La manera correcta de cancelar
En lo que llevamos de 2022 tenemos ya varias historias de cancelación/castigo online bastante sonadas. La última este agosto, la del podcast Estirando el chicle en su edición de verano por la invitada abiertamente transexcluyente Patricia Sornosa. Hace poco veíamos también el linchamiento digital a Jedet por su entrevista con Sindy Takanashi donde criticaba la Ley Trans del Ministerio de Igualdad en un programa de ATRESplayer o a Perra de Satán por unos tuits racistas de hace más de 10 años. Después del revuelo, Perra de Satán pidió perdón y cerró sus redes una temporada, Jedet canceló su participación en el pregón del Orgullo en Granada y pidió perdón, y las chicas de Estirando el chicle emitieron un comunicado reiterando su compromiso en contra de los discursos de odio.
Habiendo sido invitada de los podcast de Carolina y Victoria y al de Perra de Satán (honestamente, en ambos me lo pasé muy bien), es solo cuestión de tiempo que la cancelación me llegue a mí también 😂😂😂. Siendo sincera, no por egocentrismo ni ósmosis de cancelación, es que no soy perfecta y como toda hija de vecino, cometo errores. Es más, abiertamente digo que me avergüenzo muchísimo de publicaciones pasadas, no tenía la conciencia antirracista ni el bagaje ni el conocimiento que tengo hoy, pero me gustaba dibujar y me gustaba gustar (y para más inri, las temáticas que tocaba no son precisamente light), ¿hace esto menos malos mis antiguos errores? No lo sé. Lo que sí sé es que me he esforzado mucho por deconstruirme, por formarme, por ser consciente de mis sesgos machistas y racistas, y en ese camino, mi contenido empezó a cambiar. ¿Será esto suficiente? Tampoco lo sé. Visto el panorama, al igual que esperas que de un momento a otro te toque la COVID, así espero la cancelación, ya que crear contenido a lo largo del tiempo de forma impoluta es imposible e insostenible.
¿Y si fueras tú? ¿Cómo te gustaría que te cancelaran? Creo que responder a esto es súper difícil, es como preguntar cómo quieres que sea tu entierro. Lo que no quieres es morirte, pues esto es igual: no quieres pasar por el mal trago de un linchamiento digital. Pero al igual que la muerte es la consecuencia de la vida, no existe lo uno sin lo otro, el castigo lo es del crimen, pero la gran variable aquí es que a mayor presencia online, mayor castigo. No hay ninguna escala que diga “si es una broma racista, son 60 mensajes de castigo, ¡que alguien ponga el contador!”. Hay personas que pensarán que la transgresión equivale a morirte y otras a una disculpa y retirada del programa. En los movimientos espontáneos digitales no hay legislación ni consenso, y cada individuo se expresa según le parece.
Además, en España tenemos el patrón de justiciero social muy dentro. Un ejemplo es Gran Hermano, el longevo reality de Mediaset. El patrón de votos del público era siempre siempre siempre echar al que se había portado mal, te echo como castigo y premio a los que se portan bien que siguen dentro de la casa. Hay malos y buenos: malos, castigo; buenos, premio. Muchas veces, en los tres finalistas había un mueble (participante de GH que no hace nada) e incluso, algún que otro mueble ganó el maletín del premio. Después de terminar el programa, la gente se olvida de los muebles, y los que daban juego (y gritan mucho) son los que iban a bolos y eran llamados para otros programas de Mediaset, y aquí ya no hay malos ni buenos, solo entretenimiento.
Siguiendo el hilo de la cancelación, centrémonos en el cómo. ¿Por qué castiga la gente de esta forma? Comentarios de odio, tuits, mensajes directos, mails a las compañías con las que trabajan estas personas, etcétera… Mi teoría, después de trabajar como UX (diseñadora de productos digitales) es: porque se puede. Realmente, la logística para que alguien exprese su descontento online públicamente es bastante fácil, basta un par de clicks, unos likes o unos RT, seas de la clase que seas, tengas dinero o no. Más difícil es presentar una querella judicial y meterte en líos de abogados, o incluso registrarte y dar tus datos para firmar un change.org (ya son más pasos que un tuit). En la era digital, para que la gente haga algo, basta con que sea fácil hacerlo, de ahí que con la compra en un click Amazon haya ganado millones o que se acumulen miles de comentarios de desacuerdo en un post.
En un artículo del New York Times sobre la cultura de la cancelación se señala de forma muy interesante que, por muy fuerte que sea la cultura de la cancelación, falla ostensiblemente en cancelar instituciones corruptas o personas con poder real. JK Rowling sigue siendo rica pese a todas las críticas, Juan Carlos I sigue por ahí sin investigar pese a la corrupción, continúa la crisis climática pese a todos las iniciativas que hemos firmado, siguen nuestros partidos políticos corruptos favoritos en el poder pese a las noticias, los tuits, los papeles de Bárcenas y los juicios. Hacemos daño a quienes podemos hacerlo. Aplaudimos o abucheamos a los gladiadores del coliseo, hasta que uno muere, pero intocable el emperador. Ese sigue ahí, esclavizando y haciendo sus cositas.
Con esto tampoco quiero echar por tierra el poder de la unión digital. El movimiento #metoo se gestó en redes, las mujeres empezaron a hablar y llegó a Harvey Weinstein.
Quiero pensar que cuando surgen estos movimientos digitales es una llamada de atención del pueblo a creadores, instituciones, empresas y políticos, que quiere un mundo más justo pero que carece de medios suficientes para conseguirlo. Quiero un espacio seguro para mi identidad, quiero que se me represente, quiero igualdad en los medios. Pero también me pregunto si esta es la mejor manera para conseguirlo o si existe una manera correcta de cancelar.
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