Manual de 'compliance' para rijosos
“¡Oh, intolerable pestilencia y mortal te consuma, rijoso, envidioso, maldito!”
Fernando de Rojas. La Celestina
Clamaban los chicos del Arandina que ellos no sabían que la víctima era menor. Repetían que ellos no han hecho nada. Gritaban iracundos, tras oír la condena, que lo que hicieron no era malo y que hace quince años se hubieran ido a su casa tan tranquilos. Lo mismo que les oímos a los de Pamplona y Pozoblanco. Lo mismo que debaten otros cientos de miles que aplauden los argumentos para justificar que ignoraran que no se puede forzar a una mujer, pero que a una menor la fuerzas por definición. Los que pueblan las redes diciendo que temen ser acusados de una agresión por acercarse a una mujer...
Por todos esos creo que merece la pena hacer un manual de compliance, de cumplimiento legal, como los que se esfuerzan en trabajar todas las empresas hoy en día. Iba a llamarlo manual para cerdos, para pervertidos, para estupradores, pero lo he dejado en manual para rijosos. Es descriptivo y no tiene componente moral.
Señoros rijosos, si les gustan las niñas de uniforme, si les gustan tan jóvenes que pueden equivocarse... pidan siempre el DNI. Lo hace el que vende tabaco y el que vende alcohol. Si tienen tendencias sexuales que rozan la pederastia, si les ponen casi niñas, si lo suyo es de lolitas, ¡pidan el DNI! Y, por cierto, si van a buscar mujeres prostituidas, pídanlo también y asegúrense de que tienen más de 18 años pues, en ese caso, es la edad mínima para no considerar que, de hecho, hay un delito. Si son unos cerdos, asegúrense de que la ley les ampara primero y luego asegúrense el consentimiento.
Señoros rijosos y agresores varios, ningún hombre normal tiene dudas, pero vosotros precisáis de este manual. Si está inconsciente, no hay consentimiento. Da igual que se haya desmayado por tomar ella las copas voluntariamente, da igual que esté bajo un edredón o que le estés grabando para un concurso, si no hay conciencia no hay consentimiento. Nos falta, eso sí, revisar la ley para que eso no les cueste menos cárcel y para que no tengan así la tentación de ser ellos los que la droguen o intoxiquen.
Solo sí es sí. Es una norma sencilla. Si tienes dudas, pregunta. Es muy erótico preguntar a tu pareja si le gusta y si puedes continuar una práctica. Puede que te digan “sí, sí” o “sigue, sigue”, también es muy erótico, incluso “más, más”. Todo hombre y toda mujer normal sabe cómo funciona eso. Puede incluso que no te diga que sí pero que te esté arrancando los calzoncillos con los dientes. Sí, eso es consentimiento. Si se hace la muerta, no es consentimiento. Si gime como si sufriera, no es consentimiento. Si no te sigue, si no responde, si no actúa, si se parapeta entre los brazos, no hay consentimiento.
Es el colmo de la ignominia que se monte una polémica y se revictimice a una niña. Solo una sociedad enferma o enfermada lo haría, pero ha sucedido. No es aceptable que una señora letrada, por mucho derecho de defensa que tengan sus patrocinados, condenados sin firmeza a 38 años de prisión, cuestione a una víctima con duras palabras ante las cámaras y acabe diciendo, ¿amenazando?, con que se va a tener que ir de España.
No es aceptable que los medios de comunicación den cabida, todo el tiempo, a la revictimización de esas mujeres o niñas a las que llegan a llamar “supuestas” víctimas. Porque la única forma de que la víctima no sea cuestionada es que perezca en la agresión. Si sobrevives, ¡ay de ti, si sobrevives! Eres sospechosa de ser mentirosa como poco, de fulana o de interesada o de buscona, como más. Todo tan previsible y tan antiguo. Solo Santa María Goretti hubiera logrado el descargo de los públicos. Las mujeres no somos santas ni mártires. Las mujeres tenemos derecho a intentar sobrevivir al delito de la manera que consideremos, aunque sea instintivamente, más útil.
