El lugar de la política

En el octavo círculo del descenso a los infiernos, en el quinto pozo, el foso final, allí puso Dante a los mentirosos. Y viendo como eructa la política en estos tiempos, uno empieza a sospechar, si no será la gobernanza ese tal antro, sin necesidad de profundizar demasiado en subterráneas oquedades.

Y no es algo descabellado, pues, “Si se me escapa alguna verdad de vez en cuando, la escondo entre tantas mentiras, que es difícil reconocerla”, nos confesaba Maquiavelo.

Para el inmortal “fiorentino”, un clásico preceptor de “príncipes”, el político debe recurrir al pragmatismo de sus acciones para preservar el poder al margen de toda consideración moral. La mentira, el fingimiento, las falsas promesas son instrumentos políticos. Es preciso que sepa actuar oportunamente no solo como hombre, sino también como bestia. El animal político no es pura fuerza, es también astucia. Necesita la ley, pero sobre todo la sagacidad. La principal “razón de estado” es hacer creer que representa la sociedad en su conjunto, pretendiendo “el bien común”.

Todo un “un retrato robot” perfectamente identificable, pues por ahí anda nuestro actual cotarro. Una “arena” donde la consagración del cinismo campa a sus anchas, sin más argumento que la fuerza bruta y el capricho injustificado, por encima de la razón, el derecho internacional o la misma naturaleza madre.

Un panorama albi-necro en el que se permutan los disfraces, el terror funge de sicario y viste a la víctima de terrorista. Donde la industriosa Parca trabaja por encargo, a destajo y la sangre que derrama es índice de rentabilidad empresarial. Con una propiedad privada en finiquito permanente, en la que lo mío siempre es suyo y no hay tuyo que valga. Y una justicia obcecada con el único ojo del embudo imperial. Trastornos graves en las constantes vitales de un planeta que acusa la connatural maldad de un perverso modo de vida, el CAPITALISMO y sus monstruosos engendros: el Antropoceno, el síndrome SARS CoV-2 en estampida y la resolutiva amenaza nuclear.