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La justicia social, un logro de la civilización occidental

Milei y Ayuso en la ceremonia de la entrega de la medalla de Madrid.

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Durante unas horas del pasado viernes, 21 de junio, Madrid no fue “rompeolas de todas las Españas”, como cantó don Antonio, sino Pandemónium donde los oficiantes de un grotesco aquelarre intercambiaron requiebros y condecoraciones a mayor gloria propia y desprestigio institucional: la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, impuso la Medalla Internacional de la Comunidad de Madrid a Javier Milei, presidente de la República Argentina. 

Esta medalla o condecoración fue establecida por la expresidenta Cristina Cifuentes en 2017, aunque su precipitada salida del cargo impidió que la estrenara, cosa que hizo su sucesora en 2020 convirtiéndola en instrumento ad hoc de sus pretensiones de oposición a los gobiernos progresistas de la nación. Al menos, en dos oportunidades: a Juan Guaidó, tras autodeclararse presidente de Venezuela o “presidente encargado”, como lo definió Ayuso, y en esta ocasión. Las otras tres concedidas fueron a personalidades en visita oficial en España: en 2021, a Apostolos Tzitzikostas, presidente del Comité Europeo de las Regiones; en 2022, al presidente ucranio, Volodímir Zelenski y, en 2023, a Daniel Noboa, presidente de la República del Ecuador. 

Como se sabe, el Gobierno español retiró a la embajadora de España en Argentina como punto final de la crisis diplomática iniciada el pasado 4 de mayo cuando, para explicar alguna de las estrambóticas y habituales opiniones del dirigente argentino a los estudiantes de la Escuela de Gobierno Luis Tudanca, en Salamanca, el ministro de Transportes, Óscar Puente, utilizó la hipérbole de la “ingesta de no sé qué sustancias”, es de suponer que alucinógenas.

El gabinete de la Casa Rosada, tras el adecuado reproche, dio por superado el incidente, pero Milei, que planeaba un viaje a España para reunirse con sus correligionarios de Vox, tenía otra idea y se embarcó en una sucesión de insultos al presidente del Gobierno español y a su esposa, Begoña Gómez, en una escalada que aconsejó primero la llamada a consultas de la embajadora; luego, la convocatoria del embajador argentino en España –tras un nuevo ataque de Milei, esta vez en Madrid y a la sombra de la internacional ultraderechista convocada por Vox– y, finalmente, la retirada de la embajadora María Jesús Alonso. 

En vez de rebajar sus agresivas andanadas, elegantemente ignoradas por el Gobierno español, Milei no dudó en continuar insultando a las instituciones gubernamentales españolas, al presidente y a su mujer durante el acto en la Comunidad de Madrid, a los que se sumó Ayuso alegremente, aplaudiendo con las orejas –y me refiero a la frase hecha–. Mientras, el Partido Popular de Feijóo, sobrepasado no ya por la derecha sino por la extrema derecha, mira para otro lado y culpa a la víctima de ser el verdugo. 

Conviene recordar un par de datos para aquilatar la catadura, la condición de este PP: en 2016, el gobierno de Mariano Rajoy retiró al embajador en Caracas tras los insultos del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien lo llamó “racista, basura corrupta y basura colonialista”, con la aquiescencia del PSOE en la oposición, situación que mantuvo ya en el gobierno, hasta diciembre de 2022. 

Y para tasar la alevosía de la presidenta madrileña en su caricaturesca distinción a Milei –a lo que no es ajena la turbia mano de su Rasputín personal, Miguel Ángel Rodríguez–, rememorar cómo el ministro de Asuntos Exteriores de Rajoy, José Manuel García Margallo, se puso de los nervios, se mesó los cabellos y se rasgó sus ropajes diplomáticos porque el expresidente Zapatero hizo un viaje personal a Cuba en febrero de 2015 y se entrevistó con el presidente del Gobierno, Raúl Castro, a petición de éste. De “extraordinaria deslealtad” fue lo mínimo que lo tildó. Y eso que no había ningún conflicto con las autoridades cubanas. 

En este caso, una “profunda deslealtad” para el gobierno, pues, además, conculca la ley que obliga a las comunidades autónomas a consensuar con el ministerio de Asuntos Exteriores las distinciones a personalidades extranjeras; una ley, para más inri, promulgada por el gobierno Rajoy para controlar las alegrías condecorativas de las comunidades autónomas gobernadas por el PSOE.  

