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Trabajar (literalmente) de sol a sol

Trabajadores en una obra en Madrid, en una imagen de archivo.

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“Ciego quien no ve el sol, necio quien no lo conoce”, dejó escrito Giordano Bruno allá por el s. XVI, un verso que parece hoy, ya en pleno verano y con el calor llenando nuestros días, una irónica advertencia contra ese escepticismo climático que agitan las derechas y que, demasiadas veces, esconde intereses cínicos y espurios. Porque admitámoslo: los avisos sobre el cambio climático tienen ya un largo recorrido. Fue exactamente hace 200 años, en 1824, cuando el francés Jean Baptiste Joseph Fourier puso las bases de un concepto que no sería utilizado como tal hasta 1906 por el físico inglés John Henry Poynting. Desde entonces, la ciencia ha desarrollado un amplio consenso sobre el tema, un consenso que ha necesitado del cambiante impulso de la política para ir adquiriendo peso y ocupar por fin el centro del debate social, hasta el punto de que cuestionar hoy en día el cambio climático parece, excepto para algún colectivo de dudoso criterio, una solemne majadería. La realidad es que, en los últimos años, hemos sufrido temperaturas altísimas, demasiado, durante periodos muy extendidos. 

Por dar algún dato, 2023 fue el tercer año más cálido de todos los registrados, sólo superado por 2022 y 2003. Y aunque nuestra memoria es corta, algunos todavía recordamos que el año pasado sufrimos cuatro olas de calor que ocuparon un total de 24 días, con 35 provincias españolas alcanzando temperaturas máximas por encima de los 40 grados, llegando en agosto a los 45 grados centígrados en algunas zonas de Valencia y Andalucía. Son datos oficiales de la Aemet, lo que no impide que, muchas veces, tengamos una percepción distorsionada de esta tozuda realidad. Olvidamos, por ejemplo, que mientras disfrutamos de la piscina o de la playa de turno, refrescándonos en el agua o haciendo una parada técnica en el chiringuito, hay miles de personas sufriendo temperaturas imposibles, personas que trabajan bajo la peligrosa rigurosidad de temperaturas extremas, literalmente de sol a sol. Son los trabajadores y trabajadoras de la construcción, del saneamiento urbano, de la jardinería y otros sectores laborales donde, en pleno S. XXI, sigue habiendo personas sin acceso a las más mínimas medidas de seguridad laboral. Por eso es necesario recordarlo cada verano: el cambio climático nos afecta a todos, pero sobre todo a la seguridad y la salud de miles de personas trabajadoras que se enfrentan, en ocasiones francamente desprotegidas, al aumento de las temperaturas, la exposición a la radiación ultravioleta, el contacto con patógenos y la contaminación del aire. 

A pesar de que desempeñan funciones imprescindibles para una sociedad desarrollada, y pese a hacerlo bajo el brillo de un sol (este sí) de justicia, es curioso cómo estas trabajadoras y trabajadores parecen invisibles a nuestros ojos. Casi ni nos fijamos en ellos, en ellas, mientras resolvemos los quehaceres de nuestro día a día, cuando el ajetreo de la vida nos lleva de un sitio a otro o cuando, inmersos de lleno en el periodo estival, disfrutamos al fin de un merecido descanso. Pero volvamos a los datos: según el Ministerio de Trabajo y Economía Social, entre 2022 y 2023 los accidentes producidos por exposición a temperaturas extremas aumentaron en España un escandaloso 44%. Solo el año pasado, 2.155 personas perdieron la vida por un golpe de calor en nuestro país. Las cifras son, efectivamente, dramáticas.

Por supuesto, se van dando pasos. El Real Decreto 4/2023 regula la Prevención de Riesgos Laborales durante los episodios de elevadas temperaturas, y algunos sectores laborales llevan tiempo liderando iniciativas de prevención frente a los riesgos provocados por las temperaturas extremas. La Construcción, sin ir más lejos, incluyó en su VI Convenio General un “Protocolo de actuación del sector de la Construcción ante fenómenos meteorológicos adversos relacionados con las altas temperaturas”, y desde CCOO y otros sindicatos de clase nos esforzamos por lanzar todos los años campañas de concienciación ante los riesgos provocados por el calor. Sin embargo queda mucho camino por recorrer en la mejora de las condiciones laborales de miles de trabajadores y trabajadoras que siguen jugándose la salud, y en ocasiones la vida, bajo el inclemente sol del verano. 

¿Cómo es posible que no nos pongamos a la tarea? Medidas tan simples como adecuar los horarios para evitar las horas de más calor, o planificar mejor los recorridos para trabajar, preferiblemente, en zonas de sombra, pueden salvar, literalmente, muchas vidas. Pero para ello debemos concienciarnos y entender que el derecho a la salud laboral es innegociable. Porque todos nos jugamos mucho, pero algunas personas se juegan la vida. Así que la próxima vez que levantemos una caña fresquita y bien tirada, cuando nos acerquemos a la orilla de una playa o piscina maravillosas, al disfrutar de un rato de sombra bajo el resguardo de los árboles o, sencillamente, al recorrer el paseo marítimo en las noches de verano, les propongo que intentemos echar un buen vistazo a nuestro alrededor. Porque están ahí, son nuestras vecinas y vecinos: personas que trabajan para que nuestra vida sea más fácil a riesgo de jugarse la suya. 

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