Spotify vs Neil Young: los bulos no son un nicho de mercado
Mientras escribo estas líneas, escucho a Neil Young: Rockin’ in the free world. Es una leyenda del rock que lleva 60 años en el machito. Si nunca lo conté entre mis ídolos musicales fue por una cuestión generacional: mi oído se estrenó con Tequila y Depeche Mode, así son las cosas. Desde hoy, Young es mi ídolo epistemológico, así que le he construido un pedestal junto al de Hume y Locke, por la contribución de sus reflexiones y acciones al conocimiento humano.
La espectacular y sencilla aportación de Young ha consistido en señalar la responsabilidad de las plataformas, en este caso Spotify, respecto a los contenidos que difunden. Esto aclara su papel en el avance de la desinformación, la infantilización, la estupidización y todos los fenómenos que están haciendo imposible el debate público, aunque parezca que se pudre solo, como la fruta, o a causa del Zeitgeist y otras entelequias abstractas. Pues no, se degrada porque hay gente que toma decisiones que lo degradan.
En concreto, Spotify, la que nos caía bien a todos y aún no había perdido la inocencia, fichó en exclusiva a Joe Rogan para publicar su podcast, cuyos episodios tienen 11 millones de descargas. En su podcast ha dado voz a negacionistas del cambio climático, se ha recomendado un medicamento contra la COVID-19, la ivermectina, rechazado por la comunidad científica; se han difundido bulos antivacunas y otras teorías no confirmadas sobre el coronavirus… Digamos que cumple todos los requisitos de la legión anti-realista.
¿Qué hizo Neil Young? Instó a Spotify a dejar de divulgar ese podcast, con sus bulos y su dañina desinformación. Poco antes hicieron lo mismo 200 médicos, que denunciaron ante la empresa los peligros de difundir falsedades sobre la salud en plena pandemia. Young afirmó que el podcast en cuestión “causa potencialmente la muerte a aquellos que creen esa desinformación”. Por tanto, en caso de no retirarlo, él pediría la eliminación de toda su música de la plataforma: “Pueden tenerme a mí o a Rogan, no a ambos”.
Spotify eligió inicialmente la superstición. Sacrificó a Neil Young para quedarse con un antivacunas. Pero para ser precisa, no fue Spotify en abstracto, sino sus directivos. Gentes de carne y hueso que a buen seguro celebrarían más de una reunión para analizar el asunto antes de tomar una decisión. No tienen nada personal contra Young ni sienten animadversión por la ciencia, y hasta es probable que estén vacunados. Son solo negocios. Si decidieron pagarle 100 millones de dólares a Rogan para tener su podcast en exclusividad, es porque les resulta rentable. Y aunque este episodio parece haberle hecho recapacitar, si Rogan cobra una fortuna por difundir falsedades, va a resultar difícil convencerle de que deje de hacerlo. Veremos.
Sabemos también que es una cuestión de rentabilidad por la sintaxis premiosa del comunicado inicial de Spotify y su embarullada apelación a bellos valores. Aquí su versión: “Queremos que toda la música y el contenido de audio del mundo estén disponibles para los usuarios. Eso conlleva una gran responsabilidad a la hora de equilibrar tanto la seguridad de los oyentes como la libertad de los creadores”.
“Equilibrar”, dicen. No hay equilibrio entre la desinformación y los bulos, ni entre la ciencia y la superstición; y la verdad no es la media de las mentiras. Se les pide que no inunden el mundo de charlatanería tóxica y que no se escuden en la libertad de los creadores: cualquiera es libre de crear el contenido que le dé la gana, solo faltaría. Pero nada obliga a una plataforma a publicarlo y divulgarlo. Lo hacen porque quieren y esto es lo que Neil Young ha evidenciado. Se resistían a renunciar a algo, querían tener a los suscriptores que creen en la ciencia y a los que reniegan de ella. Toda creencia es un nicho de mercado.
Sin embargo, la marea contra Spotify se ha desatado en las redes sociales: muchos usuarios se han dado de baja en los últimos días y las acciones de la compañía han caído hasta un 6% en bolsa. La presión les ha llevado a introducir medidas de moderación de contenido ciertamente livianas, pero cuya gran virtud es que, de facto, suponen asumir la responsabilidad sobre lo que divulgan.
Poco a poco las plataformas, los buscadores y las redes sociales se revelan como lo que son: editores de contenidos y, por tanto, responsables de lo que publican, como los medios de comunicación. Esta actitud acabará el día que sean considerados como tales. Chamanes ha habido siempre; supersticiosos que los han creído, también. Pero si hoy los bulos y la desinformación están corroyendo el debate público y los cimientos de las democracias es porque hay gente en puestos de enorme responsabilidad que está convencida de que la verdad y la falsedad, la democracia y el autoritarismo, la inteligencia y la estupidez, deben estar equilibradas en este mundo.
Por suerte, también hay gente como Neil Young, a quien se ha sumado entre otros la mítica Joni Mitchell, para dejar al descubierto la falta de ética de ciertas actitudes. Le he construido un pedestal por ello y por su imaginación innovadora. Mientras todos vivimos obsesionados con la visibilidad, él ha obtenido la atención de la gente —el bien más preciado de estos tiempos— no por estar, sino por marcharse. Y ha puesto esa atención al servicio del bien común, el debate publico, la salud. Chapeau, maestro, “keep on rockin’ in the free world”. Tal vez la verdadera libertad de los creadores sea esa: que nadie la use por ellos.
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