Joaquín Almunia: “Me reconozco en el PSOE de 2022 igual que en el de 1982”
La memoria intacta, el verbo ágil y la mirada limpia. Joaquín Almunia (Bilbao, 1950) es de esos pocos socialistas de lo que se conoce por el “plan antiguo” que no creen que cualquier tiempo pasado fuera necesariamente mejor ni que los de entonces, los de la Transición y los años posteriores, fueran ni mejores políticos, ni más sabios, ni más estadistas. De hecho, aún recuerda bien lo que decían antaño, en los 80 y los 90, quienes hoy gritan “¡Felipe, vuelve!”. Son los mismos que “ponían a parir” a Alfredo Pérez Rubalcaba y ahora le consideran “un hombre de Estado maravilloso”. De lo que decían de él, por modestia, prefiere ni mencionarlo.
Exministro de Trabajo y Seguridad Social y de Administraciones Públicas, formó parte de los gobiernos socialistas de Felipe González entre 1982 y 1991. En 1994 pasó a ser portavoz del grupo socialista en el Congreso y, tres años más tarde, secretario general del PSOE, y ya recuerda de entonces los insultos, los debates agrios y los malos tonos que, en su opinión, habría que desterrar de la política para no expulsar de ella a miles y miles de ciudadanos que no quieren ver eso, “aunque hayan votado a los que gritan” en el Parlamento. Retirado ya de la primera línea desde 2014, tras ser comisario de Economía de la UE entre 2004 y 2009 y después ocupar una vicepresidencia y la cartera de Competencia, no se prodiga mucho en los medios, ni enreda, ni interfiere, como otros, en la vida orgánica de su partido. Es quizá por ello por lo que tiene una visión menos apasionada y más realista de lo que acontece hoy en la vida pública y en su propio partido. De ahí que sin ambages confiese que se reconoce en el PSOE de 2022 igual que se reconocía en el del 82. No eran tan distintos.
Se cumple este 28 de octubre el 40 aniversario de aquella histórica victoria del socialismo español y, en esta conversación, Joaquín Almunia no deja pregunta sin respuesta. Ni sobre el referéndum de la OTAN, ni sobre los GAL, ni sobre los múltiples casos de corrupción que acabaron con 14 años de gobiernos socialistas y ante los que, en su opinión, “no se reaccionó a tiempo”. Por lo demás, ahora como entonces, la izquierda no siempre se muestra capaz de presentar “un proyecto creíble que mire hacia el futuro, que permita superar dificultades económicas y sociales y que atraiga la confianza de la gente”.
Le voy a proponer un viaje al pasado. Con nostalgia o no, eso depende ya de usted.
Si me llega la memoria, con alegría.
Seguro que sí. 22 de octubre de 1982. Diez millones de españoles, el 48% de los votos y una mayoría absoluta de 202 escaños. ¿Qué claves explican aquel resultado de hace 40 años?
Mire, los dos años anteriores habían sido muy complicados. Suárez volvió a ganar en el 79, una vez aprobada la Constitución, pero no supo qué hacer en el Gobierno. Y además, la Unión del Centro Democrático tenía cada vez más tensiones, varios cambios de Gobierno y la situación del país era muy complicada. Aparte de la situación económica, había una oleada terrorista que probablemente sea la más alta en intensidad que ha habido desde la existencia de ETA hasta el año 2011. Hubo el golpe de Estado de Tejero. Suárez dimitió, llegó Calvo-Sotelo y ya todo el mundo daba por descontado que las siguientes elecciones las ganaríamos nosotros. Y cada vez había más gente, muchos socialistas, por supuesto, pero gente que no se consideraba a sí misma socialista, que creía que nosotros podíamos resolver los problemas que Suárez en los últimos años no había sido capaz de abordar y de resolver. Pensaron que podíamos estabilizar la situación política, consolidar la democracia, desarrollar el progreso a través de la Constitución, la creación y la intensificación de las políticas del Estado de bienestar, que podíamos desarrollar las autonomías, que podíamos integrar a España definitivamente en la Comunidad Europea… Es decir, la confianza de nuestro país estaba depositada en el Partido Socialista y muy en particular en Felipe González, y entonces nos preparamos para eso con la confianza de que sabíamos lo que queríamos hacer para conseguir todos esos logros y para colmar todas las ambiciones de la gente.
