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El ascensor

26 de noviembre de 2024 16:52 h

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El otro día se estropeó el ascensor. No es la primera vez, puesto que ya a lo largo de este año he tenido que llamar en varias ocasiones a la empresa de mantenimiento porque se quedaba parado, pero esta vez ha sido como 4 o 5 días roto, se ha quedado una persona encerrada…. Vamos, que nos iba dando avisos y ya “ha petado”.

Y mientras la vecina del 5º se lamenta porque “tiene muchos pisos de diferencia” a pesar de que es una persona joven, sana y sin niños, o la del 3º se queja porque “tengo que ir con el bebé y estoy sola” sin pensar, siquiera, en soluciones (como el porteo, se me ocurre), me veo a cuesta con mis hijos viaje arriba, viaje abajo: dejo a los niños en el coche, subo trastos, bajo de nuevo, subo a los niños, por la mañana bajo a los niños, les ato en sus sillas, subo a casa y bajo trastos, y así uno tras otro durante los cinco días. Yo sola con mis dos hijos, uno de ellos bebé. Soy familia monoparental, es mi día a día, sólo es un percance subsanable.

Y mientras que yo caigo en mi situación, en la poca empatía y el mucho egoísmo de algunos de mis vecinos, que incluso se han cruzado conmigo a cuestas con todo y no han hecho nada, pienso en mi madre, con una hemiplejia, que por suerte vive en un primero (sin ascensor) pero que no podría vivir en un 2º o un 3º sin ascensor; o en esa persona en silla de ruedas para la que el edificio deja de ser accesible en el momento en el que se estropea el ascensor, o en general en todas aquellas personas para las que el ascensor les ayuda a tener una movilidad no tan reducida.

Así que el lunes por la mañana, de camino al cole, les dije a mis hijos que haríamos otra vez excursión, que esto es una aventura y que sólo es salir un pelín antes para que no lleguemos tarde, ya que para bajar al garaje hay que salir por el patio y tardamos más, mientras les bajaba y un pelín después, con ellos ya en el coche, me bajé el carro del pequeño, los patines de la mayor, mis cosas del trabajo y todo lo que nos hacía falta para pasar el día. Todo ello mientras fui testigo de una serie de quejas en un grupo de vecinos de WhatsApp. Debe ser que la necesidad agudiza el ingenio, o debe ser que sigo siendo la loca que avisa un mes antes de que venza la inspección del ascensor y, aun así, seguimos con una inspección desfavorable preguntándonos que ha podido pasar, o deben ser ambas cosas: que en esta sociedad cada vez más individualista sólo los locos son los cuerdos, o todos los cuerdos son locos, no sé.

Debo ser la loca que no se queja, tira pa’lante como puede, monta una “aventura improvisada” y, mientras escribo, pienso en lo hipócritas que somos que tenemos nuestra casa, tenemos escaleras y, sobre todo, estamos aquí y podemos vivirlo. “Vaya panda” pensará seguro alguien que, ahora desde Picanya o Paiporta o Catarroja lea esto, “vaya panda de idiotas”.

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