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Un PP en ruina y demolición

Pablo Casado con candidatos del PP Madrid

Rosa María Artal

Es de imaginar la escena. El patriarca de la familia de rancio abolengo –alta cuna, baja cama, diría Cecilia– reúne a sus miembros y, con gesto circunspecto, expone la situación de quiebra. “Andrea, tienes que dejar el escaño. Hay que repartir lo poco que queda, y José Ignacio y Mari Mar necesitan un sueldo”. El drama del PP es que la lucha ya no es siquiera por el poder sino por las gachas de cada día. O el jamón “pata negra”, entendámonos. El Partido Popular ha obtenido solo 66 diputados –la mayor debacle de su historia–, perdiendo 68 respecto a 2016 en el Congreso. En el Senado se han dejado 74 escaños, 74 sueldos menos. Más otros cargos que se derivaban de ellos. Demasiado ERE de golpe. En dinero son 257.430 euros al mes en ayudas públicas para, entre otras cosas, pagar a sus 451 empleados.

La pérdida de tanto poder implica que ya no hay puertas giratorias para todos. No todos pueden colocarse bien y menos con el futuro que se les avecina. El economista Daniel Lacalle, que ha renunciado a su escaño, tiene la vida resuelta en sus muchos empleos y asesorías. Iba para ministro de Economía y sentarse en una silla del Congreso no es lo mismo. Mari Mar Blanco, que quedó fuera, no encontraría, en cambio, nada mejor. Y Echániz, el consejero de Sanidad de Cospedal que desmembró la pública en Castilla-La Mancha, es muy querido en la casa y tenía un asunto pendiente de sus tiempos en el gobierno de Gallardón en Madrid. El acta de diputado le libraría, de momento, de ser imputado en la Operación Lezo. Para ello iba en el puesto número 8 por Madrid, nadie pensaba que no fuera a salir.

Andrea Levy sacrifica su carrera ascendente. Su puesto como concejala de Madrid está asegurado al ir en el número 2 para apoyar la liviana candidatura de Martínez Almeida y le hacen dejar el acta de diputada en el Congreso. Levy es una política fiel al partido, sin reparar en nada. Le pidió Rajoy ir a apoyar la reelección de Baltar en Ourense y allí se plantó pese a un turbio asunto que podríamos denominar sexual y laboral del cacique gallego.

La carambola o jugada maestra ha sido convocar elecciones generales apenas un mes antes de las municipales, autonómicas y europeas. El PP tenía que gestionar su derrota en el Congreso y el Senado para no seguir perdiendo votos también en los comicios de mayo. Otra debacle en ayuntamientos y comunidades autónomas sería dramática. Y en las europeas, que son las mejor remuneradas. Pero parecen incapaces de cambiar el rumbo. No se puede con los candidatos que han presentado. Inexplicablemente, como si no hubiera nadie más.

El PP ha emprendido una carrera suicida a la mentira y el despropósito que ahora enarbolan Díaz Ayuso y Martínez Almeida en Madrid, con la inestimable ayuda de Cayetana Álvarez de Toledo, a quien le ha sabido a poco quedarse como única diputada del PP en toda Catalunya. La penúltima de la insólita candidata Díaz Ayuso la ha llevado a decir que “el PSOE necesita multiplicar la pobreza para vivir de ella” porque están “en contra de quienes peor lo pasan”. Esto, después de ejercer el PP durante un cuarto de siglo como 'el régimen de Madrid', con los datos que sintetizaba Ignacio Escolar, da idea del personaje.

El suelo español se llena de ejemplos. Hemos visto hasta renegar de la marca PP. Comprensible, en el donostiarra Borja Sémper, pero chirría al máximo en el caso de Xavier García Albiol, que ve hundirse el barco y demuestra no ser de los que se quedan a mantener el estandarte, con lo mucho que debe al partido.