La izquierda volvió a gobernar por primera vez desde la Guerra Civil, tras 36 años de dictadura y siete de Transición y lo hacía, además, con mayoría absoluta, un liderazgo indiscutible y un partido unido en torno a Felipe González que conectaba con la nueva España democrática. ¿Qué queda hoy de aquel PSOE, además del ADN?
Bueno, el Partido Socialista tiene una larguísima historia de 140 años y lo que quedan son los mismos valores y ambiciones, el mismo proyecto de país que teníamos entonces. Hacer un país con una democracia fuerte, una expansión de las libertades, una garantía de derechos para los ciudadanos y una proyección en el exterior que nos anclase definitivamente en la Europa democrática y del progreso social. Y que nos anclase sin perder la vista de los problemas internos de España, que no nos los pueden resolver desde fuera, como es que el Estado de las autonomías funcione bien y que se garantice la pluralidad que existe en España entre diferentes territorios. Todo eso son las ambiciones del PSOE. Hemos pasado desde aquella victoria del 82 hasta hoy, en estos 40 años, por el Gobierno, pero también por la oposición. Hemos pasado por crisis, situaciones difíciles e incluso, por qué no decirlo, con tensiones internas. Pero en lo sustancial, yo me reconozco en el Partido Socialista de 2022 igual que me reconocía en el de 1982. Entendiendo –cosa que a una determinada edad no deja de suponer un esfuerzo pero hay que hacerlo– todas las cosas que han cambiado, muchas de ellas gracias a nuestra labor de gobierno durante los años anteriores y también por el mundo en el que estamos viviendo, que es muy diferente al mundo de entonces. Pero yo me reconozco en este PSOE y reconozco lo difícil que es gobernar en estas circunstancias. La democracia está consolidada. Estamos en Europa, hemos avanzado mucho, pero gobernar en estos momentos también es muy difícil, como lo era entonces.
En una ocasión, en la campaña de 1982, alguien le preguntó a Felipe González qué significaba aquello de “por el cambio”. Se mantuvo en silencio unos segundos y, luego, respondió: “Que España funcione”. ¿Funciona hoy España?
Funciona mejor que la España de 1982. Pero si hoy le preguntasen a cualquier líder político 'qué es lo que quiere usted conseguir en España', sin duda habría elementos de aquella respuesta de Felipe González que siguen siendo válidos. Hay que resolver problemas diferentes a los de hace 40 años. Por ejemplo, el de la Justicia, el funcionamiento de las instituciones básicas del Estado y algunos aspectos del Estado de las autonomías que hay que mejorar, sin duda. Tenemos ahí la situación tan difícil de Catalunya, que algo mejora en los últimos años, pero que queda mucho por hacer. Tenemos una crisis económica de nuevo, mucha deuda, pero la visión de un político que quiere gobernar España y que quiere recabar el apoyo mayoritario de los españoles siempre tiene que ser una visión constructiva y pragmática a la vez. No ignorar los problemas que existen, sino ponerse a pensar y a comunicar a la opinión pública qué es lo que hay que resolver y cómo hay que resolverlo. España tiene que seguir funcionando y tiene que funcionar mejor ahora, igual que tenía que hacerlo en el 82.
La inflación entonces estaba en el 14%, el paro en el 16,5%, la economía llevaba tres años creciendo solo al 0,5%. Tuvieron que adoptar decisiones muy duras que provocaron movilizaciones en la calle. Y, además, el Gobierno se la jugó con el referéndum de la OTAN. Aun así, el PSOE volvió a ganar. ¿Sorprendió más el éxito de 1986 que el de 1982?