La polémica sobre la proporcionalidad de las penas en el caso Arandina es, como todas las similares, una polémica con ideología y, desde luego, una polémica patriarcal. Nuestro Código Penal tiene unas penas muy altas y una combinación aritmético penológica que, en ocasiones, supera los límites de la justicia material. Eso lo hemos denunciado muchas veces. Pero la polémica es interesada e ideológica. Lo es porque cuando ese mismo efecto se produce en otro tipo de delitos no solo no hay alharaca alguna, sino que suenan aplausos.
Si un traficante da tres pases de droga y estos se recogen en un solo atestado, se le condena por un solo delito; pero si se producen los mismos tres pases y hay tres atestados, le caen ¡18 años de prisión! Dieciocho años por pasar droga tres veces. ¿Alguien lo ha comparado alguna vez con un homicidio? La disfunción aritmética ha sido tan evidente que por eso se arbitraron las refundiciones de condena y los límites máximos de cumplimiento. Pero nada de esto ha escalofriado a nadie hasta que no se han pronunciado las penas contra los tres futbolistas del Arandina siguiendo estrictamente las sugerencias del Tribunal Supremo en la sentencia del caso de 'la manada' de Pamplona.
Sin embargo, nadie se ha escandalizado por la escasa responsabilidad civil que se impone en la sentencia. Una cantidad de 50.000€ entre los tres para reparar los daños morales, y probablemente para pagar el tratamiento que la niña necesite durante mucho tiempo, por unos delitos penados con 38 años es clara y comparativamente insuficiente. Es irrisoria.
Las comparaciones realizadas, de forma ideológica e interesada, también son inaceptables. Se compara la pena por tres delitos –uno de agresión sexual y dos de cooperación necesaria para la agresión sexual– con un solo delito de homicidio. No hay caso. Los diferentes delitos cometidos en varias acciones, aunque sean temporalmente próximas, siempre se acumulan. Se llama concurso real. Lo malo del homicidio es que solo pueden matarte una vez, pero ¿cuántas pueden violarte? No hay comparación posible, si no es porque nos quieran demostrar que entienden la protección del bien vida pero que, en el caso de la mujer, la protección de su libertad sexual no se considera tan grave, porque somos objetos de placer y a eso se sobrevive fácilmente. Como si una violación no fuera para muchas una tortura en vida constante, una muerte del alma, una aniquilación.
Necesitan un manual de compliance y no niego que, para eso, quizá sea mejor crear un subtipo independiente de la violación grupal, que sea tan claro que pueda ser paseado por las pizarras de los centros de educación, por los tableros de las casas de apuestas y en los anuncios online, para que no haya un joven rijoso al que no le quede claro a qué se arriesga si quiere poner en práctica eso que le pone burro cuando lo ve en las páginas porno. A él y a su amigos. Para que dejen de llamarse a sí mismos manadas o alegres tropas (en el caso del que hablamos el chat se llamaba “troupe”) y para que tengan muy claro qué se juegan y cuáles son las normas, no solo morales y humanas, sino también las judiciales. La solución técnica me importa menos que la asunción social de que este nuevo “modus operandi” de la violación, este que consiste en violaciones grupales practicadas por jóvenes, no solo integrados sino incluso de éxito, solo puede acabar en una celda de una prisión.
Las chicas se están empoderando, se ha logrado a base de educación y trabajo y pedagogía. No niego que en este esfuerzo quizá se haya olvidado a los chicos que se han quedado navegando solos y teniendo por único rumbo sus hormonas, el porno y poca formación moral y afectiva. Esforcémonos también por no dejarlos al pairo y por ayudarles a conquistar una masculinidad honesta y una forma de relacionarse con las mujeres franca e igualitaria.
Pero no caigamos en las polémicas de los ultramachistas ni de los ultraderechistas ni de los ultracatólicos.
Una niña es siempre una niña. Si no te das cuenta, eres un cerdo depravado.