Quieren acabar con la vida salvaje y la de quienes la defienden
El gorila de montaña está a punto de desaparecer. Incluido en la lista roja de las especies en peligro de extinción que elabora la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), actualmente sobreviven alrededor de ochocientos ejemplares y está clasificado como “en peligro crítico”.
Buena parte de los últimos individuos de esta especie sobrevive en los bosques nubosos del Parque Nacional de los Virunga: el más antiguo de África, situado en la región de los volcanes, entre Ruanda, Burundi, Tanzania, Uganda y el Congo. Allí son custodiados por un grupo de valerosos jóvenes que, ataviados con sus uniformes de guardabosques, no dudan en jugarse la vida ante quienes quieren acabar con la de los gorilas. Pero los guardabosques están siendo masacrados como ellos.
El pasado domingo fueron asesinados otros seis “rangers” en la zona central del parque, junto a la frontera con Uganda. Tal y como nos informaba The Guardian se trata de una nueva ofensiva en la escalada de ataques contra los guardabosques de los Virunga. El pasado verano fueron asesinados otros cinco. En las dos últimas décadas han matado a 170.
El jefe de la guardería del parque declaraba en el diario británico que “es inaceptable que los rangers de los Virunga continúen pagando el precio más alto en defensa de nuestro patrimonio común”. Jóvenes veinteañeros amantes de la naturaleza que entregan su vida por proteger la de estos grandes simios, estas “personas no humanas” cuyo genoma es casi idéntico al nuestro.
Es espeluznante el elevado nivel de violencia al que están llegando los que quieren acabar con la vida salvaje y la de quienes la defienden. Hace tres años os hablaba en este mismo rincón del diario de la “wildlife war”: la guerra contra la naturaleza de los cazadores furtivos que trabajan para las mafias que trafican con especies protegidas y de los grupos paramilitares a sueldo de las grandes compañías mineras que tienen orden de arrasar con todo lo que se anteponga a sus intereses. Como hemos sabido esta semana, la situación no hace más que empeorar.
En 1967 la famosa conservacionista Dian Fossey fue enviada por el paleontólogo Richard Leakey a la región ruandesa de los Virunga para estudiar el comportamiento de los gorilas de montaña. Pero en lugar de dedicarse a la etología, Dian dedicó los 18 años que estuvo emboscada en aquellos volcanes a defenderlos de los cazadores furtivos, quienes acabaron asesinándola en la Navidad de 1985.
Por mucho que las autoridades de Ruanda (y de Estados Unidos) intentaran culpar a otros aludiendo a los numerosos enemigos que se ganó por defender a los gorilas, quienes mataron a Dian Fossey fueron los mismos que siguen asesinando “rangers” mientras las autoridades locales, a sueldo de las mafias del tráfico de animales o el coltán, miran a otra parte. La pregunta es ¿solo las autoridades locales?
Para muchos estamos ante la mayor ofensiva internacional para acabar con la vida salvaje y la de quienes la defienden mientras el mundo entero mira hacia otro lado.