Creo que en el 86, después sobre todo de haber superado aquel momento tan difícil del referéndum de la OTAN y de haber ganado la consulta en contra de muchas previsiones, teníamos confianza en ganar las elecciones. Sabíamos que habíamos acumulado desgaste, pero yo creo que el resultado tampoco nos sorprendió tanto. Con el 44% de votos, frente al 48% de octubre del 82. Era un desgaste razonable comparándolo con la situación en la que habíamos estado viviendo y comparándolo con la cantidad de medidas y de reformas que en el primer Gobierno socialista pusimos en marcha. Era prácticamente imposible mantener el mismo apoyo. Pero seguíamos con confianza y no me acuerdo de cuál era el eslogan de la campaña del 86, pero seguro que era un eslogan que marcaba “déjenos seguir trabajando y permítanos, con su voto, seguir trabajando en la dirección en la que hemos trabajado hasta ahora”.
Ignacio Varela acaba de publicar un libro en el que dice que en aquel programa electoral había dos compromisos malditos. Uno, los 800.000 puestos de trabajo y otro, el referéndum de la OTAN. ¿Supuso aquella consulta la fractura real de la izquierda que todavía hoy arrastra en nuestro marco político y se visualiza en el ámbito del Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez?
La confirmación del ingreso en la OTAN a raíz de aquel referéndum sin duda supuso dar oxígeno a quienes estaban a nuestra izquierda con una posición anti OTAN clarísima. Ganaron votos en aquellas elecciones del 86, pero sus argumentos de entonces hoy se defienden muy difícilmente. Tenemos la guerra de Ucrania. Tenemos a Putin, con una actitud gravísima no solo en relación con Ucrania, sino en relación también con su propio pueblo ruso. Es un régimen que se ha alejado de las esperanzas democráticas de Rusia. Aquel debate que tuvo la izquierda en torno a la OTAN hoy prácticamente no está vigente salvo en algunas ensoñaciones de que todo se puede resolver poniendo velas a no sé qué santo o no sé qué virgen. En el tema social, sí hay en estos momentos que estamos viviendo, con inflación y con el aumento de desigualdades, alguna conexión con aquellas tensiones sociales que se produjeron en la primera mitad de los 80 y que rebotaron en la segunda mitad con la huelga general de diciembre del 88. Pero yo creo que hoy los sindicatos tienen una conciencia mucho más profunda y mucho más clara de cómo deben actuar para defender los intereses de los trabajadores. No siempre es fácil llegar a acuerdos y creo también que, a pesar de que tienen reticencias con la negociación colectiva, la CEOE hoy es mucho más consciente también de lo que era en el año 82 o en el año 86, incluso de cuál es su papel en relación con el país y en el diálogo social. Hemos avanzado en los dos temas. A pesar de las dificultades económicas, del aumento de las desigualdades y de las tensiones para recuperar el poder adquisitivo perdido con la inflación, hoy el clima social, no digo que sea totalmente pacífico, pero es mucho más sereno que el que existía en el año 82 o en el año 86. Y creo que es muy bueno para España.
Y después de aquella consulta, en 1988 llegó una huelga general como consecuencia de una reforma laboral. ¿Es inevitable la evolución que va de un partido político a uno de gobierno?
No se muy bien a consecuencia de qué...
De una reforma laboral…
Se ha dicho siempre, y seguro que tiene elementos de razón, que fue por un programa de empleo juvenil, pero yo estaba en aquel Gobierno –ya no era ministro de Trabajo, sino de Administraciones Públicas– y no recuerdo haber tenido encima de la mesa del Consejo de Ministros ningún proyecto de programa para favorecer el empleo juvenil.
¿Ni un abaratamiento del despido?
Lo que sí había era una sensación social evidente en los sindicatos y en muchos sectores de la sociedad de que la economía se había recuperado, que habíamos entrado en la Comunidad Europea, que la economía crecía un 4% o un 5%, que la inflación había bajado considerablemente y que no se estaban redistribuyendo bien los dividendos del crecimiento y de la mejoría económica. Creo que había una sensación, más que ligada a ninguna decisión concreta del Gobierno, a la injusticia por cómo se estaban repartiendo los beneficios de una situación que había mejorado claramente. Los sindicatos encontraron un clima social propicio para convocar una huelga que desbordó sus propias previsiones. Y, desde luego, las nuestras. Los que estábamos en el Gobierno, cuando salimos a la calle aquella mañana mirábamos por todas las esquinas de la calle, eso sí, desde el coche oficial, a ver si veíamos gente, comercios abiertos, bares con gente tomando su desayuno y no veíamos nada más que piquetes.
