Le troupeau
"Je ne fais pourtant de tort à personne En suivant les chemins qui ne mènent pas à Rome"
Todos saben que actualmente ese manifiesto de no levantarse al son de la música militar no puede ser leído en términos literales. No son militares los clarines que suenan en nuestro siglo. Crecí oyendo a Brassens, mi padre traía en plena dictadura sus discos ocultos en el forro de tela de la maleta, como traía los libros de Ruedo Ibérico. Crecí oyéndolo y entendiendo lo que decía, cosas de hablar un idioma que ya no le importa a casi nadie. Su tema “La mala reputación” fue prohibido en la radio francesa a su salida en 1952 y en nuestro país no se pudo escuchar en castellano hasta que Paco Ibáñez lo interpretó ya muerto Franco y aprobada la Constitución.
Y sin embargo su mensaje libertario sigue estando muy vivo. Seguir el toque de silbato, el sonido del clarín, el toque a rebato no va conmigo. Incluso tengo un amigo que me llama la hegeliana, por mi inveterada costumbre de plantear las tesis y las antítesis antes de formular una opinión propia. Sigue siendo perfectamente posible hacerlo, gane Trump, gobierne Sánchez, gane Feijóo o asome el morro Le Pen y se inflame Mélenchon. Es una actitud personal, una forma de estar en el mundo que pretenden que perdamos. Lo que antes era normal está deviniendo una suerte de heroicidad. Le troupeau. El rebaño avanza y parece proteger, la oveja que se despista o que se para a pensar un momento se queda rezagada y es señalada hasta por los mancos. Razón que llevaba George.
Uno es libre de pensar lo que quiera -no me creo estar escribiendo esto a estas alturas- y también de expresarlo. Puedo soportarlo. Mis ideales no van a flaquear por leer o escuchar lo contrario y tampoco por oír berrear a miles de cenutrios. Ladran, pues eso. Si defiendo una cosa u otra, elijo hacerlo con mis propios argumentos y no con argumentarios que, por cierto, suelen ser pobres intelectualmente y fabricados al uso de oyentes o lectores poco exigentes, esos que uno puede prescindir de tener. Así que puedo argumentar perfectamente la inutilidad radical de un gobernante sin recurrir a un mantra sobre la forma de gestionar catástrofes históricamente por su partido que, oye, le pudo quedar original a los primeros que lo muñeron pero que me resulta insufrible cuando es repetida como una cantinela por comunicadores, tuiteros y asimilados. Por otra parte puede ser fácilmente desmontada tan brillante idea enumerando los fallos de los contrarios. Hegel y su estado como conclusión de un proceso dialéctico y por eso ni el estado somos todos ni el pueblo lo suple. Pensar es un ejercicio sano. Buscar nuevas perspectivas sobre la cuestión, apasionante; incluso disentir de la opinión mayoritaria produce una satisfacción íntima que recomiendo. El clarín, el clarín, ¡qué incómodo, lo toque el corneta o el jefe de filas!
¿Y por qué hay que irse ahora justo a no sé qué red social? Y, sobre todo, ¿por qué hay que decirlo en público para no desoír el clarín? El rebaño. Las redes sociales han propiciado, sin duda, el deterioro democrático de una manera que no fuimos capaces de predecir al malear y viciar, con trampas, el medioambiente de opinión pública formada e informada que es imprescindible en una democracia. Lo ha hecho no la tecnología por sí sola sino el componente humano al que han visibilizado. Migren donde migren no van a cambiar a las gentes con las que compartimos país o civilización. Están ahí. Cierto que escribí hace tiempo que los organismos públicos y las instituciones deberían reflexionar sobre permanecer, financiar y dotar de contenido y legitimidad a una red privada cuyos algoritmos internos desconocen y que cobra y se lucra por mantenerlos. Lo dije y me reafirmo. Me negué a pagarle al tal Musk ni un céntimo y no lo haré. Desaparecen los seguidores y no me preocupa, a ver si los arrancan todos. Pero ¿dejar la red abominable justo estos días y proclamar públicamente y en auto de fe que la dejo? Eso es otro paso a toque de corneta, prefiero quedarme tranquilamente mientras pasa el cortejo. No es por nada, hace muchos meses que tengo cuenta en el otro sitio azul y también en otros tantos que existen -más que nada para que no me usurparan el nombre- pero ni las uso ni tengo interés en volver a reproducir una aventura que fue bonita mientras duró pero que jamás volverá a ser igual en ninguna parte.
Casi que me impongo continuar en la red de la incógnita como una penitencia. Tengo la fortuna, como muchos de ustedes, de haberme desarrollado en un entorno civilizado y educado, en el que hasta la mala gente guardaba las formas. Eso que se llamó educación, para protegernos de nuestros propios malos instintos. Tengo la fortuna de tratar cada día con compañeros de profesión, artistas, escritores, médicos, juristas, con la cabeza bien amueblada, tengan la tendencia política que tengan, con los que da gusto compartir un debate, una comida, y hasta una encendida discusión ilustrada. A cierta edad uno es consciente de que el lujo es eso y no una maleta con anagramas.
Por eso sigue siendo interesante la red de la incógnita, para despejar las que me produce un mundo que a veces no entiendo y una gente a la que no comprendo y con la que afortunadamente no toparía nunca en mi vida real. Es preciso no olvidar que esas personas existen. Es importante. Gente incapaz de reflexionar más allá del eslogan, gente comida por la envidia, gente con resentimientos que no curaría ni el mejor psiquiatra, pobres gentes que se creen alguien zahiriendo, gentes que exhiben sus vergüenzas como si fueran tesoros, ignorantes que se creen sabios, combatientes verbales que no reconocen la lógica de un argumento aunque les paguen, gente absurda, gente que da pena, desnortados, embaucadores, buscafortunas y buscavidas, abogados de secano, jueces de la horca, paganos por un poco de casito que la vida no les ha dado. Todos ellos existen y existirán y aunque hayas logrado apartarlos de tu camino es bueno recordar que siguen ahí, que conviven contigo en un país y también en esa abominable red social, pero que siguen lejos y no pueden rozarte.
No, no me busquen al son de ningún clarín. Siempre sigo los caminos que no llevan a Roma. Va contra mi propia naturaleza. Si cuando aventen mis cenizas quieren decirle al viento un epitafio, no lo duden: librepensadora.
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