Esta semana se desalojó el Congreso y en menos de diez minutos las más de mil personas que había dentro desfilaron hacia la calle a paso tranquilo, entre risas y selfies. Pablo Casado posó con varios jóvenes y Pablo Iglesias quedó acorralado por las preguntas sobre Carmena: “Entiendo que tenéis que hacer vuestro trabajo [dijo a los periodistas], pero en un simulacro quizá habría que respetar a la policía”. El desalojo fue un simulacro, en efecto, por el que abrieron incluso la solemne puerta de los Leones. Pero era todo mentira.
Esa misma mañana, Casado había preguntado a Pedro Sánchez si haría caso a Pedro Sánchez y renunciaría si no le salían las cuentas, a lo que el presidente contestó: “Antes de final de año este Gobierno cumplirá y trabaja en plazos para presentar a la Cámara los Presupuestos”. A esa hora circulaba ya la idea de que, en realidad, Pedro Sánchez contempla una posición distinta de la que anuncia Pedro Sánchez porque, según esa segunda versión, se resistiría a llevar las cuentas a las Cortes para que al final las tumben. Del Gobierno llegaban otra vez mensajes contradictorios mientras en el Congreso se abrían las salidas de emergencia. Hay metáforas que aturden.
Simuló Sánchez que rompía las relaciones con Casado mientras PSOE y PP acordaban la renovación del Poder Judicial. Un conservador al frente a cambio de una mayoría progresista, al margen del cambio que se producirá en el tribunal del procés. Simuló el PP que lideraría un frente que llama constitucionalista -que se sacó de la manga en pleno escándalo Cospedal y del que excluye al PSOE- pero la foto que pretendía no llegó a ser ni un simulacro.
Simularon los independentistas que estaba todo roto con el Gobierno aunque, en realidad, no quieren que se adelanten las elecciones y el Govern de Torra hasta invita a los ministros de Sánchez para que compartan la misma mesa. Simuló Podemos que las decisiones trascendentes corresponderían a la militancia cuando se ha visto que las batallas internas todos las libran en los despachos, donde la disputa por las listas de Madrid ha dinamitado aquello que la dirección y Manuela Carmena habían acordado de antemano para que los afiliados no tuvieran más que ratificarlo. Ahora, el partido que clamó contra los reservados de los restaurantes prefiere discreción con lo suyo: “La gente está harta de llevar cuestiones internas a los medios de comunicación”.
Por simular, hace su simulación electoral el CIS, que para la proyección de las andaluzas ha retomado la cocina de la que renegó su presidente, José Félix Tezanos. Le pasa a Tezanos lo que a Pedro Sánchez, que son perseguidos por ellos mismos y no se sabe quién es el que da la frase buena en cada momento.
Simulaciones, en fin, que no suponen tampoco nada nuevo en política. Fue el PP el que lo interiorizó primero cuando justificó el salario de Bárcenas. Aquello de la simulación en diferido. Desde entonces, el partido no ha dejado de disimular con su extesorero, como si hubiera sido el tesorero de otros. Esta semana nadie se acordaba de Pablo Crespo, aunque fuera al Parlamento a insinuar que Mariano Rajoy cobró sobresueldos en el PP gallego. Disimula el PP con Villarejo, pese a que la Audiencia Nacional investigue si el ministerio de Fernández Díaz pagó al chófer de Bárcenas para que les diera a ellos, en vez de a la Justicia, las pruebas que pudiera tener.
Fue una evacuación rápida de apenas diez minutos. Cuando se quisieron dar cuenta, las puertas de emergencia del Congreso estaban cerradas y cada uno tuvo que regresar a sentarse en su normalidad. No está claro, sin embargo, si al acabar el desalojo en vísperas de una campaña electoral dieron también por concluido el simulacro.