¿Estuvo a punto de dimitir Felipe González aquella noche?
No, Felipe le daba vueltas a que no podía ni debía eternizarse como presidente del Gobierno. Ya entonces, y lo cuenta muy bien Ignacio Varela en su libro, el gran interrogante que tenía en su cabeza durante los años en que siguió siendo presidente del Gobierno. No digamos ya cuando perdió las elecciones. Pero, en aquel momento se dice, aunque Felipe no lo confirma, que habló después de aquella huelga con Narcís Serra. Que habló, seguro. ¿Cuál es el contenido de aquella conversación? Ni Narcís ni Felipe lo han contado todavía.
Los que aplaudieron a los GAL y luego...
La economía evolucionaba favorablemente, la gestión de González supuso la modernización del país y un desarrollo social y económico notable, pero aquella etapa también estuvo marcada por borrones que empañaron la credibilidad del PSOE, como los GAL, los casos Filesa, Roldán, Mariano Rubio, fondos reservados… Y volvió a ganar el PSOE en 1993. ¿Le sobraron aquellos tres años a Felipe González?
No, porque Felipe González y sus gobiernos siguieron haciendo cosas hasta el último día. Yo soy testigo de los últimos procesos de debates y discusiones parlamentarias. Era entonces portavoz en el Congreso en aquellos dos últimos años y se hacían muchas cosas, pero había mucha tensión. Por un lado había casos de corrupción que saltaron a los medios de comunicación y a los debates parlamentarios y que estaban en el debate público. Desgraciadamente, y con razón, creo que si hay casos de corrupción hay que reaccionar frente a ellos. Y si se han producido esos hechos de corrupción bajo unas determinadas siglas, hay que reaccionar cuanto antes. Y no se reaccionó a tiempo, desde mi punto de vista. Desde el otro aspecto, los GAL eran unos coletazos finales de una actuación parapolicial y de la extrema derecha en conexión con grupos parapoliciales o policiales que se habían originado al final del franquismo y sobre todo en los primeros años de la Transición democrática. Pero es verdad que incluso gente, algunos colegas, periodistas y algunos portavoces públicos que habían aplaudido públicamente algo que ningún socialista hizo nunca, como fue algunos asesinatos y algunas acciones de los GAL, años después se subieron a la grupa del caballo y empezaron a arremeter contra aquello que ellos, y no nosotros, habían defendido antes.
¿No quiere poner nombres?
Usted se los imagina igual que yo, pero sin duda que nos desgastó la mezcla de escándalos, de corrupción, dificultades económicas y los coletazos de los GAL ex post varios años después.
¿Hoy, ante la crisis económica, hay un viento de cola favorable a los principios de la izquierda y del PSOE, a diferencia de lo que ocurrió en 2008?
Ojalá hubiese un viento de cola claro. ¿Hay condiciones objetivas para utilizar el lenguaje de cuando éramos jóvenes? Hay condiciones objetivas para que la izquierda presente una alternativa que permita superar las dificultades económicas y sociales actuales. Pero, por desgracia, la izquierda no siempre está siendo capaz de presentar un proyecto creíble que mire hacia el futuro, que permita superar las dificultades económicas y sociales actuales y que atraiga la confianza de la gente. Yo creo que la izquierda durante años ha sido relativamente tímida para defender principios y valores en sus políticas económicas y en sus políticas sociales. Todos aquellos años de la Tercera Vía tienen aspectos muy positivos, pero también reflejaron una timidez muy grande de la izquierda. Y, por otro lado, no hemos sido capaces en la izquierda de imaginarnos con realismo cómo es la sociedad actual. A veces tenemos tendencias conservadoras de pensar que la sociedad que conocimos hace 20, 30 o 40 años sigue siendo la misma que nos escucha ahora. Creo que tenemos un déficit de análisis de lo que es la sociedad actual, que ha cambiado muchísimo y en muchos aspectos para mejor gracias a nuestras propias políticas.
