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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

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La emigración española contada desde fuera

Amparo González Ferrer

Hace un par de semanas, Luis Garrido, catedrático de la UNED y uno de los mayores expertos en estructura social de España, publicó en El País un artículo titulado “Quiénes se van de España y qué hacemos para que vuelvan”. Intencionadamente o no, en él el autor cuestionaba tanto el leitmotiv de la campaña “No nos vamos, nos echan”, como la ‘fuga de cerebros’ de la que tantos alertan. Algunos lectores me preguntaron entonces si los datos manejados eran ciertos y si compartía su interpretación. La respuesta breve es sí a lo primero, y más bien no a lo segundo, pero con matices. La respuesta argumentada, pero larga, la expongo a continuación.

Garrido afirma que no hay razón para la alarma creada por dos motivos fundamentales. Primero, porque el descenso poblacional que estamos sufriendo se debe fundamentalmente al retorno de extranjeros pero es muy escasa si consideramos el saldo migratorio neto (los que se van menos los que retornan) entre personas españolas nacidas en España y en edad de trabajar. Y segundo, porque hay muchos indicios de que entre los pocos ‘oriundos’ que perdemos, hay pocos que puedan considerarse de ‘los mejores’ y, de estos, los que se van no lo hacen por la crisis sino por el deseo de mejorar su formación para luego regresar y competir aquí con ventaja por un buen contrato que los integre con perspectiva de estabilidad al empleo en España.

En cuanto al tamaño de la pérdida poblacional, Garrido afirmaba en su artículo que el aumento neto de españoles nacidos en España en edad laboral que residen en el extranjero entre finales de 2011 y finales de 2012 ha sido solo de 3.943. Y efectivamente eso es lo que indica el PERE, como pueden ver en la Tabla 1. También es cierto, como el autor indicaba, que si sumamos los incrementos netos de 2009 a 2012, se han ido menos españoles nacidos aquí de los que se han ido en el mismo periodo (-6.482).

Tabla 1. Incremento del número de españoles nacidos en España residiendo en el extranjero por grupo de edad según el PERE (a 31 de diciembre de cada año)




Total grupos de edad

Menos de 16 años

De 16 a 64 años

De 65 y más años

2009

1066

4284

-7237

4019

2010

6306

3331

-4008

6983

2011

13273

4552

820

7901

2012

19267

7289

3943

8035

Total 2009-2012

39912

19456

-6482

26938

Fuente: PERE. INE

Con base en ambos datos, concluye que la pérdida poblacional no es tan dramática como se pretende a menudo. Esto sería indiscutible si el PERE registrara las salidas de españoles con la misma precisión que registra los retornos a España. Pero lamentablemente no es el caso. Y para ilustrarlo podemos, por ejemplo, comparar las cifras del PERE de nuevos registros en el Reino Unido, el principal destino de las salidas recientes, con las cifras de nuevas llegadas de españoles que proporcionan las estadísticas de dicho país.

Según el PERE, a lo largo de 2011, el número de españoles nacidos en España entre 16 y 65 en el Reino Unido aumentó en 1.623 personas. Sin embargo, las estadísticas británicas registraron ese mismo año 30.000 españoles que se daban de alta por primera vez en Gran Bretaña como trabajadores, tal y como recoge el Gráfico 1. Se trata de una cifra de una cifra veinte veces mayor que la proporcionada por el PERE, y es evidente que no ello no se debe a la inclusión de algunos inmigrantes naturalizados en las cifras británicas. Es más, como decía Garrido, la emigración de los españoles hacia el Reino Unido no se ha originado con la crisis pero resulta evidente que ha aumentado y mucho durante la crisis: de menos de 15.000 nuevas entradas en 2009, se pasa a 24.000 en 2010 y a más de 30.000 en 2011.

¿A qué se debe semejante desfase de cifras entre ambas fuentes? A que el PERE registra muy bien y de inmediato los retornos de españoles desde el extranjero pero muy mal y con bastante retraso la emigración de españoles al exterior, porque que los incentivos de unos y otros para registrarse difieren de modo radical. El coste de empadronarse al regresar a España para un español tiende a cero, mientras que los beneficios derivados de ello son numerosos e inmediatos (acceso a todos los servicios públicos y posibilidad de solicitar ayudas como el subsidio de emigrantes retornados). Justo lo contrario que ocurre con la inscripción de un español en el extranjero.

No hay prácticamente nada que te impida llevar una vida normal y plena en el extranjero aunque no te inscribas, como sabe todo el que ha vivido un tiempo fuera. De hecho, inscribirte en ocasiones ofrece pocas ventajas pues ni siquiera te asegura que puedas ejercer el voto por correo, ya que con cierta frecuencia la papeleta no te llega a tiempo. Sin embargo, los costes de inscribirse son muy altos. En primer lugar, es necesario desplazarse a la ciudad donde se encuentre el Consulado, que puede estar a cientos de kilómetros de donde vive el emigrante y, en muchos casos, solo abre por las mañanas. Y en segundo lugar, la inscripción como residente en el extranjero conlleva tu baja en el Padrón en España, por lo que no tendrás médico de cabecera al que acudir cuando regreses de visita (si lo haces), no podrás seguir inscrito como posible beneficiario de una vivienda de protección oficial, ni tampoco podrás votar en las municipales de tu pueblo o ciudad. Por si esto fuera poco, inscribirte como residente no depende solo de que quieras hacerlo, sino de que puedas acreditar que trasladas allí tu residencia habitual de forma permanente. Para ello generalmente se te exige un permiso de trabajo de al menos un año de duración, requisito que muchos españoles no cumplen en el momento de su llegada sino meses o años después.