Miente, que algo queda 

Milei podría haber sido recibido en la Real Casa de Correos de la puerta del Sol a los sones de un himno peculiar: “Ahora que estamos contentos,/ vamos a contar mentiras, tralará,/ vamos a contar mentiras”, pues a las mentiras de uno, la otra contestaba con sus propias falsedades. Al “no dejen que el socialismo les arruine la vida” de Milei, Ayuso contaba que su buena gestión en Madrid rechazaba “la cultura de la subvención para crear redes clientelares y el voto cautivo” y atraía “la inversión, sin olvidar a las personas vulnerables”. 7.291 'invulnerables' pero fallecidos durante la pandemia de la COVID-19 como consecuencia de los 'protocolos de la vergüenza' se preguntan cómo es posible que la existencia de un 20% de madrileños pobres y casi un 13% en riesgo de pobreza no son porcentajes como para sacar pecho. 

Y al otro, el del “socialismo empobrecedor”, le contestaba por esas mismas fechas el Fondo Monetario Internacional, que elevaba 0,5 puntos su proyección de avance del PIB en 2024, medio punto por encima de las previsiones del 2% del propio Gobierno español. Y, poco después, el Instituto Nacional de Estadística establecía el crecimiento de la economía española en un 0,8% en el primer trimestre, lo que se une al récord histórico de afiliación, es decir, el incremento del empleo y la contención de la inflación. Como frutilla de la torta, que diría Milei, el Consejo de Europa ha sacado a España del grupo de países que no cumplen sus recomendaciones en la lucha contra la corrupción. 

Parece, pues, que “el socialismo empobrecedor” nos está enriqueciendo. Como parece que Milei, que dice de Pedro Sánchez que “o no entiende mucho de Economía o le gusta mucho el Estado”, podría aprovechar sus demasiadas visitas a España para aprender un poco. 

Pero no importa, los hechos no importan, lo que importa es la mentira. Son como esos (malos) periodistas que, según reza el adagio profesional, no permiten que la realidad les desmienta lo que consideran un buen titular. Por ejemplo, verbi gratia, hablar del “asalto a la separación de poderes y la Justicia” del Gobierno español, como dijo Ayuso, siendo dirigente de un partido que ha 'okupado' el Poder Judicial durante casi un sexenio.  

Milei también es aficionado, como Ayuso, a esa ley del embudo entre la ancha embocadura ideológica y la estrecha praxis del pitorro. Entusiasta antiabortista –también opuesto a la educación sexual en la escuela–, su partido, La Libertad Avanza, fue el único que votó contra una ley para ampliar el programa de prevención de cardiopatías congénitas, una de las principales causas de mortalidad en los recién nacidos.

Fue en noviembre de 2022 y el actual presidente de la República Argentina ofreció la siguiente esclarecedora explicación literal de su negativa: “Y eso, digamos o sea, si ya tenés los hospitales, ¿por qué no lo hacen? O sea, digo ¿para qué? Digo, ponen una ley para que hagan lo que deberían hacer en condiciones normales, pero que ¿estamos todos locos? ¿Acaso no tenés hospitales públicos? ¿Por qué no lo resuelven? O sea, lo querés regular porque hacés mal tu trabajo, digo, pero, ¿me estás cargando? Es decir, y creás todas cuestiones de gastos público, o sea, porque, en realidad, lo que tenés que hacer, lo hacés mal. Que para nosotros no es noticia que cada cosa que hace el Estado, la hace mal. Entonces, digo, no sé cuál es, digamos, o sea, hay digamos, hay cosas que son digamos, como overready, o sea, no sé, digo como que están, digamos reforzadas innecesariamente, o sea, pero si se traducen en más presencia del Estado y acciones que verdaderamente no corresponden. O sea, vos ya tienes hospitales, vos ya podés, digamos o sea, vas, te tienen que tratar, si no lo hacen es otro problema. O sea, replantéate cómo piensan el modelo de salud”.  

Negacionista de los asesinatos de la brutal dictadura del general Videla y su recua de militares asesinos, Milei sostuvo hasta 2023 que el número de desaparecidos –hipócrita eufemismo de asesinados– no llegaba a 9.000 y que los 30.000 que reivindicaban las organizaciones de de familiares y de derechos humanos “tiene que ver con una cuestión de caja. Entonces estás ensuciando una causa noble por una cuestión de caja” –¿les suena el ’argumento’?: “Algunos se han acordado de su padre cuando había subvenciones para encontrarle”, dijo en 2014 el deslenguado (y leísta) Rafael Hernando, portavoz parlamentario de Rajoy–. La realidad dejó con el culo al aire al dignatario argentino: documentos desclasificados del Archivo de Seguridad Nacional de la Georgetown University, Washington, relativos al criminal Plan Cóndor de Henry Kissinger, secretario de Estado del presidente norteamericano, Richard Nixon, revelaron que los militares argentinos reconocían, cinco años antes del final de la dictadura, haber asesinado ya a más de 22.000 personas

La realidad también le pone en su sitio en las principales ideas-fuerza que repite machaconamente en sus discursos: que Argentina fue la primera potencia mundial a principios del siglo XX o que el capitalismo salvaje ha reducido la pobreza mundial al 5% de los habitantes. Según Naciones Unidas, el 10% de la población mundial vive en condiciones de pobreza extrema –1,90 dólares diarios–. Para el informe de Desarrollo Humano de 2014 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la situación de pobreza afecta al 20% y para el economista y filósofo alemán Max Roser, el 85% de la población mundial sufre lo que llama “pobreza moderada” –un presupuesto de 30 dólares diarios–. 