¿Es en este déficit de análisis en el que se justifica el desgaste en las encuestas del PSOE de Pedro Sánchez?
Si creemos a Tezanos, el desgaste se está acabando. Si no le creemos tanto, es evidente que hay un desgaste, pero también es verdad que ahora gobernamos en unas condiciones como nunca se habían producido en el pasado, no solo durante los gobiernos de Felipe González. Incluso en la última legislatura, del 93 al 96, teníamos una mayoría que no nos permitía gobernar solo con nuestros votos, pero que no nos costaba tanto conseguir hasta el final los votos necesarios para salir adelante. Zapatero, en la primera legislatura, de 2004 a 2008, no tenía tampoco mayoría absoluta, pero en la segunda sí.
No, en la segunda tampoco la tuvo.
Bueno, pero en 2008 alcanzó un 44% de votos, que es el mismo porcentaje que le permitió a Rajoy gobernar con mayoría absoluta a partir de 2011. Por lo tanto, ahí tuvimos épocas en las que fuimos capaces de aglutinar los votos de quienes ya nos habían apoyado y de llegar a nuevos sectores de la sociedad para sustituir a aquellos que habían desaparecido o ya no confiaban tanto en nosotros. Ahora, desde el primer Gobierno de Pedro Sánchez las mayorías son muy precarias, por llamarlas mayorías. Pedro Sánchez y el PSOE hoy tienen que acudir a buscar el voto, incluso en coalición, a fuerzas políticas que tienen un grado de coincidencia con nuestro proyecto político mucho menor del que nos permitiría gobernar con claridad y con más estabilidad. Son tiempos muy difíciles. El sistema de partidos se ha fracturado más allá de lo que podíamos imaginar. Es verdad que algunos de los pedazos de la fractura o han desaparecido, como el caso de Ciudadanos, o están claramente a la baja, como Vox, por un lado, y Podemos, por otro. Pero recomponer una mayoría suficiente para poder decir que gobernamos con nuestro proyecto autónomo, cosa que repetíamos mucho cuando ganamos en el 82 y antes del 82, se ha convertido en una tarea muy complicada, cosa que también lo será para la derecha si es que llega al Gobierno en las siguientes elecciones, o en las otras, o en las de más allá. La sociedad española en estos momentos tiene unas opciones y unas preferencias políticas que hacen más complicado que nunca en democracia gobernar con estabilidad y claridad en el proyecto que se quiere impulsar. Por eso la política a veces nos da la sensación de vivir demasiado en el corto plazo a ver cómo supero las votaciones que tengo la semana siguiente en el Parlamento o cómo supero la siguiente dificultad que tengo incluso dentro de la propia coalición.
Si las medidas adoptadas por el Gobierno frente a la crisis son mayoritariamente aceptadas por la sociedad, ¿son los socios del Ejecutivo y los parlamentarios el principal problema de Sánchez?
Hay diferentes elementos. Yo no sé, no soy un sociólogo como para responderle desde un punto de vista científico a su pregunta. Pero creo que hay una parte de la sociedad española que considera acertadas las medidas económicas del Gobierno, pero son medidas económicas de urgencia. Pero, cuando se abran de nuevo las urnas, los votantes van a estar más interesados en ver cuál es el proyecto que les presentan para los próximos cuatro años. Es evidente que en ese proyecto no va a caber una parte de las cosas que pasan por la cabeza de Podemos, actuales socios de coalición, e incluso quizás no quepan en el proyecto de Yolanda Díaz si sale finalmente adelante. No lo sé. Es obvio que no hay coincidencia en algunos aspectos fundamentales con las fuerzas nacionalistas, con los independentistas de ERC. Cuesta, como dice el propio Rufián, sudor y lágrimas conseguir su apoyo cada vez más. Es una moneda al aire. No sabemos si van a apoyar o no en función de diferentes elementos. Con la otra parte del independentismo catalán, con Junts, es imposible en este momento porque ni siquiera se ponen de acuerdo entre ellos. Y luego queda el PNV, que, desde mi punto de vista, y no solo porque sea vasco, es el aliado más estable, pero es un aliado estable con seis diputados. Y es muy difícil que el Partido Nacionalista Vasco vaya más allá de los seis diputados que tienen ahora en el Congreso.
