¿Cuál será el 'momento what the fuck' de esta semana?
Si todavía no has visto ‘El sol del futuro’ de Nanni Moretti, ya estás tardando en ver la hora y media más disfrutable del cine europeo reciente. El director italiano hace lo que mejor sabe, y lo hace mejor que nunca, con una encantadora y a la vez insoportable caricatura de sí mismo. Una película divertida y melancólica que enmienda en forma de universo paralelo la historia reciente de la izquierda comunista italiana –y europea–, mientras se parte la cara por el cine vivo frente al ultraprocesado de las plataformas.
En este último frente, el del cine resistente, hay una escena memorable: el protagonista se reúne con ejecutivos de Netflix interesados en financiar su próxima película. Boquiabierto, escucha cómo le ponen pegas a su proyecto porque el primer giro de guión llega demasiado tarde o no queda claro el arco del protagonista, términos propios del cine de plantilla y manual de guionista con que las plataformas homogeneizan sus productos. “Pero además tenemos otro problema grave”, dice una de las responsables de Netflix: “en esta película falta un momento what the fuck”, mientras Moretti pone cara de no entender nada. El “momento what the fuck”, ya sabes, cuando exclamas “qué coño…”; la sorpresa, lo inesperado, el golpe de efecto que retiene al sorprendido espectador y que no puede faltar en ningún producto audiovisual.
Viendo la película pensaba en cómo la realidad -o más bien la actualidad, que no es lo mismo- se nos fue llenando de cada vez más “momentos what the fuck”. No hay semana sin que una noticia nos rompa la cabeza y, bajo el luminoso de “¡última hora!”, nos haga exclamar: “¡Pero qué coño…!” Una votación parlamentaria, una decisión judicial, un resultado electoral en algún país, el anuncio sorprendente de un gobernante, un bombardeo o un atentado, una catástrofe natural, una metedura de pata colosal, un crimen espantoso, no hay semana sin su sobresalto WTF.
La tontada esa que hemos repetido tantas veces de que “la política española parece escrita por un guionista de Netflix”, se vuelve extensible a cualquier ámbito de la actualidad. E insisto en distinguir la realidad de la mera actualidad, que es esa parte pequeña de la realidad que aprieta en su inmediatez, recibe la atención mediática y ocupa toda la conversación, a menudo de manera dirigida e intencionada. Sí, la actualidad se escribe al gusto del manual de guión de cualquier plataforma audiovisual, de sobresalto en sobresalto, narrada para una audiencia hiperestimulada cuya atención cada vez cuesta más ganar.
El estilo narrativo “what the fuck” se acaba contagiando también a nuestras vidas, moldeadas por los mismos códigos del relato mediático y ficcional. Y de la misma forma que tengo dudas de que hoy el mundo sea mucho más incierto e inmanejable que en tiempos pasados -el siglo XX no fue precisamente plácido-, no sé si también en lo personal nos pasan más cosas que a generaciones anteriores: si de verdad nuestras vidas se han vuelto tan intensas y frenéticas como nos parecen, o es que el relato de las mismas se volvió también agitado, y nos sentimos personajes de una (mala) serie de esas que estiran temporada tras temporada, obligados a giros cada vez más inverosímiles y a multiplicar los momentos what the fuck.
Hay además algo perverso en ver y contar la realidad/actualidad al modo Netflix: nos convertimos en espectadores, lo mismo de la política nacional que de las guerras, y hasta de nuestras propias vidas. “¡Palomitas!”, nos decimos, preparados para el próximo giro de guión que nos deje boquiabiertos, nos impacte, nos aterrorice y a la vez nos satisfaga.
Y aquí estamos cada lunes, viendo venir la nueva semana y preguntándonos, temiendo y deseando a la vez, cuál será el “momento what the fuck” de los próximos siete días. Si estará en las páginas de nacional, internacional, economía o sociedad; si saltará en el informativo de las ocho o en el telediario de la cena, o nos llegará en forma de llamada telefónica funesta o frase temida del tipo “tenemos que hablar”. Suerte.
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