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¿Por qué las vidas gitanas no importan?

Varias residentes del asentamiento madrileño de la Cañada Real caminan bajo la nieve en enero de 2021. EFE/Mariscal

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Hay algo que sigo sin entender de una buena parte de la sociedad española y de lo que necesitamos hablar. Me he enterado por redes sociales de la aparición del cuerpo de uno de los niños de Carabanchel, que junto con su hermano estaba desaparecido desde el 10 de diciembre. Y la lógica humana más elemental me podría llevar a pensar que esto es una tragedia sobre la que nadie podría sentir más que empatía y tristeza; sin embargo, esa lógica se desmorona sin más cuando leo los comentarios culpabilizantes y en tono de burla hacia estos menores y su familia, solo por ser gitanos. 

El desprecio por el pueblo gitano es algo irracional que se ha metido en la médula y en el inconsciente colectivo de millones de personas en este país, que son capaces de justificar cualquier cosa si recae sobre las personas gitanas. Sin ir más lejos, este verano presenciamos cómo viviendas de familias gitanas fueron incendiadas en Jaén, bajo la excusa de la indignación colectiva por el asesinato de un vecino del pueblo a manos de un hombre gitano. La convención social y jurídica de no tomar justicia por mano propia se evaporó y se justificó, como no se haría en ningún otro caso. Muchísima gente se amparó en la indignación que produce un asesinato para hacer y deshacer, incluso en contra de personas que ninguna responsabilidad tenían frente a este hecho, y para destilar comentarios racistas en contra de la población gitana. 

¿En qué país medianamente respetuoso de los derechos se permitiría y se sostendría en el tiempo una injusticia como la que se viene cometiendo desde hace dos años contra 4.000 personas, de las cuales 1.000 son niñas y niños, en la Cañada Real? Han tenido que intervenir organizaciones sociales nacionales e internacionales para conseguir que el Comité de Derechos Sociales del Consejo de Europa inste al Estado español a restablecer el suministro de energía eléctrica, porque a la institucionalidad esto le ha dado igual. Seguro que si no se tratara en su mayoría de personas gitanas, esto se habría resuelto hace muchísimo tiempo.

Puedo afirmar que nunca, hasta que llegué a España, supe de prejuicios racistas contra las personas gitanas. Pronto me fui enterando de ello en la universidad y en la interacción social. Quiero hablarles de esto, porque a veces, sin darnos cuenta, naturalizamos lo que vemos en nuestro entorno y tendemos a pensar que simplemente es así y no hay más opciones.

Como algunas/os de quienes me leen ya lo sabrán, soy de Colombia, un país en el que también hace presencia el pueblo gitano. Así que me resulta inevitable pensar en ambas realidades. Siempre me ha llamado la atención que vi cosas allí que nunca he conseguido ver aquí, pese a toda la precariedad propia de la realidad colombiana y de su conflicto armado que, por supuesto, también atraviesa las vidas gitanas. Por ejemplo: que la Constitución les reconoce una protección especial dada su identidad y riqueza étnica y cultural, lo que le impone al Estado unas responsabilidades adicionales para preservar su protección, así como la de sus derechos, o que en una gran proporción la comunidad Rom -como se le conoce generalmente- aún mantiene su idioma romanés, porque se le respetaron sus prácticas culturales. Y, sobre todo, que no recae sobre el pueblo gitano una estigmatización social ni institucional, como sucede en España.

Es inevitable sentir y pensar en esos contrastes. El prejuicio social es enorme, se siembra desde muy temprano y se va quedando ahí instalado; en el mejor de los casos se sale de él, en otros, ya sabemos todo el daño que causa. He conocido gente que me ha contado que en la escuela tenía amigos gitanos, pero que, conforme fue creciendo e iba escuchando cosas sobre los gitanos, a pesar de haber interactuado con ellos, asumió los prejuicios sociales sobre esta comunidad. Seguro que muchos de ustedes podrán pensar ahora mismo en experiencias similares. Lo complejo de todo esto es que no es solo un asunto de prejuicios, sino de lo que ello implica en sus vidas y en sus derechos; que se ejemplifica en el hecho de que sus condiciones de vida sean mucho peores y que vivan entre 10 y 15 años menos que la población paya.

El odio y la deshumanización que existen en España sobre las personas gitanas invierten todos los acuerdos sociales. La presunción de inocencia opera en contra y la empatía está condicionada a que demuestres ser “uno de los buenos”. Que estas fechas en que todo el mundo pretende hacer reflexiones sobre el amor, la bondad y la empatía con las y los demás sirvan para que se reflexione sobre la violencia hacia las personas gitanas, la burla por el asesinato de un niño o la tortura sostenida de niños y niñas obligados a soportar frío.

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