Por lo tanto, la situación es complicada. Vamos a ver lo que pasa de aquí a las elecciones de finales del próximo año. Nada está escrito de antemano. Lo hemos sabido por experiencia en los últimos años. Los sondeos se han equivocado demasiadas veces. Creo que hay que fijarse en cómo ofrecer un proyecto en las próximas elecciones para superar definitivamente la crisis y en cómo enfocar algunos temas de fondo de nuestro país que no están suficientemente bien resueltos. A veces se les trata de poner solución con parches, pero hay que tener una mirada más larga porque los ciudadanos lo agradecerán. Vivimos un tiempo en el que hay demasiadas incertidumbres y demasiados elementos que incitan a no confiar al 100% en el futuro porque hemos vivido demasiadas crisis en poco tiempo. Y la política está para dar seguridad, para dar confianza y para abrir horizontes de progreso y de tranquilidad para la gente.
Uno de esos problemas es el modelo territorial, ¿habría que cerrar el círculo definitivamente?
Cerrar el círculo del modelo territorial es una tarea imposible porque es un modelo vivo. No es un modelo cerrado, nunca lo ha sido. La Constitución, desde luego, no era ni siquiera un modelo completo. Había interrogantes después de aprobarse la Constitución que hubo que ir resolviendo. Creo que lo que hay que hacer es entender bien las causas de las tensiones territoriales en España –en Catalunya, en el País Vasco y en otras zonas de España– y tratar de ofrecerles una visión de cohesión creciente y de integración que pasa por entender bien por qué hay españoles que no se sienten cómodos con el actual modelo de España, con lo que ellos llaman el Estado español. Eso lo tenemos que entender bien, y a partir de ese entendimiento vamos a ver que hay muchas discrepancias con los nacionalistas, pero empezaremos a intentar superar esas discrepancias e ir haciendo más sólida la relación entre los diferentes territorios de España, no solo entre Cataluña o País Vasco por un lado y el Gobierno central por otro. También entre Catalunya y Andalucía, entre el País Vasco y Extremadura, entre las Canarias y Galicia. España tiene que construirse, no con fórmulas simples y no con reacciones emocionales, sino trabajando mucho en ir superando esas tensiones y en ir encontrando la solución, aunque no sea la solución definitiva, que esa probablemente no la vamos a encontrar.
La falta de claridad de Yolanda Díaz
Mencionaba antes a Yolanda Díaz, ¿ve posibilidades de éxito al espacio que quiere impulsar?
Si atendemos a lo que dice Yolanda Díaz, que no siempre es claro lo que dice y que ni siquiera dice si va a ser o no candidata, no sabemos si va al final a construir un partido o no. Tampoco sabemos cuál va a ser su relación con la fuerza política que le mantiene y que la puso en el Gobierno, que es Podemos y las otras confluencias. Creo que la izquierda que pasa por la cabeza de Yolanda Díaz es una izquierda más moderna y con los pies más en el suelo que la izquierda de Podemos y de Pablo Iglesias, por supuesto, y la de Ione Belarra o Irene Montero. Entiendo mejor lo que dice Yolanda Díaz, aunque no sé exactamente en qué concreta sus ideas o sus intuiciones, ni cuáles son las políticas concretas en las que va a plasmar su proyecto, si es que lo llega a plasmar. Espero que lo llegue a plasmar, porque lo que no necesita el sistema de partidos en España y menos en la izquierda son más fracturas y más confusión. Yo creo que cuanto más se clarifique y se dé estabilidad a un proyecto político, mejor.
“Vox, una condena para España”
Si en la España de hoy es impensable hablar de mayorías absolutas como la del 82, ¿la derecha tradicional del PP está condenada a gobernar con Vox?
