El mito de las palabras que no están en la RAE
Hace unas semanas se colaba en todas las tertulias y titulares la noticia de que el Ministerio del Interior había anulado la prueba de ortografía del examen de ingreso de la policía nacional arguyendo que era demasiado complicada. Ante la noticia de que el examen ha tenido que ser anulado, más de uno se ha venido arriba porque cree que la noticia confirma sus peores sospechas: la gente no sabe escribir, los jóvenes de hoy en día se están cargando la lengua de nuestros ancestros y se acerca el fin de la civilización tal y como la conocemos.
La prueba consistía en marcar como correctas o incorrectas cien palabras. En el listado aparecían términos absolutamente infrecuentes (ápodo), regionalismos imposibles (bago, yuyo) y formas que hace más de cien años ya resultaban antiguas (palancana) jugando a parecer errores ortográficos que al final resultaban no ser tales. En cambio, extranjerismos como spot, apartheid, paparazzi o remake eran consideradas en el examen como incorrectas.
El problema del examen de ortografía de la policía no es solo que fuese difícil o directamente disparatado, es que además la premisa de la que partía la prueba (que las palabras que están recogidas en el diccionario son las aceptables) es falsa. Esta creencia está también ampliamente extendida entre los hablantes. “Esa palabra no está aceptada”, decimos cuando no encontramos recogida una palabra. Entendemos el diccionario como un club privado al que solo pueden acceder las palabras buenas, las valiosas, las aceptables. Y fuera del diccionario quedan las parias léxicas: no están recogidas será porque no merecen entrar y deben ser evitadas y arrancadas como mala hierba.
Nos han educado para creer que la RAE es el tao. De hecho, hablamos de El Diccionario como si solo hubiera uno, cuando existen multitud de ellos, algunos notablemente más explicativos o actualizados que el de la RAE. Pero la RAE es mucha institución y nos parece que de alguna manera el suyo es la fuente oficial, el oráculo de Delfos al que consultar para poner fin a las discusiones de sobremesa. El RAE seal of approval valida o condena definitivamente. Si una palabra no aparece en el diccionario de la RAE, será que está defectuosa por algo. Será que está mal.
Pero el caso es que la labor lexicográfica (esto es, el noble arte de hacer diccionarios) no funciona así. Las palabras no pertenecen a la RAE ni a los diccionarios, pertenecen a los hablantes. Los hablantes crean, producen, inventan palabras, y los diccionarios las recogen. Nunca al revés. Todas las palabras que aparecen hoy en el diccionario fueron acuñadas en algún momento y estuvieron fuera. Aun así, tenemos tan interiorizada la idea de que es el diccionario el que crea la lengua que decimos alegremente que una palabra no existe cuando no la encontramos en el diccionario. La respuesta que dio el investigador Javier López Facal sobre este asunto cuando le preguntaron si eran incorrectas las palabras que no están en el diccionario de la RAE resulta reveladora:
“Si alguien va por el campo, ve una hierba, consulta un libro de botánica y no viene, no se le ocurre decir que esa hierba no existe, sino que esa hierba no está en su libro de botánica. Nadie puede decir a un hispanoparlante ‘esta palabra no existe’. Se puede decir que no está en el diccionario… pero la culpa no la tengo yo por usar la palabra sino el diccionario por no reflejar bien el léxico. Mucha gente cree que el diccionario de la RAE es como los mandamientos de la ley mosaica y que si los incumples vas al infierno”.
Esta creencia de que es el diccionario quien crea el mundo es la que lleva a que a veces se lean argumentos como que la prueba definitiva de que el hembrismo no existe es que la palabra no aparece en el diccionario de la RAE, como si para comprobar en qué tipo de sociedad vivimos hubiera que abrir el diccionario en vez de abrir la ventana. O, en su contraparte machista, hay hasta quien quiere ver la confirmación definitiva de vivir en un régimen hembrista cuando el sufrido servicio de consultas lingüísticas de la RAE responde a una consulta diciendo que hembrismo es una palabra que existe y está bien formada, como si que la palabra existiese fuese la prueba definitiva que confirmase los delirios de sociedad hembrista en la que algunos creen vivir.
Siguiendo esa misma lógica, uno podría concluir que los unicornios son reales puesto que aparecen recogidos en el diccionario o que las gominolas se inventaron hace un par de años, que fue cuando, por fin, la palabra gominola se incluyó en el diccionario (a pesar de que llevaba endulzando paladares más de un siglo).
Entre las grandes ausentes del diccionario hay palabras tan habituales como pifostio, otra de las largamente reclamadas. Bizarro ha sido uno de los campos de batalla de los últimos años, con antibizarristas muy enfadados que protestaban indignados porque les parecía incorrecto usarla con el sentido de extravagante o raro (que es hoy su uso mayoritario) puesto que esa acepción no aparece recogida en el DRAE. Como si fuese algo distinto al uso mayoritario que le dan los hablantes lo que otorgase significado a las palabras.
Son muchas las habilidades verbales que deben exigírsele a la policía en su trabajo. Pero conocer la palabra chimpurrear no parece que sea una de ellas. Lo triste es que la polémica del examen pone de manifiesto que sigue muy extendido el mito de que la lengua es lo que pone en el diccionario, que las palabras pertenecen a los diccionarios, a los académicos, a otros en cualquier caso, y que nosotros las tenemos de prestado, cuando lo que dota de existencia a una palabra no es que cuarenta señores sentados en butacones dieciochescos acuerden anotarla en un papel sino que sea usada y reconocida por el conjunto de hablantes, que somos nosotros. Y ya vendrán después los lexicógrafos a tomar notas de las palabras. Que para algo son nuestras.
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