Si no puedes o no quieres inscribirte como residente puedes hacerlo como no residente. Con ello evitas que se te dé de baja en España PERO esa inscripción no se refleja ni en el PERE ni en el CERA ni en ninguna otra estadística pública, y además tendrá que ser renovada al año para pasar, obligatoriamente, a ser considerado residente habitual en el extranjero con la consiguiente baja en España. Si no se renueva, se cancela.

Las consecuencias de todo esto sobre las cifras del PERE son obvias. Mucha gente no se registra, aunque pase más de un año, más de dos y más de tres viviendo y trabajando en el extranjero. Los que se registran a menudo lo hacen después de llevar meses e incluso años viviendo en el país. Y por todo ello las cifras anuales del PERE no son un buen indicador de la gente que se está marchando este año, sino solo una muestra pequeña y sesgada de la gente que se ha ido en los últimos dos, tres, cuatro o cinco años.

Esto no sólo las invalida para medir la magnitud y calendario exacto de las salidas sino que también distorsiona, por ejemplo, el supuesto perfil de los nuevos emigrantes, la segunda cuestión que discutía Garrido en su artículo. Si mucha gente no se inscribe, otros lo hacen solo como no residentes y dejan caducar su inscripción sin renovarla, y los residentes no constan como tales hasta años después de haber llegado, es evidente que la edad de los emigrantes españoles que aparece en el PERE será como mínimo varios años mayor que la edad a la que realmente emigraron. Y así lo confirma de nuevo la comparación de las cifras del PERE con las británicas en el Gráfico 2.

Del nivel educativo de los que se van, o de su situación laboral antes y después de emigrar nada podemos decir, pues nada se recoge en el PERE, a pesar de que, según consta en el BOE, el impreso de inscripción que se rellena en el Consulado pide información sobre los estudios terminados al menos para los residentes. Por ello, en relación a la selección más o menos positiva de los flujos de salida, si se trata de los mejores o si al menos muchos de los mejores están entre ellos, tanto Garrido como yo poco podemos hacer aparte de especular.

Garrido apostaba por una selección negativa pues le parece ‘muy discutible que sean los mejores quienes se van, ya que en las edades de máxima salida (de 28 a 41 años), la mayoría de sus coetáneos están trabajando (por ejemplo, el 88% de los licenciados)’. Yo tiendo a creer más bien lo contrario por tres motivos. En primer lugar, porque la edad de salida es de hecho inferior a la que refleja el PERE y porque además la emancipación juvenil de los españoles es la de las más tardías de Europa, y esto es especialmente cierto justo para los más cualificados, pues acumular formación lleva tiempo y no es generalmente compatible con el empleo, sobre todo en España. En segundo lugar, porque Garrido asume que entre los ‘mejores’ se van solo los que están desempleados, y toma el desempleo como un indicador de calidad laboral de quien lo sufre. Yo en cambio apostaría que entre los más cualificados no se van solo, ni más, los que están desempleados, sino sobre todo aquellos que llevan años empleados pero en trabajos que no se corresponden con la cualificación que poseen, y para los que la crisis ha eliminado cualquier perspectiva de estabilidad o progresión salarial alguna. Y por último, y sobre todo, porque son muy pocos los casos en que la migración internacional refleja una selección negativa respecto de los que se quedan, sobre todo en los estadios iniciales del flujo como es nuestro caso. De hecho, en dichos estadios no es tanto el desempleo como la ausencia de oportunidades laborales y expectativas ajustadas a la cualificación en su lugar de origen, el salario esperado en destino y, sobre todo, el nivel educativo lo que más influye en la probabilidad de emigrar.

Garrido concluía que no hay motivo alguno para la alarma porque la pérdida poblacional de oriundos en edad laboral es muy pequeña; porque entre ellos hay muy pocos de ‘los mejores’; y porque esos pocos no se marchan por la crisis sino para mejorar su formación para regresar más tarde al amparo de programas para la ‘recuperación de cerebros’ como los Juan de la Cierva o los Ramón y Cajal. Yo no sé si mi lectura de los mismos datos, de los datos de otros países y de otros indicios sobre la selección, dan motivos suficientes para la alarma, o no. Al fin y al cabo, el miedo es libre y, como decía mi abuela, cada uno tiene el que quiere. Lo que sí me parece obvio es que la emigración de españoles nacidos aquí, sin ser masiva, está aumentando con y por la crisis, y el modo en que esta se está gestionando; que las estadísticas españolas miden mal y con retraso esta emigración aunque dan pistas sobre las tendencias; que el Gobierno no tiene interés alguno en mejorar esa información porque solo contribuiría a hacer más evidente una realidad que no quiere ver, o que ve y niega porque no sabe qué hacer con ella. Y aún sabiendo todo esto, habría dado por buenas las palabras del profesor Garrido si al menos nos hubiesen servido para salvar la convocatoria de las Juan de la Cierva y de las Ramón y Cajal este año. Pero ni eso, señores, ni eso.

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