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Paul Schäfer y Colonia Dignidad, piezas clave en la dictadura de Pinochet
Lo primero que percibió Luis Peebles al bajar del furgón militar fue el olor a campo y ropa limpia. Era noche cerrada. El saco que le cubría la cabeza le impedía ver donde estaba. Escuchó el cacareo de unas gallinas. “Este no será un centro de torturas como los demás”, pensó.
Era febrero de 1975. Antes del golpe militar contra Salvador Allende, Luis estudiaba medicina y lideraba el MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en la ciudad de Concepción.
Un año atrás había sido capturado y trasladado a distintos centros de tortura de la dictadura de Augusto Pinochet. Ninguno de esos laberintos del horror se parecía al lugar al que llegó aquella noche del verano austral.
Durante siete días, Luis fue salvajemente torturado por los oficiales del Ejército chileno y por un hombre con acento germano especialmente cruel. Ese despiadado alemán era Paul Schäfer, el líder pedófilo de la secta Colonia Dignidad.
“Me encerraron en una sala subterránea parecida a un laboratorio de electrofísica. Me desnudaron, me ataron a un catre metálico y me pusieron terminales eléctricos por todas partes. Desde los pies a los oídos, pasando por el pene, el ano y el tórax”.
Con un susurro mezcla de tristeza y templanza, este médico psiquiatra recuerda cómo Schäfer dirigía las torturas cuando los militares no eran “suficientemente” crueles. “Cuando aplicaba la electricidad, mi cuerpo se contorsionaba y convulsionaba tanto que en una ocasión rompí una pata del catre”.
Como Luis, unos 350 opositores fueron torturados en Colonia Dignidad, enclave de una secta alemana en el sur de Chile que entre 1961 y 2005 sometió a niños, jóvenes y adultos a brutales castigos, manipulación mental y un despiadado autoritarismo. Una organización vertical que se acercaba al ideal de la idiosincrasia pinochetista.
Al triunfar el golpe de 1973, Schäfer ofreció sus instalaciones a la policía secreta del régimen militar. Colonia Dignidad se convirtió así en una pieza clave del aparato represor de la dictadura.
Schäfer estableció una estrecha relación con Manuel Contreras, el jefe de la policía secreta, y con otros miembros del régimen militar. Decidieron hacer de Colonia Dignidad un centro de inteligencia, entrenamiento, tortura y exterminio. Aunque no se tienen cifras exactas, se estima que la mitad de los que entraron nunca salieron con vida.
La mayoría de los colonos asegura que nunca imaginaron lo que ocurría allí con los opositores a Pinochet; sin embargo, algunos dirigentes, como Rudolph Cöllen, confesaron al juez haber quemado cadáveres y lanzado las cenizas a un río cercano.
Documentos detallan incluso cómo algunos residentes -exmiembros del partido nazi- impartieron cursos sobre torturas, explosivos e inteligencia a agentes de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA).
Testimonios del hermético enclave alemán aseguran que el lugar también sirvió de refugio para dirigentes nazis, como el criminal de las SS Walter Rauff, inventor de la cámara de gas móvil, o el exoficial de las SS Gerhard Mertins, quien en los sesenta se convirtió en uno de los mayores traficantes de armas del mundo.
Gracias a esos vínculos, Colonia Dignidad operó como base de contrabando y producción de armas y aparatos de vigilancia para la dictadura chilena.
Cuando en 2005 la policía desmanteló la secta, encontró un ingente arsenal de lanzacohetes, municiones, granadas e incluso armas químicas, como gas sarín.
“El apoyo de este lugar fue muy importante para que la dictadura se mantuviera durante 17 años y llegara a los niveles de represión que alcanzó”, señala la presidenta de la Asociación por la Memoria y los Derechos Humanos Colonia Dignidad, Margarita Romero.
Otro de los elementos que da cuenta de los fuertes lazos entre la Colonia y la DINA fue el hallazgo en la finca alemana de 45.000 fichas de información sobre ciudadanos chilenos. Se trata del mayor archivo sobre la represión encontrado en Chile, sólo comparable a nivel latinoamericano con los Archivos del Terror de Paraguay.
Su contenido refleja un sistema de control social propio de una sociedad orwelliana, con información de todo tipo de personas, la mayoría sin connotación política o militar. Taxistas, profesores, trabajadores e incluso sobre prostitutas. La obsesión de Paul Schäfer no conocía límites.
La historia sobre la relación de Colonia Dignidad con la dictadura sigue siendo un puzzle al que le faltan muchas piezas. Las víctimas de la represión confían en que las numerosas causas abiertas en los tribunales consigan algún día completar esos espacios vacíos.
Júlia Talarn Rabascall
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