De Qatar, el fútbol y otros demonios
En todo el mundo se está hablando de Qatar, la nueva sede del evento más esperado por los amantes del fútbol; el Mundial. Es imposible que no se hable de los abusos a nivel de esclavitud que se han dado en ese país alrededor de la organización y que ha llevado a la muerte de miles de personas inmigrantes. De las violencias que de manera sistemática padecen allí las mujeres y las personas LGTBI; de la pena de muerte o de los escándalos que han rodeado la manera en que Qatar consiguió ser sede del Mundial; sobornando a la FIFA.
Motivos hay de sobra para recriminar este Mundial y todo lo que se ha hecho con la anuencia de la FIFA. Sin embargo, no se puede tapar el sol con un dedo: esta no sería la primera vez que para levantar un mundial de fútbol la organización se lleve por delante los derechos de cientos de miles de personas e ignore completamente las reclamaciones de las víctimas.
Solo basta con ver lo sucedido en los mundiales más recientes. En Alemania 2006 se registraron múltiples denuncias por la trata de mujeres para ejercer la prostitución, en la mayoría de los casos procedentes de Europa del Este. En Sudáfrica 2010 Amnistía Internacional denunció la persecución policial de personas sin hogar y migrantes, además de la destrucción de alojamientos ubicados en zonas aledañas a los estadios de fútbol sin ofrecer ningún tipo de reubicación.
En Brasil 2014 también se dio el desalojo de miles de familias de sus lugares de vivienda, sin ningún tipo de consulta previa, para que se pudiese dar espacio a la construcción de los estadios que la organización exigía. La explotación de las personas empleadas en la construcción de estas obras fue una constante; los salarios, las horas extras y mejoras de las condiciones de trabajo fueron algunas de las reclamaciones que los trabajadores hicieron públicas mediante movilizaciones que fueron reprimidas violentamente por la policía. En los medios se presentaban esas movilizaciones como actos de irresponsabilidad por parte de los trabajadores, generando la idea de que cualquier retraso en la entrega de las obras era culpa de su conducta y no porque estuviesen haciendo justas reivindicaciones.
El mundial de Rusia 2018 se realizó en medio de la peor crisis de derechos humanos en ese país desde la era soviética. Así lo afirmó en su momento la Organización Human Rights Watch. La persecución, encarcelamiento y tortura de activistas por los derechos humanos venía siendo una práctica recurrente que se agudizó con el mundial, lo que justificó la represión violenta de cualquier tipo de protesta. En aquel entonces las ONG y grupos activistas no ahorraron esfuerzos para visibilizar todos los horrores que allí ocurrían respecto de la persecución, estigmatización y violencia ejercida sobre el colectivo LGTBI o sobre la despenalización de la violencia intrafamiliar. En Rusia la explotación de los trabajadores en las obras de construcción preparatorias al mundial también se hizo presente. Retrasos en el pago de salarios y condiciones de trabajo inseguras que ocasionaron la muerte de decenas de trabajadores.
Aunque en su momento supimos de estas cosas porque algunos medios se hicieron eco de ellas, nunca se les dio un despliegue similar a lo que está siendo Qatar. Por supuesto que lo de Qatar es impresentable; restricciones severas de las libertades en un territorio con amplias concentraciones de riqueza y miseria a partes iguales y en general, unas condiciones de vida contra (y por) las que difícilmente la gente puede levantarse.
Sin embargo, vale la pena preguntarnos si no hay una indignación selectiva. Las vulneraciones y abusos de poder en Rusia no han sido poca cosa -que por cierto ahora el mundo está viendo parte de sus implicaciones- y, sin embargo, nunca el reproche fue tan contundente como el de ahora con Qatar. ¿Tendrá esto que ver un poco con que el primero sea del mundo blanco europeo y el otro no? ¿Habrá algo de sesgo racista y arabófobo en todo esto?
Llama profundamente la atención que ahora se reivindiquen los derechos humanos desde todos los rincones del mundo por las atrocidades de Qatar, por los muertos que dejó la construcción de esos estadios; pero no por los que dejaron los estadios de Brasil o Rusia, por ejemplo. Por la violencia que se ejerce sobre las mujeres y personas LGTBI, pero se haya guardado silencio cuando esa misma violencia se denunció proveniente de Rusia.
La presión que se está ejerciendo sobre los artistas que han sido invitados a cantar en la apertura del mundial -muchos han declinado la invitación- no está siendo ni por asomo similar a la que se ejerce sobre los equipos o sobre la propia FIFA. La permisividad con la industria del fútbol, a la que se le ha perdonado de todo, requiere una revisión profunda. Esto no va solo de Qatar. Veremos si dentro de cuatro años, cuando el mundial se realice en Norteamérica, se levantará también este interés por los derechos humanos o si solo nos preocupan cuando sus vulneraciones no provienen del “mundo occidental”.
La indignación por los derechos humanos no puede ser selectiva. En nombre del fútbol se han permitido y justificado muchas injusticias. Que valga esto para recordar que Qatar no ha sido el único mundial por el que debimos indignarnos.
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