Desde luego, si llega a gobernar con Vox sí que sería una condena. Sería una condena terrible.
¿Es Vox una amenaza para la España democrática?
La España democrática es mucho más sólida de lo que puedan representar Santiago Abascal y Vox en cualquiera de sus vertientes. Pero desde luego para el funcionamiento de la democracia es un peligro lo que dice Vox en términos de rechazo de los inmigrantes, de escepticismo respecto al proyecto europeo, de la añoranza y la nostalgia del pasado más atrás del 77. Sin duda, no es nada bueno para la democracia. Es un riesgo. Pero yo no le daría tanta importancia a Vox porque confío en que, al cabo del tiempo, reduzca sus apoyos. Y no imagino que Vox un día pueda superar en votos al Partido Popular, igual que le ha superado Giorgia Meloni a Forza Italia y a la Liga de Salvini en Italia. No creo que vayamos a llegar a eso, pero a su vez veo prácticamente inalcanzable una mayoría de gobierno sin confiar en Vox. En un país con una democracia tan consolidada como Suecia, el partido conservador sueco junto con los liberales tienen que gobernar dependiendo del voto de la extrema derecha sueca. Y creo que eso es muy malo para Suecia, es muy malo para Europa y sería muy malo en España. Y por desgracia, el PP en Castilla y León ya ha caído en esa trampa de preferir ocupar los sillones del Gobierno aunque dependan del voto de Vox. Cada vez que salen las noticias en las Cortes de Castilla y León vemos lo que supone tener a Vox como socio.
Los cambios políticos que se están produciendo en Europa, la guerra, la crisis energética o el alza de los precios nos recuerdan cada día que todos los órdenes son provisionales. ¿Estamos ante el fin de la abundancia, como dijo Macron?
No sé muy bien en qué contexto lo dijo ni lo que quería decir, pero con la crisis energética y la inflación estamos teniendo una época muy complicada en cuanto a crecimiento. Confío en que podamos salir de la actual crisis energética dominando la inflación y a la vez avanzando todavía a más velocidad en las políticas de lucha contra el cambio climático. Creo que no hay por qué imaginar que el futuro va a ser peor que el presente que estamos conociendo ahora, ni muchísimo menos. Ni siquiera que el pasado que conocíamos cuando superamos la crisis financiera o cuando estábamos ya superando la crisis del COVID. La guerra de Ucrania han abortado una recuperación que se estaba produciendo dos años después de una recesión brutal como fue la derivada de la pandemia y de la paralización de nuestras economías a medio plazo. No soy en absoluto pesimista. Hay, por una parte, una cohesión europea en cuanto a definición de objetivos, de prioridades y capacidad de poner en marcha políticas en común, como no podíamos imaginar hace pocos años. Y si Europa funciona, no solo España funciona, y creo que va a funcionar, creo que tenemos un porvenir mucho mejor del que podemos imaginar ahora en las zozobras del día a día y en las dificultades del corto plazo.
Cosas que no cambian: los bloqueos en el CGPJ
Esta conversación sobre cómo era la España de hace 40 años y cómo es hoy nos recuerda también que hay cosas que no cambian. Por ejemplo, el bloqueo en la renovación del Poder Judicial cada vez que la derecha está en la oposición.
No, desgraciadamente no cambia. Pero bueno, confiemos en que en los próximos días la actual derecha española demuestre que se puede cambiar a mejor y que se llegue a un acuerdo entre el PP y los socialistas, junto con otros grupos y fuerzas parlamentarias [la entrevista se realizó antes de que el PP suspendiese las negociaciones]. Básicamente es imprescindible el acuerdo entre PP y PSOE, para superar los tres quintos y tener un Consejo General del Poder Judicial que responda a la mayoría parlamentaria, aunque sea con cuatro años de retraso. Y también tener la posibilidad de que ese CGPJ nos ayude a seguir renovando el Tribunal Constitucional. Es que son pilares básicos de una democracia y no se puede interpretar la política en función de los intereses a corto plazo de un partido.
