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OPINIÓN | 'Se llama normalidad', por Antón Losada

Se llama normalidad

Varias personas de vacaciones en la playa

Antón Losada

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La toma de posesión de Salvador Illa ha provocado ya un primer efecto beneficioso, redistribuido de manera equitativa por toda la península sin privilegios o exclusiones. Ya pueden irse todos de vacaciones allí. Ya podemos irnos todos de vacaciones aquí.  

El recién electo president se ha puesto a nombrar consellers, Carles Puigdemont se ha vuelto a Waterloo a jugar con el gato y los demás ya podemos irnos tranquilos a la playa o al monte, o tentar la suerte cogiendo un tren a donde nos apetezca. 

Así está España ahora y así se la hemos contado. En unos días habrá que ocuparse de la cuestión del techo de gasto y el presupuesto, o de las nuevas hazañas judiciales del juez Peinado, o del sistema de financiación. Pero hoy no. Que aún estamos de resaca de los Juegos Olímpicos de Paris. Hay una pila de horas que hasta ayer estaban ocupadas y ahora deberemos decidir qué hacer. Viene el puente de agosto y conviene tener las prioridades claras porque si no, es el desorden.

No se asusten. Se llama normalidad y carece de efectos secundarios. Únicamente hay que saber disfrutarla sin agobios, sin amargarse pensando  que se puede acabar en cualquier momento. En su comparecencia de balance del curso político, entre las decenas de gráficos presentados por el presidente Sánchez, faltó la imagen clave: el diagrama de líneas que nos enseñase cómo ha evolucionado la porcentaje de agonías y predicadores de desastres sobre el total de la población española. Si usted se cuenta entre los primeros, tranquilo; sepa que queda un retén de guardia en el antisanchismo contándonos las idas y venidas, la situación fiscal y el horario laboral del hermano de Pedro Sánchez.  

En la revolucionada campaña para las presidenciales americanas, el compañero elegido por Kamala Harris para vicepresidente, Tim Walz, el entrenador de instituto de Minnesota, ha puesto de los nervios a sus rivales formulando una inocente pregunta, casi retórica, a los asistentes a sus mítines: ¿No os parece que Donald Trump y los suyos son muy raros? El adjetivo ha causado el efecto de la kriptonita entre los republicanos y se han obsesionado con demostrar a los votantes, por cualquier medio necesario, que los raros de verdad son los demócratas. A veces lo normal resulta ser lo verdaderamente revolucionario. 

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