Federico antes de Lorca, de deslumbrarse con el Madrid de los años 20, a brillar más que nadie: “Dejadme las alas en su sitio que volaré bien”
“¿Qué hago yo ahora en Granada?”. El Federico García Lorca de 22 años ya no concebía una vida lejos de Madrid. La moderna y rompedora Residencia de Estudiantes, donde trabaría una fértil amistad con Salvador Dalí, Buñuel o Pepín Bello, se había convertido en su casa. Por supuesto, mantenía —y siempre mantuvo— el brío andaluz corriendo por sus venas, pero, tal y como expuso a sus padres en una carta en 1920, “aquí [en Madrid] escribo, trabajo, leo, estudio. Este ambiente es maravilloso”. Y eso que el chaval, pajarita siempre al cuello, escribió la misiva justo después del más estruendoso fracaso que se le recuerda y que lo asaltó cuando todavía no había pasado ni un año desde su llegada a la capital. El maleficio de la mariposa, la primera función que el granadino llevaba a escena —en el Teatro Eslava—, no gozó del favor del público y aguantó solo cuatro días en cartel. Pero eso era lo de menos. Así terminaba Federico la nota: “Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo. Dejadme las alas en su sitio, que yo os respondo que volaré bien”.
“Aunque aquel estrepitoso fiasco no fue culpa suya”. Emilio Peral es profesor de Literatura Española en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y uno de los máximos expertos en la vida y obra lorquianas a nivel mundial. A la obra se le impusieron distintas modificaciones que terminaron por hacerla fracasar. De todos modos, aquel magma cultural había atrapado al granadino hasta lo más profundo de sus entrañas, no en vano se había erigido protagonista de hazañas y travesuras madrileñas. “Su habitación de la Residencia se convirtió en uno de los puntos de reunión más solicitados en Madrid”, escribiría Luis Buñuel antes de convertirse en el máximo exponente del cine surrealista. Hay que imaginarse aquel Madrid de los años veinte como un hervidero de ideas nuevas repleto de cafés donde “se hablaba de cultura, poesía e, incluso, se vivía la pasión política hasta llegar a las manos, pero más bien se cambiaba la dirección del mundo”, escribe Fanny Rubio (UCM) en Federico García Lorca: 100 años en Madrid. Intelectuales y literatos campaban por doquier y los más jóvenes afeaban “la putrefacción”, en palabras del pintor Salvador Dalí, de los antiguos; se mofaban de los que ya no eran capaces de crear obras artísticas lo suficientemente modernas.
Con el pintor catalán, Lorca establece en esos primeros años una relación de absoluta dependencia intelectual y emocional. “Recíproca”, subraya Peral. Sobre si esa relación llegó a mayores, el profesor de la Complutense prefiere ser cauto: “No hay pruebas para certificar que tuviera un componente físico”. Lo que sí hubo fue una admiración total y ciega entre ambos. Y lo cierto es que todos los compañeros de la Residencia estaban encandilados. El poeta solía marchar con su familia en los veranos y, cuando alguno de sus camaradas de “La Resi” sospechaba su vuelta, gritaba: “¡Federico sale de Granada, mañana lo tenemos aquí!”. El joven Lorca estaba en su sitio. En Madrid se daba “baños de Amistad”, reía, creaba y participaba de los nuevos corrientes literarios. Un día de julio de 1928, Federico publicó Romancero Gitano y con él llegó su mayor éxito hasta el momento. Sin embargo, con los aplausos también llegó el reproche de sus más grandes amigos.
El Romancero gitano de la discordia
El poemario se vendió solo. Hoy podríamos llamarlo, sin ambages, un bestseller. Federico pasó de ser un poeta y dramaturgo conocido en los círculos literarios a saborear el éxito con todas las letras, a ser popular. “Le gustaba esa fama”, afirma Peral. Pero Dalí no quiso participar de su alegría. “Tu poesía actual cae de lleno dentro de la tradicional”, le espetó en una carta, “es incapaz de emocionarnos ya ni de satisfacer nuestros deseos actuales”. Las críticas de la que había sido su alma gemela cayeron como una losa sobre los hombros de Lorca. Buñuel tampoco aprobó el éxito. “Es cierto que el folklorismo, el andalucismo y el sabor flamenco del Romancero gitano responde a un momento de creación anterior”, aclara Emilio Peral. Los 18 romances comprendidos en el libro fueron gestándose varios años atrás, pero se publicaron cuando el poeta ya estaba degustando el surrealismo. Por eso Dalí se enfadó tanto, aunque su postura no la compartió, por ejemplo, Vicente Aleixandre, que escribió: “Te agradezco del todo la magnífica, la vehementísima fiesta de poesía a la que me has invitado”. Había nacido la marca Federico García Lorca.
Y todos la querían. En un momento de plena ebullición política, todos pretendían que Federico se alineara con sus ideas. “Pero es que a Lorca no le gustaba la política”, resuelve Peral. “Recibió presiones por los dos lados, sobre todo por la parte del Partido Comunista”, pero nunca militó. Lorca encontraba la política demasiado visceral, mientras que él buscaba el punto de vista intelectual y humano de las personas. “Aunque su círculo de amistades se encontraba en la izquierda”, relata el profesor, “también tuvo muchos amigos falangistas”, siempre partiendo de la base de que no se puede juzgar un acto de principios del siglo XX con los ojos del siglo XXI. Muchos de esos amigos eran poetas que pertenecían a la denominada ‘Corte de José Antonio’. Varios comentarios indirectos, entre ellos el del poeta Gabriel Celaya, dan cuenta además de lo que pudo ser una relación de amistad tardía entre Lorca y Primo de Rivera, a quien tanto gustaba la obra del granadino. Faltan, no obstante, pruebas contundentes que lo ratifiquen“. A pesar de su alergia a la política, Lorca frecuentaba las tertulias, donde conoció a muchos amigos y a algunos amantes. ”Lorca enamoraba“, apunta Peral: ”No fueron pocos los hombres declaradamente heterosexuales que cayeron en sus brazos“.
El mal estudiante que llegó de Granada tocando el piano —y muy bien, sus profesores le habían aconsejado que se dedicara a la música— y que se deslumbró con el reluciente Madrid de los años 20 era, ahora, quien más brillaba en la ciudad. Su empeño en demostrar que debía quedarse en la capital y no volver a La Vega granadina empezaba a dar sus frutos. Si en 1928 le llegó a Lorca el éxito como poeta, en 1933, con el estreno de Bodas de Sangre, le llegó como dramaturgo. Entre aquel niño rico nutrido a base de los romances que las nodrizas y criadas le bajaban “desde los montes” y el hombre que deslumbró a todo el mundo están las lecturas, los Cafés, la Residencia, Madrid, Dalí. Y no hay mejor forma de terminar estas líneas que con una cita de Buñuel, alguien con quien Lorca tuvo sus más y sus menos, pero que, a pesar de todo, escribió: “A Federico se lo debo todo. Es decir, sin él yo no habría sabido lo que era la poesía”.
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