Vamos acabando. ¿Ve alguna similitud entre el Felipe González del 82 y el Pedro Sánchez de 2022?
Los dos son presidentes del Gobierno. No, son muy diferentes. Son generaciones muy distintas. La experiencia de Felipe González antes de llegar a la presidencia del Gobierno, tanto como líder del partido desde el 74 como líder internacional, es una experiencia que Pedro Sánchez no ha tenido cuando ha llegado al Gobierno. Y las condiciones en que Felipe González pudo gobernar, por méritos propios sin duda, pero también por cómo era el país de entonces, son muy diferentes a las condiciones tan complicadas que le han tocado a Pedro Sánchez, con una crisis detrás de otra, con minoría parlamentaria, con dificultades para negociar el día a día de la vida parlamentaria del proceso legislativo y con una sociedad que es muy diferente. Los ciudadanos en el año 2022 se sienten mucho más dueños de su destino por buenas razones. Porque tienen una base de formación, una base educativa, una base de progreso material y una base de oportunidades mucho mayor de la que tenían los ciudadanos de 1982. Pero, bueno, cada uno tiene que gobernar en su época. Felipe González ha sido un magnífico presidente del Gobierno y es un líder, como dice mucha gente, que puede ser el mejor líder político español del siglo XX. Habrá quien diga que el mejor fue otro, pero yo coincido en esa apreciación. Quizás le pondría al lado de un líder que no fue socialista, que estuvo en política solo diez años, pero que tenía una visión maravillosa de este país y que fue Manuel Azaña. Y en esta época los liderazgos políticos son mucho más difíciles de descubrir.
Y más efímeros…
Son efímeros porque la realidad es muy compleja. Y en el siglo XX, para bien y para mal, había unos esquemas, unos paradigmas ideológicos que ayudaban a orientar los proyectos políticos. Pero desde luego la socialdemocracia ha sido la mejor familia política para explicar los progresos sociales y económicos que ha tenido Europa durante el siglo XX.
¿Y qué piensa cuando escucha a la derecha española reivindicar la figura de Felipe González, de Rubalcaba o de usted mismo como la de un socialismo clásico que no practica Pedro Sánchez?
Bueno, eso es un jueguecito táctico de menor cuantía. Yo recuerdo muy bien, porque a mis años todavía tengo buena memoria, lo que han dicho de Felipe González los mismos que ahora dicen “¡Felipe, vuelve!”. Los mismos que ponían a parir a Alfredo dicen que era un hombre de Estado maravilloso para España. Y no hablo de lo que han dicho de mí por modestia.
¿Se reconoce en la política que se vive hoy en el Congreso de los Diputados?
No, no, no me reconocía ni en la política del Congreso de los Diputados de mi época como portavoz parlamentario. Sucedí a Carlos Solchaga en el 94 y dejé de ser portavoz después de las elecciones en el 96. Y luego un año fui secretario general en el 97. Ya entonces el tono del Parlamento español… Una cosa es que el Parlamento sea vivo, dinámico y haya debates vivos e ironía para dejar al adversario político desnudito allá en el escaño, pero los insultos, los debates agrios, los malos tonos, habría que erradicarlos de la política. Yo, como ciudadano –ahora soy más ciudadano de lo que era antes cuando iba en coche oficial–, me pongo en los zapatos de los ciudadanos de a pie que no han estado metidos allá en el Parlamento durante los años que yo estuve y digo: cómo un ciudadano que no estaba allí dentro, que sabe que luego se trabaja, se habla en los pasillos, se negocia… Lo que ve un ciudadano solo por los medios de comunicación y en particular por la televisión es como decirle: por favor, olvide que existe la política, conecte otros programas, lea otras revistas y no se ocupe de eso. Porque eso es dañino y tóxico. Yo creo que tenían que hacer un esfuerzo los políticos para saber discrepar y saber presentar sus alternativas sin echar de la política a miles y miles de ciudadanos que no quieren ver eso, aunque hayan votado a los que gritan en el Parlamento.
Entrevista completa
Vídeo: Nando Ochando, Clara Rodríguez y Xabi González
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