Pero la realidad le da igual a la ideología ultraderechista y la repetición de la mentira, ya lo decía el nazi Goebbels, la disfraza de verdadera. El exdiputado de Convergència i Unió Ignasi Guardans, jurista y analista político, lo explica: “Lo hemos visto en Estados Unidos. Es un efecto bola de nieve, que se ha estudiado en otros sitios y que ocurre dentro de los partidos. Ayuso, o quienes le asesoran, no utiliza métodos nuevos, sino perfectamente probados y testados: cuanto mayor es la burrada que dices, más difícil es rebatirla”. 

¿Burradas? “Antes de saltar a la política [Milei], defendía la privatización absoluta de la vida social incluidas las calles, defendía un mercado de órganos humanos y admitía –al menos como '‘debate filosófico'– la posibilidad de un mercado de niños”, recuerda el historiador argentino Pablo Stefanoni. Su método para terminar con la contaminación de las aguas fluviales es la privatización de los ríos, pues los propietarios impedirán el envenenamiento de las industrias. 

De modo que no es extraño que algunos se preguntaran, con retranca, si cuando Milei habló de “las manos porosas de los políticos, un hermano o una pareja” en la sede del gobierno autonómico madrileño no estaría aludiendo a las presuntas subvenciones recibidas por Leonardo Díaz, padre de Ayuso, a las comisiones por las mascarillas de la pandemia de Tomás Díaz, hermano de Ayuso, o a las estafas fiscales de Alberto González Amador, pareja de Ayuso. La presidenta ni se inmutó –“le miraba como una novia adolescente, embelesada”, dice Íñigo Sáenz de Ugarte–. El infierno siempre son los otros.    

Contra “el monstruo de la justicia social” 

Pero el gran caballo de batalla del nuevo fascismo es  “el monstruo de la justicia social”, dice Milei, ese “invento de la izquierda”, repica Ayuso. 

Para el dirigente argentino “el concepto de justicia social, que es usado como sinónimo de justicia distributiva y da lugar a la instauración de un sistema impositivo progresivo, el cual fue propuesto por Marx y Engels en 1848 como una forma de despojar a la burguesía de su capital, para luego ser transferido al Estado”, es “una aberración”.  

Pamplinas: para Karl Marx el concepto de justicia era tan ajeno a su utopía comunista que sólo la cita como una de las “verdades eternas” de la superestructura de la dominación burguesa. Hasta el punto de que en las 7.336 páginas de mi edición digital de El Capital (1867) no se cita ni una sola vez la palabra ‘justicia’, ni por tanto ‘justicia social’, como tampoco el ‘impuesto progresivo’ –en el Manifiesto Comunista (1848) sólo se alude al “impuesto fuertemente progresivo” como una de las diez medidas a tomar en “la primera etapa de la revolución obrera, la constitución del proletariado en clase directora, la conquista del poder público por la democracia”–. 

En otras obras Marx utiliza el concepto de justicia social en un sentido filosófico, el de la relación entre las personas en sociedad. Porque para Marx “toda distribución de bienes llevada a cabo con criterios jurídicos o de justicia no conduce a una igualdad integral entre todos los hombres, sino siempre a formas imperfectas de igualdad, que suponen necesariamente un trasfondo de relaciones de dominio y de explotación”, dice Carlos Ignacio Massini (1944), filósofo argentino profesor de la Universidad de Mendoza. 

Y esto es, precisamente, la ausencia de la noción de justicia social, lo que lleva a la filosofía católica a desconsiderar el ideal marxista. “En la estructura del acto de la justicia conmutativa cobra expresión el carácter dinámico de la convivencia humana”, escribió el neoescolástico Josef Pieper. “Llamamos justos a los estados en los cuales se justifican con buenas razones las desigualdades existentes. El abandono de esta perspectiva por la ideología marxista, la condujo a la irracionalidad final de su propuesta de una convivencia sin gobierno, sin conflictos, sin escasez y, por consiguiente, sin justicia”, subrayó el filósofo católico alemán Robert Spaemann. O, en fin, el citado Massini: “La ausencia de justicia conduce necesariamente, en el orden de las cosas humanas seculares, al establecimiento de relaciones de esclavitud entre los sujetos (...) De aquí que toda pretensión de superar la justicia en las relaciones entre los hombres, no puede sino conducir al establecimiento tiránico de una sujeción inhumana”. 

