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La “malafollá”

Protesta frente a los juzgados de Plaza de Castilla antes de la declaración de Begoña Gómez del 19 de julio.

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Aunque la expresión malafollá sea genuinamente granadina, el fenómeno al que alude no es exclusivo de mi patria natal, se da en otros lugares. Pariente de lo inoportuno, lo agorero, lo malaje, lo gafe, lo cenizo y el mal talante, la malafollá es la desdichada habilidad para decir o hacer algo desagradable en el peor momento posible. Preguntarte cuándo te vas apenas has llegado al lugar de tus vacaciones. Que lo primero que te suelte el amigo al que no ves desde hace veinte años es que estás más viejo. Desear en Nochevieja que todos sigamos vivos para la próxima. Soltarte que tu libro se deja leer, pero tiene una errata en la página 47. Malintencionadas torpezas como estas y otras aún más crueles.

Expresión malsonante lo de malafollá, lo sé, queridos correctores de estilo. Pero no tanto desde donde escribo, el territorio del antiguo reino nazarí. De hecho, esta locución no procede, como parece, de un acto sexual mal consumado, sino de una forja mal hecha, de la fórmula de un herrero del Sacromonte para recriminarle a su aprendiz que no soplara bien con el fuelle. 

El poeta, periodista y político granadino Pepe Ladrón de Guevara publicó en 1990 el mejor estudio sobre este asunto: 'La malafollá granadina'. Contaba Ladrón de Guevara que una vez pidió en un estanco de la ciudad de la Alhambra unos puros que estuvieran frescos, que no estuvieran secos, y, al abandonar el local con su mercancía, oyó como el estanquero le soltaba a su mujer, en voz alta, para que él también lo escuchara: “Ése se cree que está comprando boquerones”.

También periodista granadino, Andrés Cárdenas ha escrito mucho sobre el fenómeno. En Granada Hoy afirmó en 2021 que una de las mejores definiciones de la malafollá la dio el catedrático Francisco Murillo Ferrol en un discurso en la Universidad de Granada. “Es”, dijo Murillo Ferrol, “machacarle el mito al que va estrenando traje, al que presume de caballo, de casa, de coche, de libro. El granadino le encontrará enseguida los vicios ocultos de la cosa: la arruga en la espalda, la mala cara, la cojera disimulada, y lo dirá incontinenti. Pocos mitos de la vida cotidiana pueden aguantar esta corrosión implacable”.

Cárdenas recuerda que Miguel Ríos, en su libro autobiográfico 'Cosas que siempre quise contarte', dice que para él el ejemplo más claro de un malafollá es aquel que, cuando un amigo le pregunta cómo le va la vida, responde: “¿Tú quieres que te cuente mis penas? Pues te va a entretener tu puta madre”.

En fin, al grano. Se nos estaba quedando un verano razonablemente bueno. Con la economía creciendo y creando empleos. Con los turistas llegando en tropel y gastando como si no hubiera un mañana, hasta el punto de convertirse su exceso en todo un problema. Con La Roja ganando la Eurocopa de fútbol de modo brillante. Hasta los zurdos encontrábamos alivio en la victoria laborista en Inglaterra, el frenazo a la ultraderecha en Francia y la abdicación de Biden.

Arreciaban las olas de calor, pero esto es culpa de la crisis climática y no tiene solución local, y también persistían las llegadas de inmigrantes en cayucos, pero a esto le pasa lo mismo. Las buenas noticias del verano empataban con las malas. Pero, ay, encerrado en un juzgado de la Plaza de Castilla, un individuo rumiaba cómo conseguir notoriedad, cómo tener sus minutos de gloria televisiva estival, cómo arrancar el enfervorizado aplauso de sus correligionarios con toga y de los medios de comunicación ultras. Y, caramba, se le ocurrió citar al presidente del Gobierno como testigo en su inquisitorial investigación contra su esposa.

Analistas jurídicos y políticos más conocedores de estas cosas que servidor han desmenuzado en este y otros diarios los desvaríos y extravagancias del juez Juan Carlos Peinado. Sediento de celebridad, sin duda. Motivado por razones políticas, obviamente. Prevaricador, probablemente. Permítanme añadir a todo lo dicho que esta Su Malaje Señoría se ha ganado su hueco en la historia de la malafollá de este verano de 2024. ¡No podía esperar hasta la segunda quince de septiembre, no! Debe creerse que existe un grave riesgo de fuga del presidente al que ha citado como testigo. ¡Señor, líbranos de los birretes recalentados!

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