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Solo el juicio puede reagrupar al independentismo

Imagen del acto de constitución de la Crida Nacional

Antonio Franco

El soberanismo catalán juega con prisas, poco éxito y escasa convicción, sus últimas cartas de antes del juicio. La franja que busca una independencia por la vía unilateral en un plazo de tiempo más o menos corto  y a través de una movilización popular mucho más enérgica y combativa que las producidas hasta ahora, apura sus nuevas apuestas sin conseguir hasta ahora emocionar o convencer a quienes necesita enrolar.

¿Las dos últimas jugadas? Lo de hundir al Gobierno Sánchez zancadilleando los presupuestos españoles ya es visto por una amplia mayoría de catalanes como pegarse un tiro en el pie. Hacer caer a los socialistas equivaldrá a forzar el casi inmediato regreso de otro 155, esta vez con efectos inmediatos sobre la inmersión lingüística en la enseñanza y poniendo un punto final a la navegación prosecesionista de los medios públicos de comunicación. Sería la apoteosis de un cuanto peor mejor que una mayoría absoluta —incluidos los votantes de las formaciones separatistas— no desea con toda seguridad. La otra maniobra, la botadura de La Crida, ha provocado pocos entusiasmos y enmaraña todavía más al espectro soberanista, lo fragmenta aún más porque supone la materialización de un nuevo corte en un pastel ya muy dividido.

La Crida es el enésimo búnker en el que Puigdemont, Torra y los indepes con más prisas intentan reagrupar en torno de su radicalidad a los amplios apoyos -mayoritariamente moderados- que históricamente reunía Jordi Pujol con su Convergència. Pero ese intento hasta ahora no logra disimular que es simplemente la Penya Puigdemont con un nuevo nombre. De momento ni siquiera el PDeCAT, las siglas de quienes son oficialmente los herederos del pujolismo, se dejan absorber. E incurre en patetismo cuando, hija de la desunión, nace reclamando unidad y juego limpio pese a que todo el mundo sabe que su primer objetivo estratégico es romper en dos a ERC, aislando a la dirección que obedece a Oriol Junqueras y quedarse con sus bases asamblearias más proclives al canto de sirena de que todavía todo es posible y para pronto.

Sólo el juicio puede reagrupar al independentismo. Pero el juicio se encara asimismo desde dos posturas muy diferenciadas. En líneas generales puede decirse que la Penya Puigdemont ha organizado unas defensas políticas de los encausados para buscar una conmoción popular de la media Catalunya irreversiblemente harta de España. Su eje central: que Catalunya quiere y tiene derecho a la independencia respecto al estado opresor. Su límite: no entrar en la delicadísima cuestión de que la mayoría de la población catalana no la desea. Los políticos que serán juzgados son unos mártires. Por otro lado, los procesados más afines a ERC optan mayoritariamente por defensas técnicas que intentarán quitarle importancia a lo sucedido en el Parlament y la calle hace un año y medio. La tesis será que no pasó nada porque todo tuvo un carácter simbólico y en realidad no se cometió ningún delito por lo que España se equivoca al darle una dimensión que no tuvo. Los políticos juzgados son inocentes que en todo caso desobedecieron a la Constitución y el Estatut a petición expresa de la mayoría de los ciudadanos, efectuando, eso sí, la misma omisión sobre el pensamiento de la mayoría que hará el otro grupo.

Si la ciudadanía cruje por el juicio el independentismo puede rehacerse. Una radicalidad del tribunal que no sea comprensible para las sensibilidades de la Catalunya más templada, y el efecto dinamizador de las retransmisiones en directo, día a día, de todo lo que sucederá en la sala del juicio, puede traducirse en cualquier cosa.

La apuesta soberanista casi es a todo o nada porque en los últimos meses han reaparecido en el escenario catalán otros elementos importantes. Uno es el realismo de una parte del soberanismo, que parece encarnar Junqueras. Cree que la independencia va para largo por lo que es necesario preocuparse por como vivirá Catalunya mañana por la mañana, y también pasado mañana, mientras se espera a que haya una mayoría absoluta amplia a favor de la secesión. La otra es el regreso  —con consistencia— de la idea de que aunque el horizonte pueda ser la independencia no son lo mismo la derecha que la izquierda. Regresa  la prioridad de defender las y ampliar las conquistas sociales vaya como vaya la otra reivindicación. Eso estratégicamente es importante porque acerca más a ERC a los comunes, la CUP y los socialistas catalanes que a la vieja Convergència, Puigdemont y Torra, que lo subordinan todo a salir de España.

A partir de esta situación de fondo si el juicio no lo altera todo Esquerra confía en traducir su aparente hegemonía social en una mayoría parlamentaria, en ganar o estar presente en el futuro gobierno municipal de Barcelona, y en poder estabilizar una vida distante y fría con Madrid pero técnicamente desde dentro de España. Desea representar a la mitad de la población que se siente sentimentalmente desunida del proyecto estatal. Puigdemont y Torra únicamente podrían contrapesar eso rompiendo a ERC, volviendo a ganar las elecciones o consiguiendo la insurrección pacífica con la que sueñan.

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