Precisamente al sitio donde dice Milei que nos conducirá la justicia social, que “no sólo es injusta sino que, además, conduce a un modelo totalitario”, pues “la moderna tendencia a complacer esa pasión [la ”envidia“, que es el motor de los impuestos] disfrazándola bajo el respetable ropaje de la justicia social representa una seria amenaza para la libertad”. Lo cuenta en su autobiografía El camino del libertario (2024) –que, anecdóticamente, el editor, Planeta, retiró de la venta, pues en la biografía del autor se decía licenciado por la prestigiosa Universidad de Buenos Aires, entre las 50 mejores universidades del mundo según el QS World University Rankings, cuando lo fue en la de Belgrano, situada entre los puestos 781-790, y que se había doctorado en la Universidad de California, en vez de los dos másteres en instituciones privadas que cursó: también nos suenan los arreglos curriculares–. 

En el autocomplaciente volumen, Milei se define como “libertario” y “anarcocapitalista”. Pero no libertario como los gloriosos de “el bien más preciado es la libertad./ ¡Luchemos por ella con fe y con valor!/ En pie, pueblo obrero, a la batalla./ ¡Hay que derrocar a la reacción!”, sino apropiación del término para referirse a los libertarians norteamericanos, los ‘libertaristas’, diríamos, herederos de la escuela económica de Austria, de finales del XIX, defensora de una economía ultraliberal y una presencia mínima del estado en la economía, de manera que, desde policía a tribunales de justicia, queden en manos de la iniciativa privada. 

Y lo de anarcocapitalista es otra apropiación indebida, caricatura obscena del anarquismo, que sostiene que a la sociedad sin estado se llega a través de la libertad del individuo propietario en un mercado libre de trabas e impuestos. 

Digamos, de paso, que los padres de la Escuela de Austria fueron admiradores de los nazis: Ludwig von Mises escribió en 1927: “No se puede negar que el fascismo y movimientos similares que apuntan al establecimiento de dictaduras están llenos de las mejores intenciones y que su intervención, por el momento, ha salvado a la civilización europea”, hasta que tuvo que huir a los Estados Unidos a causa de su origen judío para no ser asesinado por tan civilizados caballeros. Y su alumno Friedrich Hayek, de la dictadura criminal del general chileno Pinochet, para quien “las libertades personales fueron más amplias bajo Pinochet que bajo Allende”. Las 40.000 personas asesinadas bajo su dictadura no están de acuerdo. Y es quizá que el ultraliberalismo económico desemboca indefectiblemente en el ultraderechismo político. 

A ese noray incoherente con sus prédicas parece querer anclarse el PP, que no ha parpadeado ante la declaración de principios de su baronesa Ayuso, que comulgó con las excentricidades de Milei: “Lo que hacen [las políticas del Gobierno] es promover lo que llaman la justicia social, un invento de la izquierda para promover el rencor, una pretendida lucha de clases en la que perpetuarse: el que a alguien le vaya bien es culpable de que a mí no me vaya bien, hay que expropiarlo... No. Repartir se supone, yo creo, que las oportunidades. Ellos promueven la cultura de la envidia, del rencor y de buscar falsos culpables”. 

No vamos a enseñarles aquí, a Milei y a Ayuso (ni a Feijóo), el origen y evolución del concepto. Wikipedia es como el No-Do franquista: al alcance de todos los españoles (y argentinos). Básteles que les señalemos que, desde Aristóteles –“el mayor filósofo del mundo” para Ayn Rand, la filósofa y escritora ruso-norteamericana mascarón de proa del libertarismo–, el concepto de justicia distributiva y sus variantes, justicia conmutativa y justicia social, han informado la historia de la humanidad, tanto como ideal filosófico como instrumento político para hacer frente a las reivindicaciones de las masas obreras y compatibilizarlas con el derecho a la propiedad y tanto por el socialismo no revolucionario como, ay, la propia Iglesia católica, que ha hecho de su doctrina social un camino cuyo fin último es la Civilización del Amor, que enunció el papa Pablo VI, una utopía tan inalcanzable como la feliz sociedad comunista de Marx y Engels. 

Pero, ¿qué les vamos a contar a éstos? ¿Qué sabrán los padres de las constituciones española y argentina, que consagran la justicia social, o Naciones Unidas que la define como “la base de la estabilidad nacional y de la prosperidad mundial”? Ellos están a lo suyo, que es suyo, sólo de ellos y no tienen por qué compartir con los demás. Mejor para los demás. 

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