso en la valla de Melilla con ese “bien resuelto” que se había cobrado la vida de más de una treintena de personas. Da igual que no hubiera visto las imágenes, lo que sucede en las fronteras nunca se puede calificar con un “bien resuelto” a no ser que preocupe más la seguridad nacional que la seguridad humana. Confundió, y confunde, Pedro Sánchez empatía con simpatía. Cuando se cometen violaciones de derechos humanos, y Amnistía Internacional en estos hechos ya ha detectado al menos ocho, no es con los perpetradores con quienes hay que mostrar empatía o pedir que se muestre empatía, a no ser que lo que se nos esté pidiendo es que no enfademos al “amigo marroquí” y les mostremos nuestra simpatía pasando por alto lo que hagan con las personas, aunque las apilen como sacos de patatas sin importar que son vidas humanas, las entierren sin identificarlas y negándoles el derecho a la verdad, la justicia y la reparación, las juzguen por tráfico de seres humanos (inaudito) en dudosas condiciones procesales o se las hostigue hasta el límite y empuje al desierto para que aparezcan muertas como ya pasó en 2018.
Es con las víctimas de esta acción criminal y con sus familias con las que se debe mostrar no solo empatía o expresar condolencias, sino ofrecer un compromiso creíble y serio de que algo así no volverá a pasar. Pero ni Pedro Sánchez ni Unidas Podemos estando en el gobierno pueden arriesgarse a afirmar algo así y llevarlo a cabo porque la inmigración no da votos entre los votantes de izquierda, solo problemas.
Tengo dudas de si reflexiona esta izquierda que gobierna, no la que se hace auto-oposición, que este tema, en estas circunstancias, lo que sí puede es quitar votos y, sobre todo, restar esa credibilidad necesaria para que, más allá de meter un papel en una urna, los votantes remen a tu favor en las conversaciones del día a día cuando el viento está muy en contra.
No es tarde para que este gobierno centre sus esfuerzos, desde los distintos ministerios, en que sea el enfoque de “seguridad humana” y no el de “seguridad nacional” el que prime en sus políticas migratorias. El enfoque de “seguridad humana” como base de un modelo que sitúa en el centro la protección de las personas y de sus derechos. Una “seguridad humana”, que como bien señala la ONU, debe servir para proteger tres tipos de libertades: la libertad de las personas frente al miedo (tanto las amenazas como la violencia física y directa), la libertad de las personas frente a la miseria (es decir, al desempleo, la pobreza, la enfermedad…) y la libertad de las personas frente a la indignidad (incluyendo la exclusión, explotación y discriminación). Un enfoque que es bueno para todas y todos y que, a pesar de que se ha esbozado en algunas estrategias del actual gobierno, a luz de lo sucedido, de la última cumbre de la OTAN y de los acuerdos en política migratoria de la Unión Europea, parece un acto más de hipocresía. De ese cinismo de esa clase de políticos que creen que para sobrevivir o bien hay que empatizar con los fuertes o bien solo hay que hacer políticas y leyes que puedan dar votos. Una forma de gobernar que conjuga bien, también, con el verbo “deshumanizar”.
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