Pablo Casado tiene bula, porque la tiene el PP, y aún han de reorganizar su salida. Por mucho que sea el caos en el partido, la ruina la ven con claridad. Hay que apretarse el cinturón y con la mayor discreción posible, tarea en la que cuentan con los medios informativos de la empresa. Una demolición como la que está atravesando el Partido Popular, con estas renuncias tan evidentes, tan de salvar los muebles, apenas ha sido destacada en la prensa generalista. Van en el mismo barco.

Comparemos el tratamiento dado al PSOE cuando las baronías y vieja guardia se reventaron a Pedro Sánchez a pocos días de cumplir el objetivo de dar el gobierno a Mariano Rajoy. Los más abyectos insultos eran para el secretario general, acosado por no cumplir las normas interiores y exteriores. O con las crisis de Podemos, amplificadas hasta el infinito y en la eterna letanía de su pérdida de votos. El PP de Casado se ha quedado en menos de la mitad de los escaños del Congreso y en el Senado ha sido una razia. ¿No es extraña la delicadeza con la que se aborda su caso? No hay puertas giratorias para tanto desocupado, ni –en su caso- sobres que lo alivien.

Los navajazos por las esquinas deben de ser para hacer una saga. Casado se hizo con el triunfo por el odio que despertaba entre muchos de sus compañeros Soraya Sáenz de Santamaría. Mucho más lista o mejor informada, por cierto, en hacerse con un empleo de lujo antes de las elecciones. Este PP, el de Casado, es hijo del que presidían Rajoy y Aznar, que nadie lo dude. La corrupción y los desvaríos comenzaron hace muchos años. Y, como todas las épocas de días de vino y rosas, acaban en derrota. De alguien, al menos. Más aún, el desastre del PP es el de la derecha española, ha contagiado incluso a quienes obraban con rigor en este desbarajuste.

Ciudadanos sufre también el lastre de la deriva de todos ellos hacia la extrema derecha. No ha recogido los votos perdidos por el PP apenas. Y lo saben, pese a sus proclamas. Se nota. Albert Rivera aparece cada vez más tenso, histriónico e hiperventilado. Contagiado del ayusismo incluso. Insistiendo en pactos de Sánchez “con los separatistas” –inexistentes hoy, miren la composición de la Mesa del Congreso– o con “los podemitas” o como guste llamarlos. Parece incapaz de entender que son opciones políticas legítimas y democráticas, lo que no ocurre con sus asociados –de facto– en Andalucía, o donde surja, de Vox. Villacís ha dicho que no tiene ningún problema en pactar con ellos la alcaldía en Madrid. Lo mismo que muchos otros candidatos de Ciudadanos y el PP. Vox les ha fagocitado porque se abrieron a las ideas que forman parte de su ADN también. La caricatura, peligrosa caricatura, de la derecha.

No está boyante Vox tampoco. Empieza a verse cómo funciona el pacto de la triple derecha en Andalucía, el laboratorio de pruebas. El gobierno de PP y Ciudadanos, apoyado por Vox, ha bajado impuestos a los ricos, pagan a 38 altos cargos la 'casa gratis' que querían suprimir desde la oposición y no se cortan en lanzar duros ataques a los derechos sociales y las libertades. En particular, los de la mujer o la Memoria Histórica. La UE no entiende esas alianzas, menos en el caso de Ciudadanos, a quienes vendieron con otra etiqueta.

La derecha, en estado de ruina y probable demolición. Sus líderes se encuentran en la cuerda floja. Habrán de operar cambios. La familia del PP reparte lo que va quedando. Con la cabeza alta y soberbia de Álvarez de Toledo, la sonrisa estirada en mueca de Pablo Casado o los ojos desvariados y lengua desatada de Díaz Ayuso. Pero todavía hay mucho interesado en que este nefasto equipo siga en las cuotas de poder que le queden. Y, sobre todo, mucho Paco 'el Bajo' y mucha Régula, nada santos inocentes, dóciles sirvientes de las tradiciones que marcan los señoritos sin el menor cuestionamiento.

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